jueves, 21 de mayo de 2020

La racionalidad del encierro

Los seres humanos son seres racionales, y por lo tanto se les supone racionalidad en todas sus decisiones y en todos sus actos. Cuando uno de esos actos es un acto absoluto, como el encerrar a toda la población durante un período indeterminado de tiempo, eliminando sus derechos más básicos, no solo civiles, sino incluso humanos, se supone que la racionalidad que guía ese acto debe ser también absoluta. Analicemos, pues, la racionalidad de un acontecimiento como el citado y veamos si es realmente racional. Vamos a realizar este análisis desde tres aspectos que cubren, si no en su totalidad si en su gran mayoría, eso que se lama racionalidad. Estos tres aspectos son la racionalidad de las acciones según deseos y creencias, la racionalidad como cálculo coste-beneficio y la racionalidad moral.

            Todos los teóricos coinciden en asegurar que la base de la racionalidad humana es actuar de acuerdo con las creencias y los deseos que se poseen. Si alguien actúa en contra de sus creencias y deseos, en principio, podemos asegurar que se comporta irracionalmente. Es decir, si alguien desea curarse de un cáncer de pulmón y se pasa el día fumando, parece que nos encontramos ante una acción irracional. Ahora bien, también puede ocurrir que la acción conforme a deseos y creencias resulte irracional, si las creencias que guían esa acción son en sí mismas irracionales. Ese es el supuesto en el que hay que situar el encierro de la ciudadanía. Pues ese encierro, que en principio podría parecer racional, se torna irracional cuando se fundamenta en el miedo, un sentimiento irracional, o en una proyección al futuro que no puede ser conocida en el presente. Mantener el encierro por miedo a un rebrote de los contagios, es irracional, pues no es posible saber si se va a dar o no ese rebrote. Solo podemos saber aquello de lo que se tienen evidencias empíricas y en este caso esas evidencias no se dan. Tampoco es posible hacer una generalización inductiva pues el número de casos a observar -en este caso China- es demasiado pequeño y por tanto irrelevante. Desde este punto de vista, por lo tanto, la creencia en el rebrote es irracional.

            Si nos paramos ahora a observar el cálculo de coste-beneficio del encierro veremos que este es el criterio que se ha seguido para mantenerlo, aunque en realidad el beneficio sea para los gobernantes y el coste para el resto de la población. Así, se nos dijo en su momento que el encierro había salvado 16.000 vidas -ahora hablan de 300.000; no sé muy bien de dónde habrán sacado ese cálculo a todas luces exagerado. Ahora bien, el coste humano no solo se debe calcular en el número de vidas que se puedan salvar en un principio. ¿Es racional, desde este punto de vista, matar a una persona para salvar a 100? Parece que sí. Pero el encierro funciona al revés, por salvar 16.000 vidas se van a perder muchas más. Muchas más porque las consecuencias del encierro son, ya empiezan a ser, terribles: terribles a nivel económico y, por lo tanto, terribles a nivel humano. No es cierto que haya que elegir entre la economía y las personas porque la economía son las personas. No tardaremos en empezar a ver -ya lo hemos visto- pobreza y miseria, hambre y todas las enfermedades, patologías y problemas sociales asociados a la falta de trabajo y de expectativas de futuro, cuando no a la falta de las condiciones básicas necesarias para sobrevivir. Veremos muertos por hambre, por enfermedades asociadas la mala alimentación, por suicidios, etc. Muertes que supondrán un coste humano que no superará el beneficio del encierro, puesto que durarán seguramente años.

            Esto nos lleva a tener en cuenta la racionalidad moral. Hay que salvar una vida hoy aunque mañana se pierdan 100, se dice. Ya hemos visto en el apartado anterior que ese cálculo no es racional. Se supone que lo moral es aquello que resulta universalizable. Y resulta universalizable porque es algo que se quiere para toda la especie humana. Esa es la consideración de Kant, y es la que se mantiene hasta ahora. Ahora bien, ¿es deseable, y por lo tanto universalizable, para toda la especie humana una situación en la que se pierde la esencia de la humanidad? Es decir, ¿alguien podría desear una situación en la que todos loe seres humanos, incluso él, dejaran de ser seres humanos? Porque esta es la situación que se da en el encierro, no lo olvidemos. El ser humano son sus relaciones sociales, esto lo han dicho todos los pensadores que en el mundo han sido desde Platón hasta Marx. Si los seres humanos viven encerrados y pierden esas relaciones sociales, dejan ser de ser seres humanos, pierden lo que les hace ser tales. De esta manera, parece que el encierro tampoco es racional desde este punto de vista moral.

            Hay que concluir pues, que el estado de alarma es irracional. Y lo es por inmoral e inhumano.

martes, 19 de mayo de 2020

La izquierda que no es

Dicen que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Si esa ceguera es ideológica se provoca, además, la idiotización. Y la idiotización lleva a aceptar posturas que niegan todo aquello que se dice defender. Esto viene a propósito de una nueva manera de entender la izquierda política, que ya se ha convertido en el pensamiento oficial (y único) de la izquierda y que no tiene nada que ver, sino que más bien niega, los fundamentos de lo que siempre hemos entendido por “izquierda” aquellos que somos, y aún seguimos siendo mal que les pese a algunos, de izquierda.

            No me voy a referir aquí a las actitudes de aquellos dirigentes que, diciéndose de izquierda, han ocupado el poder.  El objetivo último de todo político, sea de la tendencia que sea es alcanzar el poder, y si ese o esos políticos tienen un afán de poder tan desmedido como tienen los que ahora nos gobiernan, no es de extrañar que hagan todo lo posible por mantenerlo. Al fin y al cabo ya se dice que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. Me voy a referir, más bien a la gente de izquierda, a la masa de la izquierda que son los que son sus actitudes sostienen a estos dirigentes en el poder.

            La izquierda actual, desde esta perspectiva, es una izquierda que no es. Y no es porque no es nada de lo que tradicionalmente ha sido la izquierda. En concreto, no es ni democrática, ni crítica, ni inteligente. La izquierda (la neoizquierda la llamé alguna vez) no es democrática porque reniega de todos los instrumentos de la democracia conocidos. Así, no solo acepta, sino que aplaude y exige, el secuestro del parlamento, que es la sede de la voluntad popular, e incluso la anulación de los derechos civiles y sociales más básicos recogidos en la Constitución, entre otras cosas porque tampoco parece que acepte mucho la Constitución. Se inventa una democracia nueva, la democracia asamblearia, eso si, siempre y cuando esa asamblea, que debería ser la de toda la humanidad, esté formada tan solo por aquellos que profesan las mismas ideas de uno. Esto, por otra parte, hace que la izquierda pierda su famosa primacía moral, porque esa primacía moral se basaba precisamente en considerar a toda la especie humana parte de una misma clase, toda la raza humana está alienada y toda la raza humana se debe liberar. Si no se considera a toda la humanidad, sino solo a una parte, entonces no hay argumentos morales para sustentar las teorías de la izquierda sobre ninguna otra. Con lo cual la asamblea no es más que un reflejo de las creencias de quienes la constituyen y no un verdadero instrumento democrático.

            Precisamente por lo anterior, la izquierda ha dejado de ser crítica. Ya no existe ese pensamiento crítico, ese debate interno y continuo que podía -y debía- poner en solfa, o al menos someter a la discusión, las decisiones de aquellos que ocupaban los puestos de mando. La izquierda de hoy en día es una izquierda seguidista del poder. Se acepta todo lo que emana del gobierno sin ningún atisbo de duda y son someterlo a la más mínima reflexión ni análisis racional. Estamos, así, en las antípodas de la izquierda, o en todo caso en la izquierda totalitaria de Stalin y Mao. Se dobla la cerviz antes las decisiones del líder, porque se considera que el líder es el que sabe lo que nos conviene y todo aquel que no acepta esas decisiones, todo aquel que no es de los nuestros es el enemigo al que hay que eliminar. La izquierda, así, se convierte en dogmática, sectaria y maniquea. O estás con nosotros estás contra nosotros. Nosotros estamos en el lado de los buenos, luego todos los demás son los malos, y a los malos hay que humillarlos, despreciarlos, insultarlos, en última instancia, eliminarlos.

            Pero esto no es más que un reflejo de que la izquierda ha dejado de ser inteligente. La inteligencia es la capacidad de adaptarse al medio, es decir, la capacidad de leer la realidad y de interactuar con ella del modo más conveniente para nuestro desarrollo, o nuestros intereses. La masa de la izquierda ha perdido esa capacidad de leer la realidad. Vive en el mundo ideal e imaginario que le proyectan sus líderes Así, no se da cuenta de que esto no se trata de verdes o azules, sino de seres humanos. No se da cuenta de que el Gobierno le está enfrentando con otros seres humanos, que le ha lanzado el hueso de los manifestantes de derechas, que previamente han sido calificados como poco menos que genocidas y enemigos de la humanidad, para que lo muerdan y se olviden de lo que realmente está pasando. Para que no se den cuenta de que las consecuencias económicas de un estado de alarma interminable, irracional e innecesario, las van a pagar ellos, y no los que tienen enfrente, que ya tienen el riñón bien cubierto. No se dan cuenta de que los que deberían estar manifestándose tendrían que ser elllos, la gente de izquierdas, porque van a ser los que van a sufrir las consecuencias del afán de poder de sus líderes.

            De esta manera, la izquierda es intercambiable con la derecha. No hay ninguna diferencia entre una y otra. De hecho, si fuera la derecha la que ocupara el poder, la que estarían dando cacerolazos sería la izquierda, la que estaría en contra del estado de alarma sería la izquierda, y la que pediría la dimisión del presidente sería la izquierda. Y una izquierda que actúa así ya no es izquierda.

lunes, 18 de mayo de 2020

Cuentos del encierro: La invasión

Los contactos se habían intensificado en las últimas semanas. Era necesario encontrar una solución cuanto antes. La población se había empezado a despertar y pronto la situación se tornaría insostenible. Había que encontrar cuanto antes una nueva razón para seguir manteniendo las medidas represivas, ahora que el virus había dejado de perder fuerza, tanto biológica como coactiva. Por ello los dirigentes de la nación se habían dirigido a los servicios de inteligencia para que buscaran soluciones al problema que se les venía encima. Estos, después de mucho pensar, creían haber encontrado la solución. Si la gente había perdido el miedo al virus, seguramente no se lo había perdido a los extraterrestres. Era necesario, pues, encontrar una civilización extraterrestre lo suficientemente agresiva como para asustar a la población y, a la vez, lo bastante comprensiva como para aceptar las prebendas que el gobierno estaba dispuesto a ofrecerles a cambio de mantenerles en el poder. Los aliens y los predators, por lo tanto, que era lo que más cerca tenían no parecía que fueran los adecuados para tal fin. Por fin, después de mucho investigar, dieron con lo que estaban buscando en un planeta próximo al Alfa Centauri (todos los extraterrestres vienen del mismo sitio, que quieren que haga yo).

            Al principio los extraterrestres aceptaron con reticencias la idea que les proponía el gobierno de una nación (¿Qué demonios era una nación?) de un planeta situado en la orbita de una estrella enana de la Vía Láctea. A fuerza de conversaciones (menos mal que los extraterrestres poseían programas de traducción universal) empezaron a valorar las ventajas de lo que les ofrecían. Un sitio donde al parecer hacía calor en verano y con playas para tumbarse a no hacer nada. Bares y restaurantes cada dos pasos y una fiesta nocturna continua. Eso, para unos extraterrestres como ellos, que no pensaban más que evolucionar como especie y llegar a ser los más adelantados del espacio para poder invadir planetas y llevarles su tecnología (que, como todo el mundo sabe, es lo que hacen todos los extraterrestres) era un alivio a su duro trabajo diario. No estaría mal, pensaron, poder establecer una colonia de vacaciones  en algún sitio alguna vez.

            Los miembros del gobierno les explicaron, eso sí, que tenían que ser, o al menos aparentar, duros y violentos, porque el objetivo de todo aquello no era otro que asustar lo suficiente a la población como para que aceptara seguir encerrada en su casa durante siete u ocho años más, después de los diez que ya llevaba. Los extraterrestres no acababan de entender muy bien el afán de aquellos humanos en tener encerrada a la gente, pero ya se les había abierto el gusanillo del sol y la fiesta, y no parecían dispuestos a renunciar a ellos por un quítame allá esa desintegración. Así que si había que lanzarse al espacio como las naves del Imperio galáctico, dispuestos a destruir planetas, pues lo harían, faltaría más. Ellos estaban para cumplir.

            Cuando todo parecía hecho y se estaban tratando solo los últimos flecos del acuerdo, el negocio se fue al carajo. De pronto, los gobernantes del sitio aquel que tenían que invadir les comunicaron que de bares y restaurantes nada de nada, que estaban cerrados por el estado de alarma y no tenían claro cuando se podrían abrir, que todo dependía de unas fases de una desescalada (esa palabra la tuvieron que entender fonéticamente porque no venía en sus traductores universales) o algo así. Lo mismo ocurría con las discotecas y la fiesta nocturna. No se sabía muy bien por qué, pero tenía que haber dos metros de distancia entre las personas de aquel lugar (valiente absurdo, pensaron nuestros extraterrestres, será alguna costumbre local). Y de las playas más de lo mismo. Las playas permanecían cerradas hasta nueva orden para evitar aglomeraciones. Los extraterrestres se enfadaron bastante y preguntaron a los dirigentes que por qué no les habían dicho todo esto antes en vez de hacerles perder el tiempo, al lo que los gobernantes del país no supieron contestar y les remitieron a la rueda de prensa que el presidente daba algún día que otro.

            Cerrada la puerta de los extraterrestres ya solo quedaban los zombis.

jueves, 14 de mayo de 2020

Toque de queda

Un toque de queda tiene como principal función hacer que los ciudadanos se queden en su casa para evitar disturbios o saqueos. El estado de alarma es un estado excepcional que tiene como objeto poner freno o paliar una situación excepcional. Si el estado de alarma se convierte en algo normal, si pierde su carácter de excepcionalidad, entonces deja de ser un estado de alarma y se transforma en otra cosa. Es lo que ocurre actualmente en España. El Estado de alarma ha dejado de ser eso, y se ha transformado en lo que llaman la nueva normalidad.

            Vayamos a los hechos. Los hechos son que la situación que provocó la declaración del Estado de alarma ya no existe, y por lo tanto éste ya no cumple ninguna función, o al menos no cumple aquella función por la que se declaró. No se me echen las manos a la cabeza. Hace tiempo que nos movemos en el error de pensar que el estado de alarma tiene como función salvar vidas. Yo no digo que no las haya salvado, porque sinceramente como soy más tonto que los demás no lo sé, pero lo que sí digo es que si las ha salvado esto ha sido simplemente un subproducto de su verdadero objetivo. Si repasan las declaraciones de los miembros del gobierno, de los miembros de la oposición y de los representantes de los medios durante los días inmediatamente posteriores a la declaración de la alarma, todos coinciden en que su objetivo era evitar el colapso del sistema sanitario. Ahora bien, el sistema sanitario ya no está colapsado, de hecho hace mucho tiempo que no lo está. El colapso se mantuvo durante las últimas semanas de marzo y las primeras de abril y poco más. Esos son los hechos. Todos lo demás son elucubraciones sin base empírica sobre una supuesta segunda ola de contagios, algún que otro rebrote, o que por pararnos a charlar con un conocido vamos a provocar el contagio de medio mundo, producto, como dice mi madre, de que tenemos más miedo que vergüenza.

            Si ya no existe la situación objetiva que provocó el estado de alarma ¿por qué se sigue manteniendo? Porque ahora viene muy bien para evitar la protesta social. Viene tan bien para evitar la protesta social (que no es solo de derechas, por mucho que digan, porque ni yo ni el gobierno valenciano somos de derechas) que el presidente del gobierno está pensando el ampliarla por un mes más. Yo no soy jurista, así que no voy a entrar a discutir la constitucionalidad de esta medida, pero vamos, cualquiera que sepa leer puede apreciar que el Artículo 116 de la Constitución española, apartado 2, donde se regula dicho estado explícitamente dice que “el estado de alarma será declarado por el Gobierno mediante decreto acordado en Consejo de Ministros por un plazo máximo de quince días” (las cursivas son mías), aunque supongo que esto, como todo en la actualidad, será interpretable. Es decir, que ya no solo es que se mantenga actualmente dicho estado sin que exista la razón objetiva que lo provocó, sino que se va a mantener durante un mes, sin saber -porque eso no lo puede saber nadie y una cosa es ser Pedro Sánchez y otra ser adivino- cuál va a ser la situación dentro de un mes. Eso sí, se logrará esquivar el control de Parlamento, que permanece cerrado y que solo se abre una vez a la semana y no precisamente para elaborar leyes, que es su función principal, y que con la prórroga de un mes seguirá funcionando a medio gas hasta, curiosamente, el 30 de junio, que es cuando termina el periodo de sesiones, mientras el presidente del gobierno sigue gobernando revestido de poderes absolutos son ninguna cortapisa democrática. Manteniendo encerrados a los ciudadanos durante meses sin ofrecer ningún tipo de solución salvo el encierro en sí mismo, cuando hasta los presos saben cuánto durará su condena. Lo que, según palabras del propio presidente del gobierno, iba a ser una solución temporal amenaza con convertirse en definitiva, a no ser que entendamos que todo es temporal, y que tan temporal es un periodo de quince días como de quince años.

            Repito, el estado de alarma ahora mismo solo tiene como objetivo desactivar la protesta social. Basta con ver la última orden a la policía al respecto de perseguir los mensajes en redes sociales que alienten la protesta contra las decisiones gubernamentales. Porque, mirado fríamente, genera más problemas de los que soluciona, problemas que son los que provocan esa protesta. Problemas económicos que ya estamos viendo y que veremos cada vez más, con personas (PERSONAS) haciendo cola durante siete horas para que les una bolsa de comida, el paro en aumento y el PIB por lo suelos; problemas de descontento social, como ocurrió ya en Italia y Alemania aunque los medios españoles hayan pasado de puntillas por encima de ellos. Y problemas sanitarios, con una previsión de aumentos de los infartos hasta ponernos al nivel de hace veinte años, y un incremento de las enfermedades mentales que aún no se ha cuantificado pero que se anuncia como trágico.  ¿Estado de alarma? No, toque de queda.

miércoles, 13 de mayo de 2020

Cuentos del encierro: La medida

Los medios esperaron al fin de semana para anunciar la nueva medida. Según dijeron, un reciente estudio no publicado y que no especificaba la población de muestreo había descubierto una nueva vía de contagio del virus. Al principio la incredulidad cundió entre los expertos, pero la política de “prevención ante todo” los llevó a adoptar la nueva medida, no fuera a ser que hubiera un repunte de los contagios. Sabían que iba a ser difícil de explicar que un virus que causaba una enfermedad pulmonar se contagiara por vía anal, pero para eso tenían a todos los medios de propaganda a su favor y, en todo caso, el miedo y la obediencia harían el resto. Parecía bastante obvio que las mascarillas no resultaban útiles en la nueva vía de contagio, primero porque todo el mundo suele llevar cubierta esa zona de su cuerpo y aún así se producía la infección, y segundo, porque llevaría mucho tiempo fabricar mascarillas que se adaptaran a dicha parte de la anatomía, aparte de que habría que fabricarlas de varias tallas, porque, a diferencia de la boca y la nariz, las diferencias en el tamaño de los culos de los ciudadanos y ciudadanas son bastante considerables. Optaron, pues, por la medida que parecía más eficaz y menos costosa y publicaron en el BOE de aquel mismo domingo la obligación para todos los ciudadanos de llevar un tapón en el ano.

En un principio, la medida fue acogida con escepticismo, en incluso con irritación, por parte de la población, aunque hubo muchos fieles seguidores de las recomendaciones del gobierno y de los expertos, que desde el primer día se pusieron su tapón y denunciaron a todo aquel que sospechaban que no lo llevaba, amén de calificar de reaccionarios de derechas a los que se negaban a autosodomizarse de tal manera. Pronto llegaron las inspecciones policiales y las primeras multas, aunque dolía más tener que quedarse con el culo al aire en plena calle, a la vista de todos, que la sanción económica, con lo cual la medida se extendió pronto.

Al poco tiempo se empezaron a ver los problemas que acarreaba la nueva medida sanitaria. Aparte de cierta dificultad para caminar, el encierro y la mala alimentación provocaban flatulencias masivas en la ciudadanía, que ahora se veían agravadas por el hecho de tener taponada la vía natural de escape de los gases intestinales. Así, se podían oír explosiones como disparos continuamente en la calle y, de vez en cuando, algún que otro tapón volando a velocidad considerable con el consiguiente riesgo para la integridad física de los viandantes, que pronto colapsaron las urgencias de los hospitales en lugar de los infectados por el virus. En segundo lugar, aumentó el consumo de aquellas bebidas espirituosas que, como el vino o el cava, se cerraban con un corcho. Esto hizo que las autoridades sanitarias prohibieran que se reciclaran los corchos de las botellas, con lo cual la población tuvo que comprarse corchos nuevos para su ano, lo que hizo que la industria del corcho se desarrollara espectacularmente y se deforestaran bosques enteros para plantar alcornoques. Empezaron a variar los diseños y la formas de los corchos, y se los podía encontrar de varios colores y tamaños, aunque no todos protegían por igual.

Diversas investigaciones realizadas por expertos corcheros, además, descubrieron que el virus se podía mantener durante varios días en la superficie del corcho, con lo cual se empezó a plantear la conveniencia de sustituir los tapones de corcho por otros materiales más estériles, como el plástico o incluso el acero quirúrgico. Eso hizo que los que habían invertido en la industria del alcornoque se arruinaran de golpe, aparte de llevar al paro a muchos trabajadores de la fabricación del tapones. Los nuevos tapones eran más asépticos, eso sí, pero resultaban bastante más incómodos, pues no se adaptaban a las formas corporales tan bien como los de corcho. Aún así, nadie salía de su casa sin su tapón en el culo.

Cuando nuevos estudios e investigaciones realizados sobre dos señores que pasaban por allí concluyeron que tampoco los tapones de plástico o acero quirúrgico eran seguros cien por cien y que la mejor solución eran los pepinos, empezaron los primeros disturbios.

jueves, 7 de mayo de 2020

Miedo y poder / y 6

Todos nos auguran una nueva realidad después de la pandemia. Prefiero el término nueva realidad, me parece más honesto y menos contradictorio que el de “nueva normalidad”. Porque, en efecto, nos encontraremos ante una realidad nueva, no radicalmente diferente de esta en que vivimos, pero sí más descarnada, menos disimulada, más totalitaria. Una realidad postapocalíptica sin que haya habido un apocalipsis- porque seamos serios un apocalipsis donde solo muere el 0,003 por ciento de la humanidad es un apocalipsis más propio de José Luis Cuerda (Así en el cielo como en la Tierra) que de La noche de los muertos vivientes. Y precisamente porque es una realidad postapocalíptica sin apocalipsis es una realidad que venía fraguándose mucho antes de que nada de esto ocurriera. Una realidad soñada por determinados estamentos económicos y políticos (pero sobre todo económicos) y que ahora ha quedado servida en bandeja gracias a un virus quizás demasiado oportuno. No es necesario recordar otras pandemias que hemos vivido, mucho más peligrosas, pues ni siquiera se conocía en un principio la forma de contagio, como la del SIDA en los ochenta, y en la que la única realidad que cambió es que desde entonces aprendimos a ponernos un condón. Pero esto no va a ser tan sencillo.

            He escuchado mucho que la nueva realidad que se avecina será la de la crisis, e incluso el final, del capitalismo. Yo entiendo que haya muchos profetas y gurús, y muchos pensadores de izquierdas seguramente honrados, pero muy despistados, que piensen que, si vivimos en el capitalismo, una nueva realidad necesariamente tiene que suponer su final. El caso es que, por lo que se empieza a atisbare, la nueva realidad que viene será la del apogeo del capitalismo. El capitalismo no va a acabarse, ni mucho menos, como tampoco se acabó en el 2008, una crisis que vino por sorpresa y cuando la situación económica para las grandes estructuras capitalistas era mucho más delicada que ahora. De hecho, si esta nueva realidad va a ser fabricada, tampoco hace falta ser un lince para saber quién la va a fabricar. Desde luego no los ciudadanos de a pie, que se van a ser despedidos en masa de sus trabajos, y los que tengan la suerte de conservarlos van a ver como cobran menos por trabajar más, es decir, hablando en términos de crítica al capitalismo, como se va a ver aumentada la tasa de explotación. Pero tampoco veremos una protección del Estado como la que ha existido desde la II Guerra Mundial, un estado del bienestar al que esta crisis va a suponer la puntilla, ni un capitalismo de Estado como el que anuncian otros. Las medidas proteccionistas durarán mientras les convenga a las grandes corporaciones, y, posteriormente, los medios de control de la democracia pasarán a mejor vida. Porque lo que si que vamos a ver es un capitalismo sin control democrático, sin control de los parlamentos, como ya estamos viendo en algunos países donde los parlamentos han desaparecido en la práctica. Una falta de control democrático y por lo tanto una falta de las libertades y los derechos más básicos. Algo que ya se empezaba a intuir desde la última crisis económica con el auge de los populismos y el debilitamiento de las estructuras democráticas y que se va a completar en esta nueva realidad. De hecho, es fácil ver una continuidad entre las consecuencias de la crisis del 2008 y las de esta crisis, que no van a ser otra cosa que la culminación de aquéllas.

            Así, ya se nos anuncia que posiblemente nos veamos sometidos a nuevos encierros, que tendremos que cambiar nuestra forma de vivir, que se verá reducida a trabajar -quien pueda- y disfrutar del ocio programado por las cadenas de televisión al servicio del poder (como hemos visto que ya está pasando durante este encierro), que perderemos toda nuestra condición humana al no poder abrazar, ni besar, ni tocar a nuestros semejantes. Ni siquiera hablar con ellos a una distancia íntima y sin un obstáculo en la boca. Una nueva realidad en la que seremos robots, más bien que seres humanos, aunque se nos haya dicho que todo lo que ha pasado ha sido porque las personas están por encima de la economía (lo cual ha sido un truco sucio que nos ha hecho no darnos cuenta de la economía son las personas). Una nueva realidad en la que, mucho me temo, nos tocará luchar. Y si no luchamos, entonces tendremos que envidiar la suerte de los muertos.

miércoles, 6 de mayo de 2020

Miedo y poder / 5

La gran perdedora -o una de las grandes perdedoras, en realidad los grandes perdedores serán los de siempre- de esta no guerra que se está librando en los medios y desde los estamentos de poder aún no se sabe muy bien contra quién, ha sido la ciencia. Y ha sido la gran perdedora porque ha fracasado en tres aspectos fundamentales. Ha fracasado en el aspecto científico, ha fracasado en el aspecto humano y ha fracasado en el aspecto social.

La ciencia ha fracasado en el aspecto científico porque se ha dejado por el camino sus fundamentos racionales. Hume ya advirtió en el siglo XVIII que no había que confundir la causalidad con la correlación espacio temporal. Una cosa es que dos fenómenos se den simultáneamente en el tiempo y en el espacio y otra muy distinta es que entre ellos se de una relación de causalidad, es decir, que uno sea causa de otro. Cuando se afirma que una enfermedad tiene los síntomas de prácticamente todas la enfermedades del mismo espectro conocidas, o cuando se comunica que, de pronto, alguien, el algún lugar del mundo, ha desarrollado una serie de síntomas que hasta ahora eran desconocidos, aumentando aún más la lista de éstos, no es muy irracional pensar que algo raro está pasando. Que quizás se esté confundiendo la causa con lo que no lo es y que puede ocurrir que el virus aparezca asociado a unos síntomas que en realidad no son causados por él, sino que coexisten con él siendo su causa otra diferente. Si alguien se rompe una pierna y a la vez está contagiado, nadie diría que la rotura de la pierna tiene nada que ver con el contagio, en principio. Esta confusión entre causalidad y correlación tiene a su vez, como fundamento, otro olvido fundamental. La ciencia debe siempre trabajar con evidencias observacionales. Si al ciencia olvida su base empírica se convierte en filosofía, y fracasa igual que fracasó ésta. Cuando no se hacen pruebas serológicas a los pacientes ni autopsias a los cadáveres, afirmar que la causa de su enfermedad o muerte es una o la otra es un ejercicio de adivinación impropio de la ciencia.

            Desde estos parámetros, el camino de la ciencia -y aquí radica su gran fracaso- no puede ser evolutivo, sino involutivo. Así, se ha ofrecido una respuesta propia del siglo XIV a una situación del siglo XXI. Cualquier científico que se precie no puede aceptar tranquilamente que una solución primitiva sea efectiva, que una determinada rama de la ciencia lleve siete siglos sin evolucionar ni encontrar respuestas nuevas a problemas ya antiguos. Yo supongo que llegará el momento en que la gente se empiece a preguntar qué es lo que han hecho los científicos para que lo único que se les haya ocurrido ante esta situación haya sido encerrar a toda la humanidad. Insisto, la filosofía hace mucho tiempo que aceptó su fracaso. Creo que la ciencia debería de ir pensando en hacer lo propio.

            En segundo lugar, la ciencia ha fracasado en su aspecto humano. Proponer el encierro como solución es un fracaso desde un punto de vista humano al menos en dos aspectos. Para empezar, trata a los seres humanos como números, como parte de una estadística. Para reducir las cifras, se condena a todas las personas al encierro, sin tener en cuenta lo que este encierro pueda afectar a lo que les caracteriza como personas: a su libertada y a su dignidad. Un cálculo utilitarista inmoral e inhumano. La humanidad, así, desaparece. Ya no hay seres humanos, sino posibles portadores del virus. Todos somos sospechosos, todos somos enfermos, todos, en última instancia, somos prescindibles si eso ayuda a erradicar la enfermedad. Por otro lado, el encierro olvida que las relaciones sociales en el siglo XXI no son las mismas -no pueden serlo- que en el siglo XIV. Si esas relaciones sociales complejas son las que componen las sociedad y el ser humano son sus relaciones sociales, entonces anular esas relaciones es anular al ser humano.

            Por último la ciencia ha fracasado desde un punto de vista social. Ha dejado de cumplir la función que se espera de ella en la sociedad y ha pasado a cumplir otra distinta. La de dirigir, o intenta dirigir, las vidas de los ciudadanos. Es decir, la ciencia ha intentado ocupar una posición de poder. Pero, a pesar de Platón, la función de los científicos no es gobernar, con lo cual lo único que ha conseguido es servir de mamporrera al poder. Hacer lo que el poder esperaba de ella, que no es otra cosa que controlar a los ciudadanos. El necesario debate científico, que caracteriza al pensamiento racional ha desaparecido. Hay una opinión única acerca de la enfermedad y sus soluciones, y no aparecen voces discrepantes. Pero si la ciencia consiste en algo es, precisamente, en las voces discrepantes. Sin ellas, la ciencia deja de ser ciencia y se convierte en discurso dogmático.  Y en el campo del dogma la ciencia está perdida frente al poder.

martes, 5 de mayo de 2020

Miedo y poder / 4

Que el lenguaje crea realidad es algo de lo que hoy en día muy pocos dudan ya. Si los medios de comunicación pueden ejercer su labor es, precisamente, porque su fundamento es el lenguaje. No solo crean terror, también generan una realidad falsa que se intenta imponer a toda la población. Una realidad donde lo que no es normal se hace normal y donde se muestran las bondades de vivir en un estado continuo de pánico y encierro. Nos muestran el mejor de los mundos posibles con un lenguaje melifluo y nos convencen de que vivimos en él. De hecho, si se les hiciera caso, si se hiciera caso a su lenguaje, el estado ideal del ser humano sería este encierro. Primero crean terror, luego nos enseñan lo bien que se está asustado.

            Lógicamente, si el lenguaje crea realidad, la perversión del lenguaje pervierte la realidad. Lo que se acaba de decir es un ejemplo bastante evidente de esta perversión de la realidad a través del lenguaje. Pero hay más. Podemos, al menos, encontrar tres tipos de perversiones en el lenguaje que se nos lanza desde las estructuras de poder y sus medios.

La primera perversión cosiste en no llamar a las cosas por su nombre. En utilizar el lenguaje para esconder la realidad. Viene ser lo que tradicionalmente se llama eufemismo, aunque con una fuerza de creación de realidad mucho mayor que éste. Así, llamar confinamiento a lo que es un encierro puro y duro, en el mejor de los casos. Estamos encerrados, no confinados. Confinar viene de confín y supone que hay un confín, un espacio limitado en el que nos podemos mover. Encerrar viene de cerrar y tiene como referente una situación en la que el sujeto no se puede mover del espacio en el que se encuentra. Es lo mismo que llamar “limitación de movimientos” a lo que es una prohibición de movimientos.

La segunda de las perversiones del lenguaje que nos encontramos tiene que ver con la semántica, con el significado de los términos que se usan.  Así nos encontramos con expresiones que tienen un significado oculto, como “distanciamiento social”. Aunque uno no tenga claro lo que significa exactamente el distanciamiento social, desde luego es una expresión que suena bastante mal. Porque distanciamiento social suena a separación social y separación social suena a discriminación social. Tú aquí y el otro allí. El distanciamiento social suena a ruptura de relaciones sociales, y la sociedad no son más que sus relaciones. Distanciamiento social suena a que no se pueden tener relaciones sociales más allá de las que el poder permita o incite. En todo caso, si la naturaleza humana consiste en su carácter social distanciamiento social suena a algo profundamente inhumano. Pero también encontramos expresiones que no tienen ningún significado, no porque no tengan un referente en la realidad, que no lo tienen, sino porque directamente son absurdas o contradictorias. Así, la expresión “nueva normalidad”. Lo normal, por definición, no puede ser nuevo. Lo normal es lo que está dentro de la norma, y  la norma se va configurando con el tiempo. Lo normal, entonces, es algo continuado en el tiempo, algo ya antiguo. Nada de lo que en la historia de la humanidad ha sido nuevo ha sido normal. No siquiera la rueda, cuando se inventó, era normal. “Nueva normalidad” es un oxímoron, con el que se nos intenta hacer creer que lo que nos viene, lo anormal, es normal y, por lo tanto, bueno para todos.

El tercer tipo de perversiones del lenguaje tiene que ver, estrictamente, con la creación de realidad de la que se hablaba al principio de este escrito. El ejemplo más sobresaliente es la utilización, y no solo por parte de los gobiernos, de un lenguaje bélico. Es evidente que no nos encontramos en ninguna guerra, y afirmar lo contrario es una falta de respeto hacia las víctimas de las guerras de verdad. ¿Por qué utilizar entonces un lenguaje de guerra? Porque la guerra une a los individuos, les llena de un sano patriotismo que, a su vez, les conduce a ponerse sin condiciones a las órdenes de sus jefes, sus líderes, aquellos que les conducirán a la victoria. Inglaterra empezó a ganar la II Guerra Mundial cuando Churchill empezó a utilizar un leguaje bélico en sus discursos. Eso movilizó a la nación y la agrupó bajo su mando -eso sí, al finalizar la guerra perdió las elecciones-. Pero toda guerra necesita un enemigo. De ahí que, en otra perversión del lenguaje creadora de realidad, se haya antropomorfizado al virus, se le haya convertido en un ser humano dotado de voluntad y, por lo tanto, capaz de planificar su ataque contra la especie humana. El lenguaje ha convertido a una entidad biológica que está en el límite de la vida orgánica -no es más que un trozo de ADN- en un ser capaz de tomar decisiones y, por lo tanto, sujeto de responsabilidad por ellas. Decir que el virus es el culpable de la crisis es lo mismo que decir que el virus tiene inteligencia y racionalidad. Que tienen razones para declararle la guerra a la especie humana y que tiene capacidad para planear sus ataques. Insisto, sin enemigo no hay guerra y aquí el único que puede ser un enemigo es el virus, así que pervertimos el lenguaje para convertirlo en tal. La otra opción, la racional, no es válida. Porque la realidad es que aquí no hay ninguna guerra.

lunes, 4 de mayo de 2020

Miedo y poder / 3

El miedo no se genera solo. Uno no tiene miedo a no ser que le metan miedo, que le asusten. Las historias de fantasmas nos hacer temer a los fantasmas, igual que los cuentos de vampiros nos hacen pensar si nuestro vecino de abajo no será un vampiro. Todos nuestros cuentos infantiles, en realidad, tenían como objetivo meter miedo. Asustar a los niños -los cuentos de viejas- para que cumplieran con lo que estaba prescrito en cada sociedad, la moraleja. Si eres envidioso, te ocurrirá lo que a la madrasta de Blancanieves, si desobedeces, te comerá el lobo como a Caperucita, si te puede el orgullo, te cortarán los pies como a las hermanastras de la Cenicienta. El miedo no se genera solo, aunque si que llega un momento en que se retroalimenta, se crece en el mismo miedo y acaba siendo pánico irracional. E incontrolable.

Las viejas de nuestro tiempo, las que nos meten miedo, son los medios de comunicación. El poder no puede funcionar sin un poderoso aparato de propaganda, y es aparato de propaganda no surge, en las sociedades democráticas contemporáneas, de las informaciones oficiales, sino de todos aquellos medios que controlan la opinión pública. Que este ha sido un virus televisado, que esta enfermedad es, probablemente, la primera enfermedad mediática, es algo que cualquiera puede comprobar con solo mirar más allá de las gafas de la ideología. Y cuando digo medios de comunicación me refiero a todos los medios de comunicación. En esta ocasión si que no ha habido división ideológica entre ellos, más allá de la carga de responsabilidades al gobierno de turno, más acusada en España. Eso sí, porque ya se sabe que España es Diferente. Decíamos que no ha habido división ideológica porque todos y cada uno de los medios de comunicación has seguido la línea de meter miedo a la población. Nos han pintado una pandemia que alcanzaba proporciones apocalípticas, algo nunca visto que iba a cambiar para siempre nuestro modo de vida -y algo de razón tienen- con una falta evidente de sentido histórico. ¿Falta de sentido histórico real? En muchos casos sí, pues hay periodistas que son auténticos analfabetos y es en estas ocasiones en las que se demuestra, pero en otras ocasiones, las más, simplemente  por peleas por audiencias o por llevarse una parte del pastel, tanto social como económico. No es casualidad., por ejemplo, que gobiernos como el español hayan repartido 15 millones de euros a grupos importantes de comunicación. Pero es que, además, en un escenario de derrumbe de los sectores productivos tradicionales por el cierre de la economía, los grupos de comunicación han sido los que han aumentado beneficios. En el escenario que ellos mismos han creado, se han convertido en un negocio seguro. El servicio al poder tiene sus ventajas y ofrece sus réditos.

¿Qué hay de verdad en todo lo que nos cuentan los medios? No lo sabemos. Dicen que la verdad es la primera víctima de la guerra, y aunque esto no es una guerra -a pesar de lo que intentan hacernos creer- si que es cierto que la verdad ha sido su primera víctima. Es difícil, si no imposible, saber lo que está pasando a través de los medios de comunicación. Se ha creado una narración, o una cortina de humo, según se mire, en la cual cualquier enfermedad es producida por el mismo virus. Sólo así se puede entender que este virus tenga hasta 40 síntomas distintos, dicen que dependiendo de quien lo padezca. Se ha creado el mito de una enfermedad poco menos que a la carta. No es de extrañar, entonces, que cualquier ciudadano, ya tenga fiebre, tos, falta de gusto, eczema en los pies, gastroenteritis o, pronto lo veremos, cualquier otro síntoma como alopecia o mal aliento, piense que está contagiado por el virus y, aterrorizado, se encierre en su casa y vigile que nadie se salte las prohibiciones, pues lo que está en riesgo es ya su propia vida. No su salud, su propia vida, pues esta narración creada por los medios tiene su continuación en la idea de que cualquier muerte es producida por el virus. No hay más causas de muerte que el virus, la propia muerte ha sido fagocitada por el discurso del miedo de los medios y el poder: la muerte ha muerto porque la ha matado el virus.

Hablo de “El Virus” así, sustantivizado, porque, si se piensa un poco, el virus no tiene nombre, porque los medios no han sabido dárselo o porque no dándoselo, indeterminándolo, resulta más fácil sembrar el terror que le rodea. Siempre, lo que más miedo ha dado es lo innombrable, lo informe, lo que no se ajusta a nuestro pensamiento racional, y nuestro pensamiento racional lo primero que exige es determinación. Así, se nos hala de “coronavirus” de “Covid-19” de “SARS-Cov-2”, de pandemia etc. Si no hay un nombre para el virus, cualquier cosa puede ser “El Virus”. Pero también los medios tienen solución para eso: el ya archiconocido hastag “Stay at home” -Quédate en casa. Hastag que estaría muy bien si realmente tuviéramos la oportunidad de no quedarnos en casa, es decir, si pudiéramos elegir quedarnos o no en casa. En ese caso, se podría apelar a nuestra responsabilidad de quedarnos en casa. Pero cuando no se puede elegir, cuando nos quedamos en casa no porque lo diga un hastag sino porque si no podemos ser multados o encarcelados, entonces, apelar a la responsabilidad individual no deja de ser un engaño más.