Siempre que veo escrito o escucho
ese lema que últimamente se ha puesto tan de moda de “otro mundo es posible”,
me pregunto a mi mismo, ya que no puedo hacerlo a quienes lo lanza: “si, ¿pero
cuál”. De la misma forma siempre que
contemplo las banderas republicanas que en los últimos tiempos flamean en todas
las protestas contra la política del Gobierno y escucho hablar de la necesidad
del advenimiento de la III República yo, que soy un republicano convencido, me
pregunto: “república si, ¿pero cuál”?. Porque mucho me temo que, como en tantas
otras cosas, esos que ahora con tanto denuedo reclaman la llegada de la república
no tienen ni idea de lo que tal término significa. Como ocurre con casi todos
los objetos políticos, “república” es un término abstracto y vacío, al que hay
que dar un contenido y una significación, hay que concretarlo en un conjunto de
ideas: ideas que, en cuanto que políticas, deben poder ser llevadas a la
práctica.
Una
república no consiste en sustituir un rey por otro, aunque este otro se llame presidente
y haya sido más o menos elegido en un proceso electoral. Por eso, para empezar,
no se puede reclamar una república porque la monarquía esté implicada en unos
cuantos escándalos de corrupción. Primero, porque esos escándalos no son
nuevos: el rey Juan Carlos posee la fortuna más grande de España y una de las
más importantes del mundo, conseguida no por su salario de rey, sino gracias a
ciertos negocios no del todo transparentes con un descendiente lejano del descubridor
de América: cuando una sociedad es inmoral lo es porque sus máximos
representantes lo son (y viceversa). Y segundo, si el motivo es ese, bastaría
con cambiar de monarca o de dinastía. Si nos hacemos republicanos porque el
yerno del rey es un corrupto o porque el mismo rey caza elefantes en Bostwana,
entonces con poner a otro rey se arregla el asunto.
Tampoco
se puede reclamar una república como reacción contra las decisiones políticas o
económicas del gobierno o como respuesta frente a la corrupción política. Esto
es confundir las churras con las merinas y no saber de qué se está hablando. El
gobierno y la monarquía son independientes. El gobierno representa el poder ejecutivo
del Estado, elegido por el poder legislativo o parlamento (y, por tanto, por
los representantes de la soberanía popular) mientras que el rey es el jefe de
aquél, en tanto en cuanto es su cabeza visible o, como se decía antes, el
primer ciudadano. Bien es cierto que, como tal, podría controlar la acción del
gobierno, pero también lo es que éste, en una monarquía parlamentaria como la
existente, podría perfectamente no hacerle ni caso. El que un gobierno sea
corrupto o tome decisiones antisociales no tiene nada que ver con la forma del
Estado, y si no recuérdese la actuación de la CEDA durante la II República. Yo
me atrevería a asegurar que si ahora se instaurara una república en España su presidente
sería José María Aznar –esa ha sido siempre su máxima ambición: ser jefe de
Estado- y eso sería, al fin, cambiar un rey por otro. Porque esta es otra
cuestión, demasiado ardua para tratarla aquí: qué república se pide: una
presidencialista como la norteamericana o la francesa o una parlamentaria como
la alemana. O si sólo se pide una república porque suena muy bien: muy radical
y todo eso.
Y,
por supuesto, tampoco una república se puede imponer no dejando hablar al que
se considera el enemigo, como ocurrió no hace mucho en una frustrada
conferencia del ministro Wert en Sevilla. Porque en una república no hay
enemigos, sino adversarios, y lo racional –y lo inteligente- es dejar hablar al
adversario para poder rebatir sus ideas y, en la medida de lo posible,
convencerle a él o a sus seguidores. “No estoy de acuerdo con tus ideas, pero
daré mi vida por defender tu derecho a expresarlas”, dijo Voltaire, una de las
esencias del republicanismo, no se me negará. Una república es un régimen de
libertades –el máximo régimen de libertades, diría yo- y acciones como la de
Sevilla a lo único que conducen es a un totalitarismo de corte cuasi-estalinista.
Es cambiar un rey por otro.
La
república exige ciudadanos autónomos y responsables, porque sólo con individuos
autónomos y responsables se puede edificar la libertad social y política que
representa. La república exige ciudadanos formados porque supone la no
dependencia de éstos de ningún poder superior, sea éste un rey o un presidente,
sino que son ellos los portadores del poder y los que deciden, racionalmente,
quién debe representarlo. La república exige ciudadanos y no vasallos. Por eso
yo, reitero, soy un republicano convencido y por eso creo que cualquier intento
de instaurar una república en las condiciones sociales y políticas actuales es
un error –eso, si no es un imposible- porque tarde o temprano acabaría
degenerando en una tiranía. Y para terminar, vuelvo al principio. Cuando oigo
hablar de formar una Asamblea Constituyente, me pregunto: ¿constituyente de
qué?, ¿qué es lo que queremos constituir?. Porque eso es en lo primero que
tenemos que ponernos de acuerdo.
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