viernes, 25 de abril de 2008

Paradojas del PP

Son curiosas las paradojas que están aconteciendo en el PP en los últimos tiempos. Por un lado resulta que los que pretenden renovar el partido son acusados de continuístas por los mismos continuístas que de pronto aparecen como los renovadores y lo hacen porque consideran que la política de los primeros -que en realidad es la de los segundos- les ha hecho perder votos, así que pretenden imponer una nueva línea política que es la misma con la que han perdido las dos últimas elecciones. Todo esto es un lío que voy a ver si puedo aclarar. El PP ha mantenido durante la pasada legislatura un discurso dictado por Aznar y sus ad láteres mediátcos del cual Rajoy sólo ha sido una marioneta. Ese discurso ha fracasado en las elecciones y el presidente del partido ha decidido tomar las riendas, poner a su equipo en los puestos claves y adoptar una línea política distinta, mucho mas moderada, al parecer. A todo esto, Esperanza Aguirre, que es una aznarita convencida acusa ahora a Rajoy de que su nueva línea política les ha hecho perder las elecciones, cuando resulta que es una novedad en el partido y las elecciones las perdió el discurso aznarista,que era el único que mantuvo el PP hasta el 9 de marzo y el que defiende Esperanza Aguirre que pretende erigirse en salvadora del partido con un discurso caduco que ya ha fracasado, pero que intenta hacer pasar por novedoso.
Otra paradoja, relacionada con esta, se muestra en el hecho de que los que siempre han defendido la opción búlgara en los congresos del PP sean los que ahora dicen que no se pueden hacer congresos a la búlgara. Los que han ganado elecciones internas con una sola lista por el 95 % de losvotos -Esperanza Aguirre en el PP de Madrid- ahora exijen pluralidad; los que han sido elegidos a dedo y eligen a dedo ahora piden limpieza; los que han defenestrado a otros por tener ideas distintas ahora quieren un debate de ideas; los que han obligado a retirar candidaturas alternativas ahora lloran, no porque no puedan presentar la suya, sino porque el sistema de elección que ellos impusieron no les beneficia. Porque vamos a ver, el PP de hoy es el que construyó Aznar. A AZnar le nombró a dedo Fraga y él nombró a dedo a Rajoy. Aznar aplicó el reparto de delegados actual. Aznar colocó a Esperanza Aguirre de presidenta del Senado sin ser senadora. Esperanza Aguirre obligó a retirar la lista de Manuel Cobbo en el congreso del partido de Madrid, etc. etc.
Otra paradoja es que el sector Aznar-Aguirre está utilizando contra Rajoy la misma táctica que en la pasada legislatura se utilizó contra el Gobierno. La táctica que Rajoy asumió ahora se vuelve contra él. Mentir y hacer pasar la verdad por mentira, decir una cosa y luego la contraria, negar lo que se dijo en su momento y afirmar que se dijo lo contrario, mostrar que los demás son muy malos y ellos unas pobres víctinas, repetir mil veces una mentira hasta que se convierte en verdad y, en fin, retorcerlo todo de tal manera que al final esto acaba siendo una ceremonia de la confusión donde sólo ellos, dijeran lo que dijeran, tienen razón.
Y lo más curioso de todo es que aunque Esperanza Aguirre ganara en el congreso y fuera presidenta del partido nunca ganaría las elecciones. En primer lugar, porque ningún candidato que no haya sido diputado ha ganado nunca unas elecciones (que se lo pregunten a PSOE) y en segundo lugar porque se daría la paradoja suprema de que la candidata a Presidenta tendría como enemigo interno al lider de la oposición en el Congreso que asumiría la función de defender su línea política. Y yo no creo que Rajoy sea tan tonto.
En fin, que el PP se desintegra. Camina de victoria en victoria hasta la derrota final. Y a todo esto, ¿qué hace Gallardón?. Pues me temo que esperar agazapado para quedarse con los despojos

viernes, 18 de abril de 2008

Adoradores del Sol

La sociedad actual concibe la educación desde el punto de vista de su utilidad. Las enseñanzas recibidas deben resultar útiles para propiciar la inserción de los alumnos en el mercado laboral. De ahí que aquello que no tenga una relación directa con la consecución inmediata de un puesto de trabajo resulte de por sí inútil y no sea necesario estudiarlo o aprenderlo. Pero claro, lo que resulta útil para encontrar trabajo depende de la situación social del interesado, de tal forma que mientras que los alumnos de las clases privilegiadas que aspiran a empleos de alto nivel se ven obligados a tener una formación cada vez más completa, los hijos de las clases bajas que sólo aspiran a puestos no cualificados no necesitan aprender nada. De hecho, el lado siniestro de esta concepción permite que para conseguir ese empleo tan sólo se necesite un título, así que los institutos se han convertido en una fábrica de títulos que se regalan a los alumnos. Si no se enseñan contenidos porque no son útiles, si lo único útil es el título y la escuela tiene la obligación de preparar a los alumnos para el mercado laboral, entonces su única labor queda reducida a dar títulos. Y como ya no se enseña nada y de alguna forma hay que llenar el tiempo por el que se paga a los profesores se hacen cursos de técnicas pedagógicas, se rellenan informes de todo tipo y se llevan a cabo multitud de actividades extraescolares.
Como ya no se trata de aprender aparece una concepción secundaria de la educación y es que debe ser divertida. Si los alumnos no necesitan saber, si no les resulta útil el conocimiento, entonces que se lo pasen bien, que se diviertan. Los profesores son así payasos de circo que en vez de enseñar tienen que divertir a sus alumnos y si a alguno se le ocurre salirse del guión la respuesta es unánime por parte de alumnos, padres y pedadogos: "Eso es aburrido y la educación debe ser divertida. Es usted un mal profesor". Los alumnos ya no son responsables de su aprendizaje y a la larga -como se demostrará en su vida adulta- ya no son responsables de nada. La responsabilidad siempre es de otro -el profesor, el Instituto, la familia, la sociedad- de quien sea menos del individuo.
Este es el problema más inmediato de la educación: su concepción como algo que debe resultar útil. La educación debe resultar útil, si, pero no para obtener un puesto de trabajo, sino para comprender la realidad en la que está inserto el alumno. La realidad social en la que vive, infinitamente s amplia que su barrio, su pueblo o sus relativamente escasas relaciones sociales y que es la que determina su pequeña realidad individual. Y la comprensión de esta realidad exige el aprendizaje de contenidos científicos. Quien no conoce la realidad no puede comprenderla. Y quien no comprende la realidad acaba adorando al Sol. De hecho, ya vivimos en una sociedad de adoradores del Sol, lo que ocurre el que el sol ha cambiado de nombre. En la Antigüedad, donde la realidad era una realidad natural, se adoraba como dioses a los fenómenos naturales que no se comprendían. Hoy, que vivimos en una realidad social, el sol se llama Raúl, David Bisbal, Fernando Alonso o Yamaha. Y como en los tiempos antiguos existían castas sacerdotales que tenían interés en mantener a la masa en la ignorancia habría que preguntarse cuál es la casta privilegiada que hoy pretende -y consigue- lo mismo.
A lo mejor si se respondiera a esta pregunta encontraríamos respuestas a otras muchas que hoy se plantean los prebostes de la sociedad casi de manera desesperada. Porque la ignorancia es la última causa de todo aquello que no comprenden. Los que apalean a una persona y lo graban con un teléfono móvil tendrán un carácter más o menos violento, pero sobre todo son unos ignorantes; el que discrimina, margina o mata a otro ser humano porque su color, su religión, su raza, su orientación sexual, sus ideas, su corte de pelo o su equipo de fútbol es distinto en ante todo un ignorante; el que asesina a su mujer o a su pareja es por encima de todo un ignorante y el que tira a una cabra desde un campanario es, sencillamente, un ignorante.
Y resulta que solución a todo esto se descubrió hace tres siglos. Se llama Ilustración. Esa Ilustración cuya heroica expulsión a pedradas del suelo patrio estamos celebrando ahora con todo el boato y el fasto digno de tan magno acontecimiento. La Ilustración es educación y eso es lo que hoy estamos echando de menos. Parafraseando a Kant diríamos que esta época de avance científico y tecnológico sin precedentes sigue sin ser una época ilustrada. Y siguiendo con Kant -y este podría ser el resumen de todo lo escrito- hay que recordar una y otra vez que "tan sólo por la educación puede el hombre llegar a ser hombre".
La respuesta fácil al problema planteado más arriba consiste en decir que éste está en la sociedad, y que la escuela no puede luchar contra la sociedad, así que adopta sus roles y los perpetúa. Pero resulta que la labor de la educación es precisamente esa. Formar a los individuos y así cambiar la sociedad, que no es otra cosa que las relaciones que se establecen entre sus miembros. Quizás la escuela no pueda hacer una revolución, pero si puede crear una sociedad más educada. Y una sociedad educada es ya una sociedad distinta. Una sociedad más libre que ya no adora al Sol

viernes, 11 de abril de 2008

Revolución es educación

Hoy en día la Revolución -con las condiciones sociales objetivas y subjetivas existentes- es una tarea imposible. Y voy a tratar de explicar por qué. Para empezar, es evidente que la revolución no la van a llevar a cabo -ni hoy ni nunca- un montón de niños burgueses con rastas y palestinos que ocupan locales para pasárselo bien y juegan precisamente a eso: a hacer la revolución. La revolución no es un juego, aunque tampoco tiene que ser necesariamente violenta. Una revolución es un cambio en las relaciones de producción, en las relaciones sociales y en la psique de la población que supone un progreso hacia la liberación efectiva de los seres humanos. Y ese cambio no tiene porqué ser violento ni tiene porqué conducir al derramamiento de sangre ni al enfrentamiento civil. Puede ser pacífico, e incluso gradual. Según la teoría clásica marxista de la revolución ésta se produce cuando el desarrollo de las fuerzas productivas no puede seguir conteniéndose dentro del marco de las relaciones de producción, cuando el desarrollo de las fuerzas productivas deja obsoletas a las relaciones de producción y las contradicciones sociales salen a la luz. Ahora bien, según la teoría clásica también es necesario que la población tome conciencia de esas contradicciones y de la necesidad del cambio social, de la necesidad de la revolución. Si esto no ocurre entonces ésta tiene que manifestarse como un golpe de fuerza, el poder resultante será un poder débil que no contará con el apoyo de la masa social y tendrá que transformarse -para contener a la contrarrevolución- en un sistema totalitario que anule la libertad de los individuos. Si, como hemos dicho, toda revolución debe constituir un progreso en la liberación del ser humano un proceso de este tipo no puede ser considerado una revolución y el régimen resultante de él no será un régimen revolucionario.
El centro de la posibilidad de la revolución se sitúa en las condiciones sociales tanto objetivas como subjetivas. Si estas condiciones están desarrolladas la revolución en su sentido más estricto será posible, si no lo están será imposible y nos encontraremos ante una situación como la descrita más arriba. Es muy común escuchar desde ciertas posiciones de la izquierda que las condiciones están ya dadas, sin embargo la revolución no se produce lo que lleva a los teóricos de la izquierda a romperse la cabeza intentando encontrar un porqué y en eso se les van todas las fuerzas. Y la respuesta está clara. Si no se da la revolución es porque las condiciones sociales no están desarrolladas y en vez de perder el tiempo elucubrando sobre las causas de por qué no se da el cambio revolucionario los intelectuales de izquierda deberían emplearlo en algo mucho más práctico, por ejemplo en propiciar el desarrollo de esas condiciones.
Las condiciones necesarias para permitir una revolución son objetivas y subjetivas. Las condiciones objetivas fueron descritas por Marx y tienen que ver con el desarrollo de las condiciones materiales, la existencia de una clase revolucionaria lo suficientemente culta como para poder tomar bajo su control los medios de producción y el gobierno del Estado y la posibilidad de que la revolución se de en todos los países del entorno, porque si sólo se da en un país éste no podrá soportar la presión -no sólo militar sino sobre todo ideológica- de verse rodeado de Estados enemigos de la revolución. De estas condiciones la primera se cumple en los países occidentales, pero no en los países de América Latina donde muchos izquierdistas europeos ilusos o torticeros han puesto las esperanzas de la revolución socialista. En estos países el socialismo supone el reparto de la escasez con lo cual, en palabras del propio Marx, "ha vuelto otra vez la misma mierda de antes". Y esto ni es socialismo ni es revolución.
El segundo grupo de condiciones, la existencia de una clase revolucionaria culta, es ya muy dudoso que se de incluso en los países occidentales. La cultura de la masa social es cada vez más escasa -por no decir inexistente-. Nadie en su sano juicio puede hoy pensar que los trabajadores de una fábrica -esos que nos encontramos todas las mañanas en el Metro leyendo el Marca, esos que pasan su tiempo de ocio pegados al televisor consumiendo programas basura- puedan dirigir una empresa y mucho menos un Estado. Esta condición nos llevaría incluso más allá, a la existencia misma de una clase revolucionaria. No vamos a entrar aquí en este tema porque sería demasiado complejo, pero está claro que la clase revolucionaria no es un montón de adolescentes con pelo largo que hacen botellón en casas okupadas. En cuanto al tercer bloque de condiciones es evidente que la globalización supone que, o bien las condiciones del socialismo se dan en todos los países del globo o no se dan en ninguno.
Las condiciones subjetivas fueron descritas por Gramsci y hacen referencia sobre todo al consenso. Un sistema revolucionario es sobre todo un sistema democrático que no se puede imponer si toda la población no está de acuerdo. Estas condiciones subjetivas, teniendo en cuenta el desarrollo material del sistema capitalista y-sobre todo- las experiencias pasadas y actuales del sistema socialista no parece que se puedan dar tampoco. Pocos habitantes de un Estado occidental estarían dispuestos a cambiar su modo de vida para vivir como se vive en Cuba o en Corea del Norte.
¿Significa esto que la revolución es imposible para siempre?. No. Significa que hay que desarrollar esas condiciones que hoy no se dan con una labor de educación de la población. Los cambios en la superestructura producen cambios en la infraestructura de la misma forma que los cambios en la infraestructura los producen en la superestructura. Esto es marxismo de manual. O se educa a la masa social de tal forma que se transforme el conjunto de ideas que posee -es más, se la educa para que posea ideas, para sacarla de la incultura, que es el paso preliminar. Hoy en día que más que cambiar la superestructura en lo referente a los individuos habría que crearla- o la revolución seguirá siendo imposible. La labor revolucionaria en estos momentos, la función de los intelectuales de izquierda -en vez de perder el tiempo en elucubraciones inútiles- ha de ser esa: la educación. Hoy más que nunca la Revolución es educación.

viernes, 4 de abril de 2008

La Agonía del comunismo o de por qué no han entendido nada

Voy a aclarar algo que afirmé no hace mucho acerca de que el PCE estaba muerto políticamente. Entiendo que todo partido comunista -de ideología consiguientemente marxista- tiene como objetivo último la consecución de un modo de producción y un sistema social y político de corte socialista. A poco que se conozca el pensamiento de Marx se sabe que éste dejó muy claro que un sistema socialista sólo podría darse cuando estuvieran desarrolladas tanto las condiciones sociales objetivas como -y esto es lo que se suele olvidar- las subjetivas. Es decir, no sólo es necesario que las fuerzas productivas rompan el marco de las relaciones de producción, sino que además esto se refleje en la superestructura de la sociedad y que -como aportó Gramsci- la psique social esté dispuesta a vivir en un sistema socialista. No sólo basta con que las contradicciones sociales salgan a la luz, además es necesario que los individuos sean conscientes de ellas y de la necesidad de su superación en el socialismo. No se puede implantar un régimen socialista en un país subdesarrollado económicamente -ya dejó también dicho Marx que el socialismo no puede ser el reparto de la escasez- pero tampoco se puede imponer el socialismo cuando la mayoría de la población está en contra de él- ya sea por convicción política o por ignorancia, en todo caso porque no se han transformado las formas de conciencia ideológicas de la superestructura-. Si esto ocurre, el Partido en el poder es tan débil que se ve obligado a recurrir a la coacción y a la violencia física para mantenerse, tiene la necesidad de eliminar las libertades del sistema burgués (recurriendo de nuevo a los clásicos Marx escribió que el socialismo no debía anular las libertades y los derechos burgueses, que constituyen en última instancia un logro y un progreso social, sino desarrollarlos hasta que alcanzaran su máxima plenitud) y no puede convocar elecciones porque éstas le borrarían del mapa político, obviando la afirmación de Engels de que la forma propia de la dictadura del proletariado es la república democrática -democrática de verdad, no como las antiguas repúblicas democráticas de los países del Este que de democráticas sólo tenían el nombre-.

Todo esto viene a cuento de lo siguiente. Cualquier marxista mínimamente informado sabe que hoy en día se dan, si no todas, si una gran parte (y en todo caso las que hacen referencia al desarrollo económico) de las condiciones objetivas necesarias para el cambio de sistema, pero no se da ninguna de las condiciones subjetivas. Aunque sea una obviedad dentro del pensamiento marxista no está de más recordar que un cambio en la infraestructura no produce de manera inmediata un cambio en la superestructura. Este cambio en la base de las condiciones subjetivas hay que desarrollarlo, hay que provocarlo. Y esta es la función que el PCE y otros partidos comunistas y grupos de la izquierda marxista europeos no han sabido llevar a cabo. Han abandonado la labor imprescindible de educación de la masa social -con el Partido como vanguardia en el sentido gramsciano (y yo diría también que leninista) de liderazgo moral, intelectual y político de la clase trabajadora, no como caudillo indiscutible- por el afán profundamente burgués de alcanzar el poder a toda costa. Y ese ha sido su suicidio político. El PCE ha renunciado a su esencia marxista -si es que alguna vez la tuvo, aunque mantenga el nombre, desde luego no en su época estalinista de la que aún quedan restos- y se ha alineado en el mismo campo que otras fuerzas de la izquierda política, a saber, el PSOE. Ante dos partidos de izquierda que mantienen idénticas posturas ideológicas -y esta es la idea que sostengo: que aunque sus programas políticos sean distintos su estructura ideológica es idéntica- el más débil necesariamente ha de ser absorbido por el más fuerte y desaparecer, o unirse a él e intentar más o menos sobrevivir. Aunque el PCE siga hablando de revolución ha de saber que en las actuales condiciones subjetivas -propiciadas, entre otros, por él mismo como Partido- ésta es imposible y su propia estructura ideológica la imposibilita todavía más. El PCE, por lo tanto, está muerto y enterrado. Y desde un punto de vista estrictamente marxista seguiría muerto aunque obtuviera doscientos escaños.