Hay dos aspectos que me preocupan
especialmente en todo este asunto de corrupción que afecta a la derecha
española –y nótese bien que digo “a la derecha”: entender esto es fundamental
no sólo para comprender lo que quiero decir, sino también para vislumbrar una
salida racional a todo este embrollo-. Estos dos aspectos no son, obviamente,
que la historia salga a la luz por una lucha interna dentro del PP, formación
que siempre ha pretendido dar una imagen de unidad monolítica, quizás porque es
un engendro que en su momento se formó aglutinando a los sectores del centro
moderado de la UCD con la extrema derecha de AP, la democracia cristiana y los
liberales; como tampoco se trata de que el presidente del gobierno mienta -el
PP es experto en mentir a la ciudadanía, no es la primera vez que lo hace ni
será la última-, de que utilice un discurso incoherente, cargado de
contradicciones y tautologías, de que niegue las pruebas, de que no admita la
evidencia o de que su medios afines intenten convencernos de que los círculos
son cuadrados y se inventen todo tipo de
conspiraciones. No. Todo esto de alguna manera era de esperar y al único que
perjudica es al propio partido, que debería más bien poner orden en su patio,
cesar a quien tenga que cesar, dimitir a quien tenga que dimitir y reconocer lo
que tenga que reconocer.
Lo
que me preocupa es, en primer lugar, que todos los que ahora claman contra la
corrupción política son los mismos que hace poco más de un año concedieron al PP
la mayoría absoluta en las urnas. Es en lo único que tienen razón sus
dirigentes: en que tienen una mayoría electoral. El PP obtuvo casi 11 millones
de votos, aunque ahora todo el mundo niegue haberle votado. Y no vale decir que
estaban engañados. Aquellas elecciones se celebraron cuado el caso “Gürtel”
estaba en pleno apogeo, con cargos del PP de Valencia, Madrid, Castilla-León y
Baleares encausados de una u otra manera. Eso todo el mundo lo sabía y aún así
el PP obtuvo la mayoría absoluta. Pero además, las sospechas de corrupción en
el PP vienen de mucho antes: en concreto de 1990, con José María Aznar en el
poder, cuando estalla el “caso Naseiro”. Esos casi 11 millones de ciudadanos,
pues, han votado a un partido corrupto sabiendo que era corrupto, y yo me
pregunto si se habría provocado la alarma social que se ha provocado si
siguiéramos viviendo en el paraíso artificial de los años 90 del pasado siglo y
no en un país con seis millones de parados. Estamos ante un caso de corrupción
social que ha tolerado y aupado al poder a la corrupción política.
Y
me preocupa especialmente que cuando un caso de corrupción afecta a la
izquierda afecte sólo a la izquierda, pero cuando afecta a la derecha salpique
a toda la clase política. Por eso he empezado diciendo que el caso “Gürtel” y sus derivados que estamos contemplando es propiedad
exclusiva de la derecha y sus responsables son únicamente políticos de la
derecha. Yo soy de los que piensan que vivimos en una democracia que en cuanto
a instituciones es comparable con cualquier democracia occidental. Pero también
creo que adolecemos de un grave “déficit democrático”, como se dice ahora, que
se personifica en la derecha y en los empresarios de este país. En una derecha
que se niega a admitir sus responsabilidades y, ante un caso como el que nos
ocupa, en vez de dimitir, que es lo que haría cualquier político occidental,
incluso de la derecha –véase si no a la ministra alemana de cultura , que ha
dimitido por plagiar su tesis doctoral, algo sin duda menos grave que recibir
sobresueldos en negro o blanquear capitales- pone en marcha el ventilador y la política
infantil del “y tú más”. Y en unos empresarios que más que empresarios son
patronos, que se niegan a invertir en el desarrollo social del país porque sólo
piensan en el beneficio y que, en vez de pedir que les impongan una mayor carga
fiscal, como hizo Warren Buffett, donan veinte millones a la caridad pública,
no por filantropía, sino para pagar menos impuestos. Y encima se les aplaude y
admira. Cuando una sociedad pone bajo sospecha a toda la clase política, sin
pararse a discernir entre culpables e inocentes, no anda en busca de una
regeneración democrática, aunque ella crea que sí, sino que está a un paso del
fascismo. Y eso, el fascismo, es lo que buscan los políticos y los medios a los
que no les importa enmierdar –y perdón por la expresión, pero no se me ocurre
otra más ilustrativa- a todos los políticos y a la Política en general para
mantenerse en el poder. Una población que no se da cuenta, o no quiere darse
cuenta, de esto –y menos mal que algunos miembros del 15-M ya empiezan a abrir
los ojos- está inmersa en la corrupción social, que es mucho más grave que la
política porque conduce invariablemente al desastre. Y si no lo creen, ahí está
la Historia para demostrárselo.
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