miércoles, 15 de septiembre de 2010

¿Qué hacemos?

 No seré yo quién defienda las actuación de los sindicatos de este país en los últimos diez años. Su política de entreguismo, de negociar a toda cosa lo que fuera, de hacer concesiones sin cuento en nombre de una falsa responsabilidad: su afán de salir en la foto, en suma, han dado alas a los empresarios que ahora se creen facultados para exigir cualquier cosa. De aquellos barros vinieron estos lodos. Tampoco voy a ser yo el que defienda actuaciones folclóricas y sin sentido que lo único que hacen es dar carnaza a los medios de comunicación de la extrema derecha y a los sectores políticos y sociales más rancios de este país. Pero no se nos debe olvidar que, antes de estos diez últimos años de deriva ideológica –en la que han caído, no sólo los sindicatos, sino toda la izquierda- las organizaciones sindicales fueron un pilar fundamental para asentar las bases del Estado social del que disfrutamos en la actualidad y que es el que se está desmontando a marchas forzadas desde ámbitos políticos de uno y otro signo. Ámbitos políticos, que no ideológicos, pues mientras entre PP y PSOE no existe apenas diferencia en cuanto a su política social y económica, entre la izquierda y la derecha la brecha es cada vez mayor. Si alguien está pensando que con esta afirmación quiero decir que el PSOE no es un partido de izquierda, ha acertado plenamente.
 El hecho es que, aunque los sindicatos se hayan desprestigiado a si mismos, algo hay que hacer en la situación actual. Un país con cuatro millones de parados, con una reforma laboral aprobada ya por el Parlamento que va a suponer una precarización del mercado de trabajo sin precedentes (despido más barato, más contratos basura, campo libre a los empresarios para despedir a su antojo a cualquier trabajador, institucionalización de las ETT´S, etc.), una reforma de las pensiones en puertas que nos va a obligar a trabajar más para recibir menos, una rebaja generalizada de los salarios o colectivos de trabajadores que llevan meses sin cobrar sus nóminas, no puede decir que no hace una huelga general por no hacer el juego a los sindicatos. Un país que actúa así es un país estúpido que se merece el gobierno que tiene y todo lo que le pasa. Si la movilización sindical va en contra de los principios de la gran mayoría de los ciudadanos (cosa que dudo, sobre todo porque dudo que la gran mayoría de los ciudadanos tenga ya ningún principio), entonces esos mismos ciudadanos tienen (tenemos) la obligación de organizar una movilización civil. Sin embargo la postura es la contraria: como los sindicatos no hacen nada, entonces yo no hago nada: ahora bien, cuando hacen algo, yo tampoco hago nada para no seguirles el juego.
 Y sin embargo la cosa es tan obvia que parece mentira que todavía haya alguien que no se de cuenta. Si durante años se ha estado idiotizando a la gente desde las más diversas instancias, empezando por la institución educativa y terminando por los periódicos deportivos, no es de extrañar que ahora la sociedad piense que quien tiene razón es el que más grita, ya sean los pseudoperiodistas mamporreros de la derecha más reaccionaria, los políticos corruptos o aquellos que ven la oportunidad de ganar unos cuantos votos atacando, desde la demagogia más descarada, a unos sindicatos a los que la misma sociedad ha condenado a la hoguera como los máximos responsable de la situación nacional. Y cuidado, que a la socialdemocracia en el poder le interesa esta situación tanto como a la derecha: cuanto más desinformada, alienada y estupidizada esté la población mejor para todos aquellos a los que les conviene mantener el statu quo. Esta dinámica nos conduce irremediablemente a una tiranía –aunque sea salida de las urnas- como la de Berlusconi en Italia, porque una tiranía no deja de serlo porque todo el mundo esté de acuerdo con ella. Así que algo habrá que hacer. El caso es que, cuando las dos últimas portadas de los medios de comunicación han estado ocupadas por la victoria de Nadal y el embarazo de Penélope Cruz, uno piensa que cada pueblo tiene lo que se merece. Aun así yo sigo insistiendo: señores ¿qué hacemos?

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