viernes, 27 de mayo de 2022

Comprender la Historia

 

Uno de los grandes problemas del mundo contemporáneo -no ya solo de nuestro país- es que somos incapaces de comprender la historia. Ya no digo conocerla, que tampoco, sino comprenderla. Comprender la historia es no solo conocer las causas por las que ha ocurrido lo que ha ocurrido, sino ser capaces de enmarcar esas causas en el tiempo histórico en el que han ocurrido, es decir, ser capaces de darnos cuenta de que lo que ocurrió hace cien años, por ejemplo, ocurrió porque se dieron unas circunstancias sociales, políticas, etc. -lo que es lo mismo, históricas- que permitieron que ese determinado acontecimiento se diera en ese momento. Y comprender también que esas circunstancias se dieron solo en ese momento, que la historia es un progreso y que, de la misma manera que las circunstancias no se van a repetir, loe acontecimientos no se van a repetir, al menos de la misma manera. Como Marx decía, la historia siempre se repite dos veces, sí, pero una como tragedia y otra como farsa.

            Si se entiende lo dicho más arriba, se entenderá que comprender la historia significa comprender que los hechos y los acontecimientos históricos hay que mensurarlos siempre en vistas al tiempo y las circunstancias históricas en los que se produjeron, y que de ninguna manera podemos juzgarlos desde nuestra propia perspectiva histórica. Es decir, comprender la historia significa comprender que existe un relativismo histórico a la hora de valorar los acontecimientos y que éstos solo pueden ser valorados desde su propio tiempo histórico, y no desde el nuestro. Otra coas es que podamos situarnos en ese tiempo histórico, algo que, por ejemplo para Ortega, era imposible, puesto que cada generación posee su propia sensibilidad vital e histórica. Y es que, en realidad, para poder juzgar desde el presente acontecimientos pasados, no solo sería necesario inventar una máquina del tiempo que nos transportara a bese pasado, sino que deberíamos de empaparnos de las circunstancias vitales de ese pasado. Es decir, deberíamos vivir allí.

            Desde este punto de vista, es fácil comprender por qué afirmo que la época actual no comprende la historia. Cuando pretendemos juzgar desde nuestro propio tiempo histórico las obras del Renacimiento, el pensamiento medieval, la conquista de América o, simplemente, las canciones de hace cuarenta años, no nos estamos enterando de nada. Es por ello que nos da por decir que los griegos, ¡los griegos! eran unos inmorales porque tenían esclavos y marginaban a sus mujeres, lo que nos lleva a quitar estatuas de Colón porque consideramos que la conquista de América fue inmoral, o lo que nos pide censurar esas canciones de hace cuarenta años porque atentan contra la dignidad de la mujer. Esto, ya digo, es no enterarse de nada, porque si no fuera por los griegos no tendríamos concepto de moral, si no fuera por Colón los nativos americanos aún andarían comiéndose unos a otros y si no fuera por las canciones de hace cuarenta años estaríamos todavía cantando jotas. Pero aparte de este componente de progreso evidente, repito, no podemos juzgar los hechos pasados desde perspectivas presentes, porque el tiempo histórico no es el mismo. Así de simple.

            Pero lo más curioso del caso, porque esto no acaba aquí, es que los que niegan la posibilidad del relativismo histórico aceptan, sin embargo, sin mayor problema el relativismo cultural, el hecho de que debemos aceptar cualquier costumbre por bárbara que sea, porque desde nuestra cultura y costumbres no podemos juzgar las de los demás. Así aquellos que atacan a los griegos por marginar a las mujeres, defienden que las mujeres musulmanas lleven velo porque es una característica de su cultura. Pero resulta que la cultura es solo una y depende, como todo, del tiempo histórico. La cultura es lo que hace progresar al ser humano, y ese progreso, lógicamente, depende del tiempo histórico en el que nos situemos. Con los cual resulta que el pensamiento griego es cultura, aunque margine a la mujer, y el velo islámico no lo es, precisamente porque margina a la mujer.

viernes, 20 de mayo de 2022

Dioses y verdades

 

Es la verdad, y lo ha sido siempre, un concepto escurridizo. Tan escurridiza es la verdad que la actividad intelectual del ser humano comienza precisamente con su búsqueda. Cierto es que los primeros griegos que se ponen como locos a buscar la verdad eran aquellos que no tenían otra cosa que hacer, los ociosos, que se dedicaban a especular mientras que los esclavos trabajaban por ellos. Pero vamos, tampoco eran tan tontos como para ponerse a buscar una cosa que se les viniera ya dada en la mano. Si buscaban la verdad era porque no la veían, y, como según Aristóteles el ser humano es curioso por naturaleza, su propia naturaleza los llevaba a buscarla. Pero entiéndase bien que lo que hacen estos primeros buscadores de la verdad, es justamente eso, buscarla, en ningún momento encontrarla. Es por ello que se consideran a sí mismos como filósofos -amantes, buscadores de la sabiduría- y no como sófós, sabios. Sócrates, el padre de la filosofía, ya decía que ésta consiste en buscar la verdad, pero no encontrarla nunca, pues el que posee la verdad, o cree que la posee, no la va a buscar, no será un filósofo sino, a lo sumo, un sofista. De ahí que el filósofo tenga que partir, en su búsqueda de la verdad, de su propia ignorancia -del “solo se que no se nada”- pues solo el que reconoce que no sabe va a buscar el saber, y solo el que reconoce que no conoce la verdad va a buscarla.

            Los que nos hemos hecho filósofos, o intentamos serlo, por lo tanto, partimos de esta premisa básica, no conocemos la verdad, y por eso la buscamos. Y claro, para ello hemos tenido que renunciar a todas aquellas verdades que nos han enseñado a lo largo de nuestra vida. Resulta que a los que, aparte de ser filósofos, ya tenemos una edad, la primera verdad que nos enseñaron fue la de la religión, así que es a esa a la primera que hemos tenido que renunciar.

            Si tenemos en cuenta lo que hemos dicho más arriba, resulta entonces que la religión es lo más antifilosófico que existe, pero no solo eso. Si solo hubiera una verdad aceptada por todas las religiones, uno se podría plantear el hecho de que, efectivamente, la religión ha alcanzado esa verdad eternamente buscada, y que no merece la pena buscarla ya. Así que lo único que nos quedaría sería dejar de ser filósofos y meternos a monjes o irnos a cultivar tomates. Pero resulta que no, que una religión, que se dice portadora de la verdad absoluta, está en enfrentamiento continuo con otras religiones que también se dicen portadoras de la verdad absoluta. Y es así que esta consideración de la verdad, que para los griegos es lo que nos hace ser seres humanos, es la que ha causado más muertes de seres humanos en toda la historia de la humanidad. Porque claro, la verdad, y más si es absoluta, es solo una. Y si la poseo yo, que soy por ejemplo, la religión A, no la puedes poseer también y a la vez tú, que eres la religión B. Así que la única forma que nos queda de dirimir quien tiene la auténtica verdad es liarnos a palos. Pero como la verdad no se encuentra a palos -en todo caso a martillazos como decía Nietzsche- nos pasamos toda la vida decidiendo quien posee la verdad, lo que para un filósofo, que tan solo la busca, es prueba más que suficiente para reconocer que ninguno de los dos la posee. Todo esto, claro, es consecuencia de apelar a una verdad que no se ve. Si estuviéramos hablando de una verdad que puede ser comprobada, como el color del cielo o los principios de la Física, nada de esto pasaría. Nunca nadie se ha liado a palos por defender la verdad de la Ley de Gravitación Universal o la Segunda Ley de la Termodinámica. Claro que si la verdad de la religión se pudiera comprobar como la verdad de la Física, entonces no sería religión, sería Física. Así que la religión, por su propia definición, tiene que pensarse en posesión de la verdad absoluta

            Pero que nadie se llame a engaño. La idea central de la religión de que está en posesión de la verdad absoluta no solo es propia de la religión. Cualquier movimiento social o político que arguya verdades indemostrables y que, por lo tanto, tenga que imponerlas a aquellos que no las comparten está en las mismas tesituras y será, por definición, una religión.