Todos los que de una u otra manera
han pertenecido al gremio de los llamados “filósofos” a lo largo de la historia,
han intentado ofrecer una, si no definición, si al menos determinación de su
objeto de estudio o, lo que es lo mismo, de la Filosofía. Y aunque –como, por
otra parte, podría parecer lógico- todos y cada uno de ellos han caracterizado
a la filosofía de manera distinta, no es menos cierto que todas estas múltiples
determinaciones comparten un elemento común: la filosofía es una relación, más
o menos privilegiada, del sujeto con el entorno que le rodea o, en otras
palabras, la filosofía es un intento de dilucidar qué cosa pueda ser la
realidad, cuáles son sus componentes y cuál su interacción con los individuos.
De
esta manera la filosofía nace en la Grecia clásica como una necesidad de
explicación de los fenómenos naturales (para los primeros filósofos griegos la
realidad es fundamentalmente Physis,
naturaleza), una explicación que sustituya al relato mítico que resulta
insuficiente ante las nuevas exigencias de comprensión de un sociedad que
económicamente está cambiando hacia un sistema comercial. Filosofía, pues, como
conocimiento de la realidad y, en este sentido, como madre de todas las ciencias.
Cuando
en el siglo XVII la Filosofía Moderna, de la mano de Descartes, descubre que
entre el sujeto y la realidad existe una brecha gnoseológicamente insalvable,
que lo que el sujeto conoce no es la realidad en sí misma –tal y como
consideraban los griegos- sino la ideas que tiene en su mente acerca de esa
realidad –ya sean esas ideas producidas por la propia razón, puestas por Dios,
formadas a partir de las impresiones de los sentidos o el resultado de una
síntesis trascendental-, que no conocemos la realidad tal y como es, que ni
siquiera podemos asegurar –tan sólo postular en el mejor de los casos- la
existencia de dicha realidad –podemos dudar de ella- y que, por tanto eso que llamamos realidad no
es más que una construcción del sujeto, de sus ideas innatas, de su
imaginación, de sus condiciones trascendentales o de su Razón, la filosofía
cobra un nuevo impulso, toma un nuevo camino y, en este nuevo camino, determina
su significación.
Hoy
en día la filosofía se entiende como una reflexión crítica acerca de esa
realidad que no es tan objetiva como pudiera parecer. Reflexión que es
necesaria desde el momento en que sabemos que no sabemos qué es la realidad y
sólo conocemos de ella aquello que depende de las condiciones del sujeto
humano. La Filosofía saca a la luz ese engaño de la realidad, o más bien, desde
el momento en que nuestra realidad ya no es natural sino social, de aquellos
que construyen la realidad y la hacen pasar por absoluta, sagrada y estática
–ya que no estética-. La lechuza de Minerva despliega sus alas al anochecer y
nos descubre aquello que permanece oculto detrás de una realidad quizás no tan
real. Pero si el sujeto, los individuos o los ciudadanos están presos de la
realidad, están sometidos a ella como el marco necesario en el cual se
desarrollan como tales sujetos, individuos o ciudadanos, la filosofía tiene
entonces como objetivo emanciparlos, liberarlos de la cárcel de “lo real”. Por
eso la Filosofía es hoy más necesaria que nunca. Y lo seguirá siendo mientras no
alcance sus metas.
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