viernes, 16 de noviembre de 2018

Inquisición new age


Fue Napoleón quién derogó la antigua Inquisición eclesiástica y medieval en España. Hoy, sin embargo, vemos florecer una nueva Inquisición, muy moderna ella, muy en la onda, muy new age, en definitiva, que nada tiene que envidiar a la del siglo XIV y que, en algunos aspectos, la supera con creces. Esta Inquisición new age, también tiene sus brujas y sus herejes a los que quemar, solo que ahora se trata de las brujas y los herejes de su pensamiento políticamente correcto, o, más bien, habría que tachar el “políticamente” y dejarlo directamente en “correcto”. Hay un pensamiento correcto y otro que no lo es, y ese que no lo es el que persigue nuestra particular Inquisición. Es por ello que estos nuevos inquisidores, escondidos en los más recónditos rincones de la política, el periodismo o la cultura, también invitan a los ciudadanos a la delación, a la denuncia anónima, todo en nombre del progreso y del desarrollo de la humanidad –de su humanidad-. No es de extrañar, así, que cualquier imbécil le interpele a uno por la calle por que, refugiado en y protegido por la verdad del pensamiento -único, considere intolerable y digno de la hoguera virtual –y no tan virtual- que se tire una botella de vidrio en un contenedor de papel, o algo así.
            La nueva Inquisición, al igual que la de toda la vida, se apoya en la ignorancia de la masa, pero, a diferencia de ella, no tiene detrás una teología profunda y compleja, desarrollada por unos sujetos que podrían ser lo que fueran, pero a los que nadie podía negar una amplísima cultura y una grandísima potencia intelectual. Los inquisidores de hoy solo demuestran su mogigatería, su papanatismo, su cretinismo y su pijerío. Porque si algo caracteriza a los inquisidores new age es precisamente eso: que son unos mojigatos, unos papanatas, unos cretinos y unos pijos, eso sí, ocupando puestos importantes en la Administración, los medios de comunicación o la Universidad. Sin embargo, hacen gala de la misma ignorancia de la que hacen gala las masas que siguen a pies juntillas su puritanismo trasnochado. Porque hay que ser muy ignorante para censurar canciones sin conocer, o sin querer conocer, el ambiente cultural de libertad creativa absoluta en el que esas canciones surgieron, porque hieren sus sensibilidades de papel de fumar. Lo mismo que hay que ser muy ignorante para quitar una estatua de Colón en Los Ángeles diciendo que era un genocida, eso en un país que está edificado sobre el genocidio de los nativos americanos, como si en California hubieran vivido siempre latinos ricos y artistas progres y no apaches, comanches y navajos de los que ya nadie se acuerda. Porque la nueva Inquisición no es propiedad exclusiva de nuestro país y se desarrolla en todos los ambientes y condiciones.
            Y, en fin, como toda Inquisición fundada en un único pensamiento correcto, esta nueva también acaba desembocando en una sociedad totalitaria, en donde aquel que no piensa lo que debe ser pensado, aquel que aún se atreve a ejercitar eso que tanto se denostó en el siglo XVII y los albores del siglo XVIII y que se llamó libre pensamiento se encuentra cada vez más señalado, asfixiado e incluso perseguido. Es tachado de loco o de enfermo y tiene que ver como sujetos que en cualquier otra épca estarían destripando terrones ahora son los que marcan las tendencias y los que deciden lo que se debe de hacer, se debe de decir, se debe de pensar, se debe de cantar, se debe de escribir o se debe de pintar. Claro que yo pienso seguir pensando y diciendo lo que me salga de los cojones, por muy sexista que sea la expresión.

martes, 13 de noviembre de 2018

De la Ley y la Justicia


Pues yo voy a defender a los jueces, entre otras cosas porque prefiero que me juzgue un juez a un periodista o un tribunal popular. Dando por hecho que hay jueces incompetentes como hay médicos o conductores de autobús incompetentes, y que supongo que habrá jueces corruptos como hay políticos o funcionarios corruptos, creo que quien ha hecho las declaraciones más acertadas en todo este lío  -más ruido- que desde hace tiempo se está montando en este país con las sentencias judiciales –curiosamente, solo con las españolas: las belgas o las alemanas no, aunque incidan en asuntos nacionales- ha sido el presidente del Tribunal Supremo, señor Lesmes, cuando afirmó que la ya famosa y archiconocida sentencia de dicho tribunal sobre el Impuesto de Actos Jurídicos Documentados era la consecuencia de la ambigüedad de las leyes. Efectivamente la culpa de que las sentencias judiciales acaben reflejando la opinión subjetiva de un señor o señora –o de un grupo de ellos- la tiene quien les otorga esa facultad, es decir, aquél que hace dejación de sus funciones y deja que sean ellos los que decidan sobre un determinado asunto. Si las leyes fueran claras y contundentes y la labor de los jueces se limitara a aplicarlas, y no a interpretarlas, nada de esto ocurriría.
            Lo que el señor Lesmes insinuaba es que la separación de poderes, entre otras cosas, implica que cada uno de ellos cumpla con la función que le ha sido asignada en el Estado de Derecho. El poder judicial aplica las leyes que emanan del poder Legislativo. Y el problema no es del poder Judicial, sino del poder Legislativo (el Parlamento, para quién no lo sepa), que hace ya años que ni está ni se le espera. Y ello por dos razones. La primera de ellas es que hacer una ley que tenga como objetivo prever algo que puede ocurrir, y no leyes que respondan a los problemas –más o menos graves-  que en esos mismos instantes preocupan al “pueblo” -preocupación que viene generada, más que por los propios problemas, por el tratamiento alarmista que de ellos hacen los medios de comunicación, a sueldo en la mayoría de los casos de los políticos que luego hacen las leyes ad hoc- no da réditos electorales inmediatos, como tampoco da votos hacer una ley clara y concisa que deje ver de forma transparente la voluntad del legislador, pues puede ser que esa voluntad sea contraria a o no coincida con lo que los votantes esperan de él. Así que lo mejor es que las leyes sean confusas, que valgan lo mismo para un roto que para un descosido y que luego tenga que llegar un juez a interpretarla y a aguantar los palos. Porque el juez se va a llevar los palos diga lo que diga. Se afirma que los jueces de la sentencia citada más arriba estaban presionados por la banca –que lo estaban- pero de la misma forma hubieran estado presionados por las asociaciones de afectados por las hipotecas si hubieran dictaminado en sentido contrario. Si las  manifestaciones que se montaron a raíz de las sentencias del caso aquel de “La Manada” no eran para presionar a los jueces ya no sé lo que eran. Y esto es algo que se dará con mas frecuencia si los legisladores, en vez de legislar, se dedican a agitar a las masas cada vez que un juez emite una sentencia que va en contra de sus intereses o simplemente de sus gustos.
            La segunda razón de la que hablaba más arriba tiene que ver con que aquí se confunde cada vez más quién es el legislador, es decir, quién tiene que hacer las leyes. Y el legislador no es el Gobierno, que es poder ejecutivo. Así que gobernar por decreto, como hace nuestro bien amado líder-presidente, es usurpar las funciones del poder legislativo y tampoco es la solución. Hacer un Decreto que diga que son los bancos los que deben pagar el impuesto de marras no es más que populismo, además muy barato.

jueves, 8 de noviembre de 2018

Ruido


Dicen que decía Schopenhauer que la inteligencia era una facultad del ser humano que aumenta o disminuye de forma inversamente proporcional a su capacidad para soportar el ruido. Vamos, que cuanto más ruido fuese uno capaz de soportar más tonto era y a la inversa. Suponemos que el viejo Schopenhauer se refería en este adagio al ruido sonoro, al ruido que perturba los oídos y rompe el silencio, mas si tomamos como cierto el acontecido según el cual cedió su balcón y sus gemelos de teatro al comandante de las fuerzas que reprimían a las masas revolucionarias en la Prusia de 1848, porque el ruido que éstas hacían le molestaba para pensar.
            Hoy es de tener muy en cuenta la  supuesta frase del filósofo alemán, no tanto porque la alteración de las ondas sonoras nos aturda, que también, sino sobre todo porque el ruido mediático e informativo, el ruido mental que cualquier hecho, por nimio que sea, produce en la sociedad, también nos impide, hasta límites insospechados, pensar con claridad. Al menos, nos lo impide a los que estamos acostumbrados a pensar. Supongo que para aquellos que nunca han pensado y se han dejado siempre llevar por el ruido no existirá diferencia alguna entre esta época de ruido y otras de, quizás, un poco más de silencio.
            Y es que, como decía, cualquier hecho provoca un ruido ensordecedor. Cualquier sentencia judicial, cualquier decisión política, cualquier acontecimiento deportivo o social, cualquier payasada de un payaso, hace que cualquiera –y cuando digo cualquiera digo todos, y cuando digo todos digo todos sin excepción, tanto catedráticos como jueces, como periodistas, como cerrajeros o como encofradores, que para eso estamos en una democracia donde todo el mundo tiene derecho a opinar, faltaría más- se lance a la palestra del ruido para contaminar en la medida de sus posibilidades cualquier posibilidad de debate tranquilo y relajado, cualquier posibilidad de una reflexión pausada, de un análisis minucioso de los acontecimientos que, a lo mejor, no son tan terribles como nos hace creer el ruido. O a lo mejor sí, pero en todo caso es algo imposible de detectar en la vorágine del ruido.
            El caso es que a los que todavía el ruido no ha terminado de embotarnos del todo la inteligencia, y siguiendo con Schopenhauer, sospechamos que detrás de aquél siempre hay algo más, un sonido que no se deja oír y que es el que maneja el ruido. En la mayoría de la masa el ruido no es más que la manifestación de la ignorancia. Porque si bien es cierto que todo el mundo puede opinar lo que quiera, siempre y cuando el que opine sea uno mismo, también lo es que siempre llevamos la razón, y la mejor manera de demostrarlo es hacer más ruido que los demás. Pero por otro lado el ruido es el instrumento que utilizan algunos para esconder lo que no debe ser pensado. Y así, lanzan el ruido sabiendo que la masa ignorante lo amplificará. La propaganda es un instrumento muy potente y, ante cualquier acontecimiento, en seguida los medios de comunicación, a las órdenes de la política, se encargan de abrir sus cajas de truenos, nos amenazan con los males del inferno y magnifican los acontecimientos como si no hubiera nada más importante. Como consecuencia, si uno quiere huir del ruido y pensar con calma será visto –y tratado- como sospechoso, como enemigo, da igual de qué lado venga el ruido, porque viene de todos lados. Así que parece que Schopenhauer tenía razón y aunque no sea mas listo un profesor de filosofía que un cocinero, la verdad es que a mi me gustaría que me dejaran pensar un poco.