miércoles, 9 de octubre de 2024

Sentido del humor

 Una de las preguntas -retóricas, por supuesto- que más se oyen últimamente es qué nos ha pasado en España y a los españoles para que hayamos llegado a tal extremo de polarización. Y yo el otro día, al leer las declaraciones de la señora Iciar Bollaín -una directora de cine,  que, como todos los que se dedican a eso, se afanan en opinar de cualquier cosa menos de cine, sin caer en la cuenta de que sus opiniones cuentan exactamente lo mismo que las que los demás- afirmando  que el machismo se empezará a terminar cuando nos dejemos de reír de los chistes machistas, pensé que más que un exceso de polarización política lo que nos falta es sentido del humor, aunque también puede ser que esa falta de sentido del humor sea producto de la mencionada polarización, o sea un producto de la nueva inquisición, o puede que no pase nada de eso y la señora Bollaín sea sencillamente una amargada.

Porque si bien es cierto que los españoles no nos hemos distinguido nunca por nuestro sentido del humor -como los ingleses, por ejemplo- de hecho Pérez Reverte dice en alguno de sus textos que allá por el Siglo de Oro a los españoles se nos consideraba en Europa como unos tipos bajitos y con muy mala leche, también es verdad que la obra cumbre de la literatura Universal, El Quijote, fue escrita por un español y es también tremendamente cómica. En todo caso, cuando oigo declaraciones como las de la señora Bollaín, o veo actitudes como la suya en personas a las que yo tengo, o tenía, por inteligentes, no puedo dejar de pensar en Umberto Eco y en su personaje Fray Jorge de Burgos, que tenía encerrado bajo llave el perdido libro de la comedia de Aristóteles, porque consideraba que la risa era el camino más directo hacia el pecado.

Así que parece que últimamente reírse es malo, y sobre todo reírse de ciertas cosas es ya lo peor. Eso sí, siempre que pretendamos reírse de algo que afecta a nuestro grupo identitario, ya sean las mujeres, los negros, los gordos o los gais. Si no se trata de aquello con lo cual nos identificamos entonces podemos reírnos a mandíbula batiente de lo que sea porque, al menos nosotros, no vamos a sentirnos ofendidos. La falta de sentido del humor que nos azota, y que, bromas aparte, considero que es especialmente grave y preocupante, tiene que ver, ya no solo con la dictadura de lo políticamente correcto, con la tiranía de lo que se debe de hacer y lo que no se debe de hacer, sino con el identitarismo que impera en la sociedad actual, que no es más que una muestra de falta de inteligencia y de falta de personalidad. Los individuos se consideran a sí mismos como partes integrantes de un grupo, de tal forma que todo lo que son, su esencia metafísica por ponernos pedantones, se lo da el grupo. Un sujeto no es nada sino lo que el grupo hace de él, ni quiere ser otra cosa. No es de extrañar entonces que cualquier chiste sobre el grupo, el sujeto lo considere como un insulto personal. Sin darse cuenta de que no es más que un chiste.

Y voy a acabar con uno de mis chistes favoritos:

- Papá, Papá, cómprame una bicicleta.

- Anda hijo, además de paralítico, gilipollas


miércoles, 2 de octubre de 2024

Una alegoría

 Cuando yo era  niño, íbamos a jugar al fútbol a una explanada situada en el extremo del parque de la Fuente del Berro, colindante con lo que es hoy en día la M30 y que por aquellos entonces era tan solo lo que llamaban el arroyo Abroñigal, aunque ya habían comenzado las obras de construcción de lo que hoy es una calle más de Madrid -de hecho, también alguna vez jugamos al fútbol en la recién asfaltada carretera, antes de que fuera abierta al tráfico-. En aquella explanada no molestábamos a las señoras mayores que se sentaban en los bancos del parque a disfrutar del sol de la mañana, o de la tarde, ni a los abuelos que leían su periódico o sus novelas de Marcial Lafuente Estefanía. Solíamos hacer las porterías con los jerséis o las chaquetas del chándal, aunque también a veces utilizábamos dos árboles, lo que hacía más realista la experiencia del partido: podíamos decir que el balón había dado en el palo, cosa que con los jerséis era harto complicada. El balón lo comprábamos entre todos, poniendo cada uno lo que pudiera y cualquiera podía jugar. Los que eran buenos jugaban de delanteros y los que éramos malos de defensas, aunque nadie tenía puestos fijos, y en realidad todos  atacaban y todos defendían porque, claro está, no había entrenadores, o más bien todos éramos el entrenador. Y el puesto de portero se ocupaba por turnos. Aquellos partidos solían terminar en goleadas de las que nadie, al llegar el final, se acordaba, porque por supuesto no había árbitros y la reglas futbolísticas eran impuestas por el consenso de todos los que participábamos en el juego. 

Un día, cuando ya era más mayor, un adolescente que ya no iba a jugar al fútbol porque tenía otras cosas en las que ocuparse, vi que la explanada había desaparecido y que el ayuntamiento había construido unas pistas deportivas en su lugar. Supongo que los vecinos pensaron que qué bueno era el Ayuntamiento que les había construido unas pistas deportivas para jugar al fútbol. Yo lo que pensé es que los chicos del barrio ahora tendrían que formar parte de un equipo regulado para poder jugar y tendrían que federarse y tener una ficha. Que tendrían entrenadores que les dirían en qué puestos tenían que jugar, y sin moverse de ellos. Que por supuesto, los chicos que jugaran peor al futbol ahora tendrían que buscarse otra distracción, o ver a sus amigos jugar desde fuera de la pista, porque el entrenador de turno no les iba a dejar jugar. Que ya todo el mundo tendría muy claro el resultado, porque de lo que se trataría era de ganar por cualquier medio para poder acumular puntos y ascender en la clasificación de la liga en que se  encuadraba el equipo de turno. Y por supuesto había unas reglas y un árbitro encargado de hacer cumplir las reglas.

 Y aquel que no las cumpliera sería expulsado del partido y no podría volver a jugar. 

Ya no me gusta el fútbol


viernes, 14 de junio de 2024

Partidos y políticos

 Un partido político sirve, fundamentalmente y al menos en su origen teórico, para aglutinar las diversas facetas de la voluntad popular. Un partido político, se convierte así, en el instrumento a través del cual los ciudadanos pueden expresar sus opciones políticas y participar en la vida política de la nación. De la misma manera, los dirigentes de un partido político utilizan éste para alcanzar puestos de poder en el Estado través de las correspondientes elecciones. Pero, eso sí, puesto que el partido político es el vehículo de las aspiraciones de los ciudadanos, el que obtiene un cargo en el Estado lo obtiene sólo en tanto en cuando forma parte de un partido político y representa la voluntad de éste, si bien es cierto que, en cuanto gobernante, tiene la obligación de gobernar en beneficio de los intereses de toda la sociedad y no tan solo de los militantes de su partido. En todo caso, lo que quiero decir es que existiría una especie de dialéctica entre el partido y el puesto de poder, de tal forma que el partido se utiliza para alcanzar el puesto pero una vez alcanzado el puesto hay que tener en cuenta al partido, o al menos lo que éste representa.

Si se entiende bien lo anterior, que espero que se entienda, se sacará la conclusión obvia de que no es posible acceder al poder sin partido. Y por supuesto, tampoco es posible mantenerse en él sin partido. No solo es ilógico, sino que resulta una anomalía democrática, que un dirigente político que ha alcanzado el poder por medio de un partido político, abandone el partido y no abandone el puesto de poder, ya que ambos van indisolublemente unidos. A no ser que hablemos, claro está, de un gobierno de concentración nacional por alguna urgencia histórica o de una dictadura.

Como ya se habrán imaginado todo esto viene a cuento de la ocurrencia de la señora Vicepresidenta segunda del gobierno de abandonar su partido político, pero no el cargo que ocupa. Como acabo de repasar la teoría, me voy a centrar en la casuística concreta del caso de la señora Díaz. La señora Díaz ha dimitido de su cargo de presidenta de su formación política. Se entiende que ha sido por sus malos resultados electorales y porque considera que no es la persona adecuada para llevar su proyecto político a buen puerto. Lo que yo me pregunto -y todos deberíamos empezar a preguntarnos ya- es cómo es posible que la señora Díaz no sea competente para dirigir un partido político y sin embargo si lo sea para gobernar un país. Yo creo que ella misma se dio cuenta de tamaña incongruencia y por eso  rectificó y dijo que en realidad no iba a dimitir de sus responsabilidades en su partido. Eso tampoco nos debe sorprender mucho en este gobierno, porque se pasan la vida rectificando o cambiando de opinión, que si bien rectificar es de sabios, rectificar demasiado es más bien propio de incompetentes y estultos. Pero a lo que iba. Lo que a mí me demuestra el caso de la señora Díaz es que a todos estos y estas individuos e individuas que vinieron a regenerar la política española lo único que les preocupa de verdad es el sillón y la moqueta -véase el caso de ínclito Pablo Iglesias y su no menos ínclita señora-. Lo que a mí me demuestra la señora Díaz es que su partido, sus votantes y sus seguidores le importan un rábano, y que una vez conseguido su objetivo, que era el despacho y el sueldo, puede tranquilamente despreocuparse de un proyecto político que, en realidad, solo le causaba problemas. Lo triste de esto, y lo que debería quedar claro para todo el mundo de una santa vez- es que este tipo de comportamientos los llevan a cabo gentes que se dicen de izquierdas que para conseguir sus objetivos se han llevado por delante sin pestañear, entre otras cosas, un proyecto como el de Izquierda Unida. Así que no se extrañen si los que los repudiamos desde siempre no tengamos ya claro dónde estamos


lunes, 10 de junio de 2024

La cabra, la cabra...

 El pasado jueves nos sorprendimos, al menos yo, con la noticia de que un trabajador de la Universidad Complutense, había sido detenido por violar a una cabra. Bien es cierto que últimamente la Universidad Complutense nos tiene acostumbrados a las noticias más bizarras, pero esta de la cabra me resulta de lo más llamativa. Porque claro, al leer la noticia de la violación -fíjense bien que ni siquiera se trata el asunto como presunto- yo me pregunto si la cabra llevaría una falda demasiado corta e iría provocando a todos los trabajadores de la limpieza que se cruzaban con ella, o no dejaría bien claro que no deseaba mantener relaciones sexuales con aquel humano y que prefería a un cabrón con los cuernos bien puestos, y por eso fue violada, pues aunque no dijo explícitamente sí, tampoco dijo que no. De todas formas hay que reconocer que el violador fue muy atrevido, pues la negativa de la cabra podía perfectamente haber consistido en una embestida contra sus atributos masculinos, lo cual hubiera supuesto, en este caso estaremos todos de acuerdo una negativa mucho más rotunda que lo que se supone que hiciera la cabra para considerar que ha sido violada.

De lo que no cabe ninguna duda es que la cabra tenía todo el derecho del mundo a llegar a su casa, o a su corralillo, sola y borracha. Y que el empleado de la limpieza que la violó, vamos a dejarnos ya del “supuesto”, puesto que si la cabra afirma que ha sido violada tenemos que dar crédito a sus palabras, pues las cabras en este caso siempre suelen llevar la arzón, y en todo caso tendría que ser el violador el que demuestre que él no ha violado a la cabra, y no al contrario, decíamos que el empleado que la violó no tiene defensa en afirmar que la cabra se le insinuó, o que las relaciones fueron consentidas o que en ningún momento la cabra le dijo que no. Lo cierto es que la cabra ha sido violada y el peso de la ley deberá caer sobre el agresor sexual de la susodicha cabra que, por cierto ya ha sido detenido y acusado de violación de una cabra

Consideremos, además, la posibilidad de que la cabra se haya quedado embarazada, que no preñada, no utilicemos términos que pueden resultar ofensivos para las cabras, y que, como consecuencia de ese embarazo no deseado da a luz a un sileno, a un fauno mitad cabra mitad humano. Qué sería de ese pobre ser, en un mundo en el que apenas quedan bosques en los que pidiera vivir a sus anchas y desarrollando su plena naturaleza de fauno, sin poder tocar la flauta a cada momento y sin poder perseguir con lujurioso ánimo a las ninfas del bosque. Sería un ser desgraciado que debería su desgracia al violador de la cabra de su madre.

Así que debemos decir categóricamente que la cabra tiene el derecho a que sea respetada su libertad sexual y que su violación no es más que una muestra más de la sociedad cisheteropatriarcal en la que vivimos. Y una prueba de lo que digo es esa canción popular que debe ser censurada inmediatamente ya que gracias a ella se ofende a las cabras y se anima a su violación que dice aquello de “la cabra, la cabra, la puta de la cabra”. Y ya acabo aquí. Próximamente trataré el tema de un sujeto acusado de asesinato por pisar una cucaracha


viernes, 7 de junio de 2024

Estimado Señor

 Estimado señor Sánchez Pérez-Castejón.

Si nace usted más tonto nace botijo. Ya sé que hay un grupo numeroso de compatriotas que le consideran a usted el prototipo de la inteligencia y de la astucia y la habilidad política, entre ellos inúmeros periodistas, intelectuales y políticos. Pero es que esas personas, siento ser yo quien se lo diga, señor Sánchez Pérez-Castejón, son ya directamente botijos. Porque, alma sin tino, ¿cómo se le ocurre escribir la carta que escribió usted a la ciudadanía, sabiendo cómo sabía que su mujer llevaba imputada desde hacía la pila de días, y amenazando con dimitir para luego decir que se quedaba? Vale que le vino muy bien para coger algunos votos en las elecciones catalanas, pero ahora que toda España sabe que su mujer está imputada y vienen unas elecciones europeas, la nueva misiva que ha vuelto a escribir, tan patética como la anterior, ya no se la cree nadie, Bueno, sí, se la creen los botijos citados más arriba.

Y es que si lo que usted pretende con esta nueva epístola es movilizar el voto a su favor en las próximas elecciones, mucho me temo que le va a salir el tiro por la culata, porque los ciudadanos ya se han hartado de tanto amorío adolescente y de tanto pasteleo, y puede que acaben votando en su contra, aunque solo sea para que se calle usted, epistolarmente hablando, de una vez por todas. Obtendría usted algún que otro voto botijero, pero poco más. Claro que a lo mejor lo que usted pretende es tan solo mostrar al mundo el amor incondicional que siente por su señora esposa, cuan Orfeo con su Eurídice, Romeo con su Julieta, Calixto con su Melibea, o Don Quijote con su Dulcinea, parejas famosas a las cuales dentro de poco se añadirá la de Pedro y Begoña, como los amantes de Teruel. En ese caso yo creo que lo que tendría que haber hecho usted era declarar ese amor que le desborda en privado, pues lo único que ha conseguido ha sido poner a su esposa en la picota, si es que no lo estaba ya gracias a sus negocios. En todo caso, si usted ama tanto a su pareja como deja ver en sus escritos, yo le diría que le recomendara que estudiara un grado universitario, más que nada para no poner en un compromiso a las autoridades de la Universidad Complutense que le han regalado la cátedra y que se las están viendo y se las están deseando para explicar cómo es posible que cualquiera que pase por la puerta pueda ser catedrático.

De cualquier manera estas son cuestiones personales en las que ya sé que no debería de meterme pues está muy feo meterse en la vida privada de los demás. Pero, visto que usted las ha hecho públicas, me he permitido el atrevimiento de opinar sobre ellas, pues no otra cosa es lo que creo que usted ha pretendido con sus cartas: que toda España pueda opinar sobre su relación con su esposa.

Por último, y ya que estamos en confianza, me voy a permitir darle a usted un consejo. Por favor, despida a su sastre, o deje de comprarse los trajes en  Zara. O, en su defecto, al menos cómpreselos de su talla, no dos tallas más pequeños, que cualquier día se le va a acabar rompiendo el fondillo del pantalón, por no hablar de lo cortas que le quedan las mangas de las americanas o las perneras del susodicho. Y ya que hablamos de estilo, sáquese usted las manos de los bolsillos y cambie de modelo de camisa de sport, que esa azul tipo vaquero ya está muy vista. Ah, y procure no andar como si fuera John Wayne en Centauros del desierto.


viernes, 31 de mayo de 2024

Deberías bajar el volumen

 Iba yo esta mañana en el metro escuchando música en unos auriculares, cuando me ha llegado a través de ellos el aviso de que había recibido una notificación en el teléfono móvil. Al comprobar dicha notificación he visto, no sin sorpresa, que se trataba del propio teléfono móvil que, por su cuenta y riesgo, me decía que debería bajar el volumen de la música. Me he quedado un tanto pasmado y estupefacto al principio, pero luego he pensado que si, al fin y al cabo, todo el mundo nos dice lo que debemos hacer, por qué no lo iba a hacer también un aparato electrónico, habida cuenta, además, de que son los aparatos electrónicos los que hoy en día marcan los ritmos vitales de los ciudadanos. Como esta frase me ha quedado bastante cursi, la voy a reescribir: son los aparatos electrónicos los que nos dicen lo que debamos o no hacer y lo que debemos o no saber.

Si escribo sobre esto es porque es bastante molesto que tu propio teléfono móvil, que debería estar para servirte a tí y no al contrario, te diga lo que debes de hacer y además te tutee. Claro que, analizándolo un poco, es fácil llegar a la conclusión de que los teléfonos móviles están fabricados y programados por humanos. Y son esos humanos -agrupados en grandes corporaciones- los que en realidad dicen lo que se debe hacer. El caso es que, lo mires por donde lo mires, estamos en una sociedad en la que todo el mundo, incluido el teléfono móvil, te dice lo que debes hacer. Pero lo grave no es esto, lo grave es que todo el mundo lo acepte como lo más normal del mundo. Vamos, yo estoy convencido que el noventa por ciento de los sujetos -o al menos el setenta y cinco que cree que el Sol gira  alrededor de la Tierra- a los que le llega el aviso de que bajen el volumen, efectivamente lo bajan. Y esto ya denota algo todavía más grave que lo que te diga el teléfono. Denota que estamos en una sociedad donde nadie piensa por sí mismo, pues eso y no otra cosa implica el que a uno le digan lo que debe de hacer y vaya y lo haga. Estamos en una sociedad donde te dicen la música que tienes que escuchar, lo que tienes que comer y lo que debes de leer. A mi, hace poco, me han dicho que por qué me pongo un pendiente en la oreja derecha y no en la izquierda. Pues mire usted porque es mi oreja y mi pendiente y me lo pongo donde me a dí la santa gana.

Como decía Kant los individuos, en pleno siglo XXI, continúan estando en una culpable minoría de edad intelectual. Más culpable, si cabe, en cuanto que ya han pasado tres siglos desde que empezó la Ilustración y estamos menos ilustrados que nunca. Y es que claro, resulta bastante cómodo no pensar por uno mismo, dejar que otros te digan lo que tienes que pensar. Porque a lo mejor, si piensas por tí mismo, te das cuenta de que lo que pensabas estaba equivocado, o no es lo que realmente pensabas, sino que te lo habían hecho pensar, o te tienes que enfrentar con un montón de gente que piensa que debes seguir pensando lo mismo. Cuando yo era pequeño, todo el mundo creía en Dios y en la religión católica, porque en plena dictadura franquista no tenías más remedio que hacerlo. Cuando crecí, dejé de creer en Dios, no porque nadie me lo dijera, sino porque yo mismo lo pensé. Y fue un proceso bastante complicado, puesto que, como dice Ortega, de pronto se me abrió un hueco en mi vida que había que llenar con algo, y la única manera de llenarlo era pensar. Por eso digo que es muy cómodo, no pensar y dejar que otros piensen por ti. 

Nos sorprendemos últimamente de la polarización de la sociedad. No es más que una consecuencia de lo anterior. Somos borregos que hacemos lo que nos mandan y pensamos lo que nos mandan. Y si nos mandan que pensemos que el de enfrente es el enemigo al que debemos odiar, pues lo hacemos sin plantearnos nada más, porque, como decía, el planteárselo puede resultar doloroso.


viernes, 24 de mayo de 2024

Política y significado

 Ya he dicho alguna vez que la importancia del significado es que es él el que relaciona el lenguaje con la realidad. Precisamente por ello, una alteración del significado de un término, por no decir una corrupción del mismo, supone una alteración de la realidad, por no decir una corrupción de la misma. Vamos, que si usted quiere inventarse una realidad paralela, lo mejor que puede hacer es cambiar el significado de los términos que utiliza para referirse a ella, o directamente inventarse ese significado. Es la “neolengua” de 1984, obra que, por cierto, Orwell escribió como ataque al totalitarismo estalinista. No es de extrañar, entonces, que el gobierno español y sus voceros, cuya máximo empeño es inventarse una realidad paralela que se adapte a sus intereses, empiece por inventarse el significado de su lenguaje.

            Voy a referirme a dos ejemplos concretos, uno de ellos relativo al propio gobierno y el otro a uno de sus periodistas afines. Una de la cosas que el gobierno español ha llamado al presidente de la Argentina (y descuiden, que no me voy a meter en un asunto que no es más que otra cortina de humo del señor Sánchez Pérez-Castejón) ha sido fascista. Yo no sé si el señor Presidente de la Argentina será un drogadicto porque no le conozco de nada, aunque sí que hay que reconocer que a veces hace algunas cosas bastante raras, pero de lo que no estoy seguro es de que no es ningún fascista. Ni él ni ninguno de los que actualmente se denominan, o se los denomina, ultraliberales. Uno de los caracteres esenciales del fascismo, tal y como se presenta en los años treinta del siglo pasado, que es la época en la que se puede propiamente hablar de fascismo, es la anulación del individuo en aras del Estado. El fascismo pone al estado por encima de los sujetos, concretos, de tal forma que éstos quedan supeditados a aquél. Solo son algo en tanto en cuanto forman parte del Estado y, por supuesto, son intercambiables, o eliminables, si eso redunda en interés del Estado. No ocurre nada porque desaparezcan los individuos, pues lo que se tiene que mantener es el Estado. Lo que pretende el señor Milei en Argentina -y de ahí viene la famosa motosierra- es todo lo contrario. Laminar lo más posible el Estado en beneficio del individuo. Esto podrá suponer que los más desfavorecidos socialmente se tengan que buscar ellos las judías y no acudir al Estado, lo cual puede ser criticable en todo caso. Pero, precisamente por eso, no tiene nada que ver con el fascismo. Es importante esta distinción, pues si se le llama fascista a lo que no lo  es, el verdadero fascismo, cuando aparece, no es reconocido, y acaba siendo considerado como progresismo.

            El otro ejemplo que quiero poner lo vi el otro día en un programa de televisión de una cadena amiga del gobierno. En él, un periodista del que desconozco el nombre, afirmó que el presidente de Argentina y otros como él, pertenecían a la extrema derecha que fue derrotada en la Segunda Guerra Mundial. Yo la verdad es que en este caso tengo mis dudas acerca de si esto es una alteración del significado de los términos o pura y simple ignorancia. Acabo de decir que el señor Milei es muchas cosas, pero no un fascista, que era la marca característica de la extrema derecha que fue derrotada en la Segunda Guerra Mundial. Pero es que además, la extrema derecha derrotada en la Segunda Guerra Mundial -perdonan que insista en lo de derrotada- mató a seis millones de judíos, y su intención era matarlos a todos. Y, bueno, hoy en día ya sabemos quién ha cogido el relevo a eso de exterminar judíos. Y no, no son los argentinos.