martes, 5 de mayo de 2020

Miedo y poder / 4

Que el lenguaje crea realidad es algo de lo que hoy en día muy pocos dudan ya. Si los medios de comunicación pueden ejercer su labor es, precisamente, porque su fundamento es el lenguaje. No solo crean terror, también generan una realidad falsa que se intenta imponer a toda la población. Una realidad donde lo que no es normal se hace normal y donde se muestran las bondades de vivir en un estado continuo de pánico y encierro. Nos muestran el mejor de los mundos posibles con un lenguaje melifluo y nos convencen de que vivimos en él. De hecho, si se les hiciera caso, si se hiciera caso a su lenguaje, el estado ideal del ser humano sería este encierro. Primero crean terror, luego nos enseñan lo bien que se está asustado.

            Lógicamente, si el lenguaje crea realidad, la perversión del lenguaje pervierte la realidad. Lo que se acaba de decir es un ejemplo bastante evidente de esta perversión de la realidad a través del lenguaje. Pero hay más. Podemos, al menos, encontrar tres tipos de perversiones en el lenguaje que se nos lanza desde las estructuras de poder y sus medios.

La primera perversión cosiste en no llamar a las cosas por su nombre. En utilizar el lenguaje para esconder la realidad. Viene ser lo que tradicionalmente se llama eufemismo, aunque con una fuerza de creación de realidad mucho mayor que éste. Así, llamar confinamiento a lo que es un encierro puro y duro, en el mejor de los casos. Estamos encerrados, no confinados. Confinar viene de confín y supone que hay un confín, un espacio limitado en el que nos podemos mover. Encerrar viene de cerrar y tiene como referente una situación en la que el sujeto no se puede mover del espacio en el que se encuentra. Es lo mismo que llamar “limitación de movimientos” a lo que es una prohibición de movimientos.

La segunda de las perversiones del lenguaje que nos encontramos tiene que ver con la semántica, con el significado de los términos que se usan.  Así nos encontramos con expresiones que tienen un significado oculto, como “distanciamiento social”. Aunque uno no tenga claro lo que significa exactamente el distanciamiento social, desde luego es una expresión que suena bastante mal. Porque distanciamiento social suena a separación social y separación social suena a discriminación social. Tú aquí y el otro allí. El distanciamiento social suena a ruptura de relaciones sociales, y la sociedad no son más que sus relaciones. Distanciamiento social suena a que no se pueden tener relaciones sociales más allá de las que el poder permita o incite. En todo caso, si la naturaleza humana consiste en su carácter social distanciamiento social suena a algo profundamente inhumano. Pero también encontramos expresiones que no tienen ningún significado, no porque no tengan un referente en la realidad, que no lo tienen, sino porque directamente son absurdas o contradictorias. Así, la expresión “nueva normalidad”. Lo normal, por definición, no puede ser nuevo. Lo normal es lo que está dentro de la norma, y  la norma se va configurando con el tiempo. Lo normal, entonces, es algo continuado en el tiempo, algo ya antiguo. Nada de lo que en la historia de la humanidad ha sido nuevo ha sido normal. No siquiera la rueda, cuando se inventó, era normal. “Nueva normalidad” es un oxímoron, con el que se nos intenta hacer creer que lo que nos viene, lo anormal, es normal y, por lo tanto, bueno para todos.

El tercer tipo de perversiones del lenguaje tiene que ver, estrictamente, con la creación de realidad de la que se hablaba al principio de este escrito. El ejemplo más sobresaliente es la utilización, y no solo por parte de los gobiernos, de un lenguaje bélico. Es evidente que no nos encontramos en ninguna guerra, y afirmar lo contrario es una falta de respeto hacia las víctimas de las guerras de verdad. ¿Por qué utilizar entonces un lenguaje de guerra? Porque la guerra une a los individuos, les llena de un sano patriotismo que, a su vez, les conduce a ponerse sin condiciones a las órdenes de sus jefes, sus líderes, aquellos que les conducirán a la victoria. Inglaterra empezó a ganar la II Guerra Mundial cuando Churchill empezó a utilizar un leguaje bélico en sus discursos. Eso movilizó a la nación y la agrupó bajo su mando -eso sí, al finalizar la guerra perdió las elecciones-. Pero toda guerra necesita un enemigo. De ahí que, en otra perversión del lenguaje creadora de realidad, se haya antropomorfizado al virus, se le haya convertido en un ser humano dotado de voluntad y, por lo tanto, capaz de planificar su ataque contra la especie humana. El lenguaje ha convertido a una entidad biológica que está en el límite de la vida orgánica -no es más que un trozo de ADN- en un ser capaz de tomar decisiones y, por lo tanto, sujeto de responsabilidad por ellas. Decir que el virus es el culpable de la crisis es lo mismo que decir que el virus tiene inteligencia y racionalidad. Que tienen razones para declararle la guerra a la especie humana y que tiene capacidad para planear sus ataques. Insisto, sin enemigo no hay guerra y aquí el único que puede ser un enemigo es el virus, así que pervertimos el lenguaje para convertirlo en tal. La otra opción, la racional, no es válida. Porque la realidad es que aquí no hay ninguna guerra.

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