jueves, 21 de mayo de 2020

La racionalidad del encierro

Los seres humanos son seres racionales, y por lo tanto se les supone racionalidad en todas sus decisiones y en todos sus actos. Cuando uno de esos actos es un acto absoluto, como el encerrar a toda la población durante un período indeterminado de tiempo, eliminando sus derechos más básicos, no solo civiles, sino incluso humanos, se supone que la racionalidad que guía ese acto debe ser también absoluta. Analicemos, pues, la racionalidad de un acontecimiento como el citado y veamos si es realmente racional. Vamos a realizar este análisis desde tres aspectos que cubren, si no en su totalidad si en su gran mayoría, eso que se lama racionalidad. Estos tres aspectos son la racionalidad de las acciones según deseos y creencias, la racionalidad como cálculo coste-beneficio y la racionalidad moral.

            Todos los teóricos coinciden en asegurar que la base de la racionalidad humana es actuar de acuerdo con las creencias y los deseos que se poseen. Si alguien actúa en contra de sus creencias y deseos, en principio, podemos asegurar que se comporta irracionalmente. Es decir, si alguien desea curarse de un cáncer de pulmón y se pasa el día fumando, parece que nos encontramos ante una acción irracional. Ahora bien, también puede ocurrir que la acción conforme a deseos y creencias resulte irracional, si las creencias que guían esa acción son en sí mismas irracionales. Ese es el supuesto en el que hay que situar el encierro de la ciudadanía. Pues ese encierro, que en principio podría parecer racional, se torna irracional cuando se fundamenta en el miedo, un sentimiento irracional, o en una proyección al futuro que no puede ser conocida en el presente. Mantener el encierro por miedo a un rebrote de los contagios, es irracional, pues no es posible saber si se va a dar o no ese rebrote. Solo podemos saber aquello de lo que se tienen evidencias empíricas y en este caso esas evidencias no se dan. Tampoco es posible hacer una generalización inductiva pues el número de casos a observar -en este caso China- es demasiado pequeño y por tanto irrelevante. Desde este punto de vista, por lo tanto, la creencia en el rebrote es irracional.

            Si nos paramos ahora a observar el cálculo de coste-beneficio del encierro veremos que este es el criterio que se ha seguido para mantenerlo, aunque en realidad el beneficio sea para los gobernantes y el coste para el resto de la población. Así, se nos dijo en su momento que el encierro había salvado 16.000 vidas -ahora hablan de 300.000; no sé muy bien de dónde habrán sacado ese cálculo a todas luces exagerado. Ahora bien, el coste humano no solo se debe calcular en el número de vidas que se puedan salvar en un principio. ¿Es racional, desde este punto de vista, matar a una persona para salvar a 100? Parece que sí. Pero el encierro funciona al revés, por salvar 16.000 vidas se van a perder muchas más. Muchas más porque las consecuencias del encierro son, ya empiezan a ser, terribles: terribles a nivel económico y, por lo tanto, terribles a nivel humano. No es cierto que haya que elegir entre la economía y las personas porque la economía son las personas. No tardaremos en empezar a ver -ya lo hemos visto- pobreza y miseria, hambre y todas las enfermedades, patologías y problemas sociales asociados a la falta de trabajo y de expectativas de futuro, cuando no a la falta de las condiciones básicas necesarias para sobrevivir. Veremos muertos por hambre, por enfermedades asociadas la mala alimentación, por suicidios, etc. Muertes que supondrán un coste humano que no superará el beneficio del encierro, puesto que durarán seguramente años.

            Esto nos lleva a tener en cuenta la racionalidad moral. Hay que salvar una vida hoy aunque mañana se pierdan 100, se dice. Ya hemos visto en el apartado anterior que ese cálculo no es racional. Se supone que lo moral es aquello que resulta universalizable. Y resulta universalizable porque es algo que se quiere para toda la especie humana. Esa es la consideración de Kant, y es la que se mantiene hasta ahora. Ahora bien, ¿es deseable, y por lo tanto universalizable, para toda la especie humana una situación en la que se pierde la esencia de la humanidad? Es decir, ¿alguien podría desear una situación en la que todos loe seres humanos, incluso él, dejaran de ser seres humanos? Porque esta es la situación que se da en el encierro, no lo olvidemos. El ser humano son sus relaciones sociales, esto lo han dicho todos los pensadores que en el mundo han sido desde Platón hasta Marx. Si los seres humanos viven encerrados y pierden esas relaciones sociales, dejan ser de ser seres humanos, pierden lo que les hace ser tales. De esta manera, parece que el encierro tampoco es racional desde este punto de vista moral.

            Hay que concluir pues, que el estado de alarma es irracional. Y lo es por inmoral e inhumano.

martes, 19 de mayo de 2020

La izquierda que no es

Dicen que no hay peor ciego que el que no quiere ver. Si esa ceguera es ideológica se provoca, además, la idiotización. Y la idiotización lleva a aceptar posturas que niegan todo aquello que se dice defender. Esto viene a propósito de una nueva manera de entender la izquierda política, que ya se ha convertido en el pensamiento oficial (y único) de la izquierda y que no tiene nada que ver, sino que más bien niega, los fundamentos de lo que siempre hemos entendido por “izquierda” aquellos que somos, y aún seguimos siendo mal que les pese a algunos, de izquierda.

            No me voy a referir aquí a las actitudes de aquellos dirigentes que, diciéndose de izquierda, han ocupado el poder.  El objetivo último de todo político, sea de la tendencia que sea es alcanzar el poder, y si ese o esos políticos tienen un afán de poder tan desmedido como tienen los que ahora nos gobiernan, no es de extrañar que hagan todo lo posible por mantenerlo. Al fin y al cabo ya se dice que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. Me voy a referir, más bien a la gente de izquierda, a la masa de la izquierda que son los que son sus actitudes sostienen a estos dirigentes en el poder.

            La izquierda actual, desde esta perspectiva, es una izquierda que no es. Y no es porque no es nada de lo que tradicionalmente ha sido la izquierda. En concreto, no es ni democrática, ni crítica, ni inteligente. La izquierda (la neoizquierda la llamé alguna vez) no es democrática porque reniega de todos los instrumentos de la democracia conocidos. Así, no solo acepta, sino que aplaude y exige, el secuestro del parlamento, que es la sede de la voluntad popular, e incluso la anulación de los derechos civiles y sociales más básicos recogidos en la Constitución, entre otras cosas porque tampoco parece que acepte mucho la Constitución. Se inventa una democracia nueva, la democracia asamblearia, eso si, siempre y cuando esa asamblea, que debería ser la de toda la humanidad, esté formada tan solo por aquellos que profesan las mismas ideas de uno. Esto, por otra parte, hace que la izquierda pierda su famosa primacía moral, porque esa primacía moral se basaba precisamente en considerar a toda la especie humana parte de una misma clase, toda la raza humana está alienada y toda la raza humana se debe liberar. Si no se considera a toda la humanidad, sino solo a una parte, entonces no hay argumentos morales para sustentar las teorías de la izquierda sobre ninguna otra. Con lo cual la asamblea no es más que un reflejo de las creencias de quienes la constituyen y no un verdadero instrumento democrático.

            Precisamente por lo anterior, la izquierda ha dejado de ser crítica. Ya no existe ese pensamiento crítico, ese debate interno y continuo que podía -y debía- poner en solfa, o al menos someter a la discusión, las decisiones de aquellos que ocupaban los puestos de mando. La izquierda de hoy en día es una izquierda seguidista del poder. Se acepta todo lo que emana del gobierno sin ningún atisbo de duda y son someterlo a la más mínima reflexión ni análisis racional. Estamos, así, en las antípodas de la izquierda, o en todo caso en la izquierda totalitaria de Stalin y Mao. Se dobla la cerviz antes las decisiones del líder, porque se considera que el líder es el que sabe lo que nos conviene y todo aquel que no acepta esas decisiones, todo aquel que no es de los nuestros es el enemigo al que hay que eliminar. La izquierda, así, se convierte en dogmática, sectaria y maniquea. O estás con nosotros estás contra nosotros. Nosotros estamos en el lado de los buenos, luego todos los demás son los malos, y a los malos hay que humillarlos, despreciarlos, insultarlos, en última instancia, eliminarlos.

            Pero esto no es más que un reflejo de que la izquierda ha dejado de ser inteligente. La inteligencia es la capacidad de adaptarse al medio, es decir, la capacidad de leer la realidad y de interactuar con ella del modo más conveniente para nuestro desarrollo, o nuestros intereses. La masa de la izquierda ha perdido esa capacidad de leer la realidad. Vive en el mundo ideal e imaginario que le proyectan sus líderes Así, no se da cuenta de que esto no se trata de verdes o azules, sino de seres humanos. No se da cuenta de que el Gobierno le está enfrentando con otros seres humanos, que le ha lanzado el hueso de los manifestantes de derechas, que previamente han sido calificados como poco menos que genocidas y enemigos de la humanidad, para que lo muerdan y se olviden de lo que realmente está pasando. Para que no se den cuenta de que las consecuencias económicas de un estado de alarma interminable, irracional e innecesario, las van a pagar ellos, y no los que tienen enfrente, que ya tienen el riñón bien cubierto. No se dan cuenta de que los que deberían estar manifestándose tendrían que ser elllos, la gente de izquierdas, porque van a ser los que van a sufrir las consecuencias del afán de poder de sus líderes.

            De esta manera, la izquierda es intercambiable con la derecha. No hay ninguna diferencia entre una y otra. De hecho, si fuera la derecha la que ocupara el poder, la que estarían dando cacerolazos sería la izquierda, la que estaría en contra del estado de alarma sería la izquierda, y la que pediría la dimisión del presidente sería la izquierda. Y una izquierda que actúa así ya no es izquierda.

lunes, 18 de mayo de 2020

Cuentos del encierro: La invasión

Los contactos se habían intensificado en las últimas semanas. Era necesario encontrar una solución cuanto antes. La población se había empezado a despertar y pronto la situación se tornaría insostenible. Había que encontrar cuanto antes una nueva razón para seguir manteniendo las medidas represivas, ahora que el virus había dejado de perder fuerza, tanto biológica como coactiva. Por ello los dirigentes de la nación se habían dirigido a los servicios de inteligencia para que buscaran soluciones al problema que se les venía encima. Estos, después de mucho pensar, creían haber encontrado la solución. Si la gente había perdido el miedo al virus, seguramente no se lo había perdido a los extraterrestres. Era necesario, pues, encontrar una civilización extraterrestre lo suficientemente agresiva como para asustar a la población y, a la vez, lo bastante comprensiva como para aceptar las prebendas que el gobierno estaba dispuesto a ofrecerles a cambio de mantenerles en el poder. Los aliens y los predators, por lo tanto, que era lo que más cerca tenían no parecía que fueran los adecuados para tal fin. Por fin, después de mucho investigar, dieron con lo que estaban buscando en un planeta próximo al Alfa Centauri (todos los extraterrestres vienen del mismo sitio, que quieren que haga yo).

            Al principio los extraterrestres aceptaron con reticencias la idea que les proponía el gobierno de una nación (¿Qué demonios era una nación?) de un planeta situado en la orbita de una estrella enana de la Vía Láctea. A fuerza de conversaciones (menos mal que los extraterrestres poseían programas de traducción universal) empezaron a valorar las ventajas de lo que les ofrecían. Un sitio donde al parecer hacía calor en verano y con playas para tumbarse a no hacer nada. Bares y restaurantes cada dos pasos y una fiesta nocturna continua. Eso, para unos extraterrestres como ellos, que no pensaban más que evolucionar como especie y llegar a ser los más adelantados del espacio para poder invadir planetas y llevarles su tecnología (que, como todo el mundo sabe, es lo que hacen todos los extraterrestres) era un alivio a su duro trabajo diario. No estaría mal, pensaron, poder establecer una colonia de vacaciones  en algún sitio alguna vez.

            Los miembros del gobierno les explicaron, eso sí, que tenían que ser, o al menos aparentar, duros y violentos, porque el objetivo de todo aquello no era otro que asustar lo suficiente a la población como para que aceptara seguir encerrada en su casa durante siete u ocho años más, después de los diez que ya llevaba. Los extraterrestres no acababan de entender muy bien el afán de aquellos humanos en tener encerrada a la gente, pero ya se les había abierto el gusanillo del sol y la fiesta, y no parecían dispuestos a renunciar a ellos por un quítame allá esa desintegración. Así que si había que lanzarse al espacio como las naves del Imperio galáctico, dispuestos a destruir planetas, pues lo harían, faltaría más. Ellos estaban para cumplir.

            Cuando todo parecía hecho y se estaban tratando solo los últimos flecos del acuerdo, el negocio se fue al carajo. De pronto, los gobernantes del sitio aquel que tenían que invadir les comunicaron que de bares y restaurantes nada de nada, que estaban cerrados por el estado de alarma y no tenían claro cuando se podrían abrir, que todo dependía de unas fases de una desescalada (esa palabra la tuvieron que entender fonéticamente porque no venía en sus traductores universales) o algo así. Lo mismo ocurría con las discotecas y la fiesta nocturna. No se sabía muy bien por qué, pero tenía que haber dos metros de distancia entre las personas de aquel lugar (valiente absurdo, pensaron nuestros extraterrestres, será alguna costumbre local). Y de las playas más de lo mismo. Las playas permanecían cerradas hasta nueva orden para evitar aglomeraciones. Los extraterrestres se enfadaron bastante y preguntaron a los dirigentes que por qué no les habían dicho todo esto antes en vez de hacerles perder el tiempo, al lo que los gobernantes del país no supieron contestar y les remitieron a la rueda de prensa que el presidente daba algún día que otro.

            Cerrada la puerta de los extraterrestres ya solo quedaban los zombis.

jueves, 14 de mayo de 2020

Toque de queda

Un toque de queda tiene como principal función hacer que los ciudadanos se queden en su casa para evitar disturbios o saqueos. El estado de alarma es un estado excepcional que tiene como objeto poner freno o paliar una situación excepcional. Si el estado de alarma se convierte en algo normal, si pierde su carácter de excepcionalidad, entonces deja de ser un estado de alarma y se transforma en otra cosa. Es lo que ocurre actualmente en España. El Estado de alarma ha dejado de ser eso, y se ha transformado en lo que llaman la nueva normalidad.

            Vayamos a los hechos. Los hechos son que la situación que provocó la declaración del Estado de alarma ya no existe, y por lo tanto éste ya no cumple ninguna función, o al menos no cumple aquella función por la que se declaró. No se me echen las manos a la cabeza. Hace tiempo que nos movemos en el error de pensar que el estado de alarma tiene como función salvar vidas. Yo no digo que no las haya salvado, porque sinceramente como soy más tonto que los demás no lo sé, pero lo que sí digo es que si las ha salvado esto ha sido simplemente un subproducto de su verdadero objetivo. Si repasan las declaraciones de los miembros del gobierno, de los miembros de la oposición y de los representantes de los medios durante los días inmediatamente posteriores a la declaración de la alarma, todos coinciden en que su objetivo era evitar el colapso del sistema sanitario. Ahora bien, el sistema sanitario ya no está colapsado, de hecho hace mucho tiempo que no lo está. El colapso se mantuvo durante las últimas semanas de marzo y las primeras de abril y poco más. Esos son los hechos. Todos lo demás son elucubraciones sin base empírica sobre una supuesta segunda ola de contagios, algún que otro rebrote, o que por pararnos a charlar con un conocido vamos a provocar el contagio de medio mundo, producto, como dice mi madre, de que tenemos más miedo que vergüenza.

            Si ya no existe la situación objetiva que provocó el estado de alarma ¿por qué se sigue manteniendo? Porque ahora viene muy bien para evitar la protesta social. Viene tan bien para evitar la protesta social (que no es solo de derechas, por mucho que digan, porque ni yo ni el gobierno valenciano somos de derechas) que el presidente del gobierno está pensando el ampliarla por un mes más. Yo no soy jurista, así que no voy a entrar a discutir la constitucionalidad de esta medida, pero vamos, cualquiera que sepa leer puede apreciar que el Artículo 116 de la Constitución española, apartado 2, donde se regula dicho estado explícitamente dice que “el estado de alarma será declarado por el Gobierno mediante decreto acordado en Consejo de Ministros por un plazo máximo de quince días” (las cursivas son mías), aunque supongo que esto, como todo en la actualidad, será interpretable. Es decir, que ya no solo es que se mantenga actualmente dicho estado sin que exista la razón objetiva que lo provocó, sino que se va a mantener durante un mes, sin saber -porque eso no lo puede saber nadie y una cosa es ser Pedro Sánchez y otra ser adivino- cuál va a ser la situación dentro de un mes. Eso sí, se logrará esquivar el control de Parlamento, que permanece cerrado y que solo se abre una vez a la semana y no precisamente para elaborar leyes, que es su función principal, y que con la prórroga de un mes seguirá funcionando a medio gas hasta, curiosamente, el 30 de junio, que es cuando termina el periodo de sesiones, mientras el presidente del gobierno sigue gobernando revestido de poderes absolutos son ninguna cortapisa democrática. Manteniendo encerrados a los ciudadanos durante meses sin ofrecer ningún tipo de solución salvo el encierro en sí mismo, cuando hasta los presos saben cuánto durará su condena. Lo que, según palabras del propio presidente del gobierno, iba a ser una solución temporal amenaza con convertirse en definitiva, a no ser que entendamos que todo es temporal, y que tan temporal es un periodo de quince días como de quince años.

            Repito, el estado de alarma ahora mismo solo tiene como objetivo desactivar la protesta social. Basta con ver la última orden a la policía al respecto de perseguir los mensajes en redes sociales que alienten la protesta contra las decisiones gubernamentales. Porque, mirado fríamente, genera más problemas de los que soluciona, problemas que son los que provocan esa protesta. Problemas económicos que ya estamos viendo y que veremos cada vez más, con personas (PERSONAS) haciendo cola durante siete horas para que les una bolsa de comida, el paro en aumento y el PIB por lo suelos; problemas de descontento social, como ocurrió ya en Italia y Alemania aunque los medios españoles hayan pasado de puntillas por encima de ellos. Y problemas sanitarios, con una previsión de aumentos de los infartos hasta ponernos al nivel de hace veinte años, y un incremento de las enfermedades mentales que aún no se ha cuantificado pero que se anuncia como trágico.  ¿Estado de alarma? No, toque de queda.

miércoles, 13 de mayo de 2020

Cuentos del encierro: La medida

Los medios esperaron al fin de semana para anunciar la nueva medida. Según dijeron, un reciente estudio no publicado y que no especificaba la población de muestreo había descubierto una nueva vía de contagio del virus. Al principio la incredulidad cundió entre los expertos, pero la política de “prevención ante todo” los llevó a adoptar la nueva medida, no fuera a ser que hubiera un repunte de los contagios. Sabían que iba a ser difícil de explicar que un virus que causaba una enfermedad pulmonar se contagiara por vía anal, pero para eso tenían a todos los medios de propaganda a su favor y, en todo caso, el miedo y la obediencia harían el resto. Parecía bastante obvio que las mascarillas no resultaban útiles en la nueva vía de contagio, primero porque todo el mundo suele llevar cubierta esa zona de su cuerpo y aún así se producía la infección, y segundo, porque llevaría mucho tiempo fabricar mascarillas que se adaptaran a dicha parte de la anatomía, aparte de que habría que fabricarlas de varias tallas, porque, a diferencia de la boca y la nariz, las diferencias en el tamaño de los culos de los ciudadanos y ciudadanas son bastante considerables. Optaron, pues, por la medida que parecía más eficaz y menos costosa y publicaron en el BOE de aquel mismo domingo la obligación para todos los ciudadanos de llevar un tapón en el ano.

En un principio, la medida fue acogida con escepticismo, en incluso con irritación, por parte de la población, aunque hubo muchos fieles seguidores de las recomendaciones del gobierno y de los expertos, que desde el primer día se pusieron su tapón y denunciaron a todo aquel que sospechaban que no lo llevaba, amén de calificar de reaccionarios de derechas a los que se negaban a autosodomizarse de tal manera. Pronto llegaron las inspecciones policiales y las primeras multas, aunque dolía más tener que quedarse con el culo al aire en plena calle, a la vista de todos, que la sanción económica, con lo cual la medida se extendió pronto.

Al poco tiempo se empezaron a ver los problemas que acarreaba la nueva medida sanitaria. Aparte de cierta dificultad para caminar, el encierro y la mala alimentación provocaban flatulencias masivas en la ciudadanía, que ahora se veían agravadas por el hecho de tener taponada la vía natural de escape de los gases intestinales. Así, se podían oír explosiones como disparos continuamente en la calle y, de vez en cuando, algún que otro tapón volando a velocidad considerable con el consiguiente riesgo para la integridad física de los viandantes, que pronto colapsaron las urgencias de los hospitales en lugar de los infectados por el virus. En segundo lugar, aumentó el consumo de aquellas bebidas espirituosas que, como el vino o el cava, se cerraban con un corcho. Esto hizo que las autoridades sanitarias prohibieran que se reciclaran los corchos de las botellas, con lo cual la población tuvo que comprarse corchos nuevos para su ano, lo que hizo que la industria del corcho se desarrollara espectacularmente y se deforestaran bosques enteros para plantar alcornoques. Empezaron a variar los diseños y la formas de los corchos, y se los podía encontrar de varios colores y tamaños, aunque no todos protegían por igual.

Diversas investigaciones realizadas por expertos corcheros, además, descubrieron que el virus se podía mantener durante varios días en la superficie del corcho, con lo cual se empezó a plantear la conveniencia de sustituir los tapones de corcho por otros materiales más estériles, como el plástico o incluso el acero quirúrgico. Eso hizo que los que habían invertido en la industria del alcornoque se arruinaran de golpe, aparte de llevar al paro a muchos trabajadores de la fabricación del tapones. Los nuevos tapones eran más asépticos, eso sí, pero resultaban bastante más incómodos, pues no se adaptaban a las formas corporales tan bien como los de corcho. Aún así, nadie salía de su casa sin su tapón en el culo.

Cuando nuevos estudios e investigaciones realizados sobre dos señores que pasaban por allí concluyeron que tampoco los tapones de plástico o acero quirúrgico eran seguros cien por cien y que la mejor solución eran los pepinos, empezaron los primeros disturbios.

jueves, 7 de mayo de 2020

Miedo y poder / y 6

Todos nos auguran una nueva realidad después de la pandemia. Prefiero el término nueva realidad, me parece más honesto y menos contradictorio que el de “nueva normalidad”. Porque, en efecto, nos encontraremos ante una realidad nueva, no radicalmente diferente de esta en que vivimos, pero sí más descarnada, menos disimulada, más totalitaria. Una realidad postapocalíptica sin que haya habido un apocalipsis- porque seamos serios un apocalipsis donde solo muere el 0,003 por ciento de la humanidad es un apocalipsis más propio de José Luis Cuerda (Así en el cielo como en la Tierra) que de La noche de los muertos vivientes. Y precisamente porque es una realidad postapocalíptica sin apocalipsis es una realidad que venía fraguándose mucho antes de que nada de esto ocurriera. Una realidad soñada por determinados estamentos económicos y políticos (pero sobre todo económicos) y que ahora ha quedado servida en bandeja gracias a un virus quizás demasiado oportuno. No es necesario recordar otras pandemias que hemos vivido, mucho más peligrosas, pues ni siquiera se conocía en un principio la forma de contagio, como la del SIDA en los ochenta, y en la que la única realidad que cambió es que desde entonces aprendimos a ponernos un condón. Pero esto no va a ser tan sencillo.

            He escuchado mucho que la nueva realidad que se avecina será la de la crisis, e incluso el final, del capitalismo. Yo entiendo que haya muchos profetas y gurús, y muchos pensadores de izquierdas seguramente honrados, pero muy despistados, que piensen que, si vivimos en el capitalismo, una nueva realidad necesariamente tiene que suponer su final. El caso es que, por lo que se empieza a atisbare, la nueva realidad que viene será la del apogeo del capitalismo. El capitalismo no va a acabarse, ni mucho menos, como tampoco se acabó en el 2008, una crisis que vino por sorpresa y cuando la situación económica para las grandes estructuras capitalistas era mucho más delicada que ahora. De hecho, si esta nueva realidad va a ser fabricada, tampoco hace falta ser un lince para saber quién la va a fabricar. Desde luego no los ciudadanos de a pie, que se van a ser despedidos en masa de sus trabajos, y los que tengan la suerte de conservarlos van a ver como cobran menos por trabajar más, es decir, hablando en términos de crítica al capitalismo, como se va a ver aumentada la tasa de explotación. Pero tampoco veremos una protección del Estado como la que ha existido desde la II Guerra Mundial, un estado del bienestar al que esta crisis va a suponer la puntilla, ni un capitalismo de Estado como el que anuncian otros. Las medidas proteccionistas durarán mientras les convenga a las grandes corporaciones, y, posteriormente, los medios de control de la democracia pasarán a mejor vida. Porque lo que si que vamos a ver es un capitalismo sin control democrático, sin control de los parlamentos, como ya estamos viendo en algunos países donde los parlamentos han desaparecido en la práctica. Una falta de control democrático y por lo tanto una falta de las libertades y los derechos más básicos. Algo que ya se empezaba a intuir desde la última crisis económica con el auge de los populismos y el debilitamiento de las estructuras democráticas y que se va a completar en esta nueva realidad. De hecho, es fácil ver una continuidad entre las consecuencias de la crisis del 2008 y las de esta crisis, que no van a ser otra cosa que la culminación de aquéllas.

            Así, ya se nos anuncia que posiblemente nos veamos sometidos a nuevos encierros, que tendremos que cambiar nuestra forma de vivir, que se verá reducida a trabajar -quien pueda- y disfrutar del ocio programado por las cadenas de televisión al servicio del poder (como hemos visto que ya está pasando durante este encierro), que perderemos toda nuestra condición humana al no poder abrazar, ni besar, ni tocar a nuestros semejantes. Ni siquiera hablar con ellos a una distancia íntima y sin un obstáculo en la boca. Una nueva realidad en la que seremos robots, más bien que seres humanos, aunque se nos haya dicho que todo lo que ha pasado ha sido porque las personas están por encima de la economía (lo cual ha sido un truco sucio que nos ha hecho no darnos cuenta de la economía son las personas). Una nueva realidad en la que, mucho me temo, nos tocará luchar. Y si no luchamos, entonces tendremos que envidiar la suerte de los muertos.

miércoles, 6 de mayo de 2020

Miedo y poder / 5

La gran perdedora -o una de las grandes perdedoras, en realidad los grandes perdedores serán los de siempre- de esta no guerra que se está librando en los medios y desde los estamentos de poder aún no se sabe muy bien contra quién, ha sido la ciencia. Y ha sido la gran perdedora porque ha fracasado en tres aspectos fundamentales. Ha fracasado en el aspecto científico, ha fracasado en el aspecto humano y ha fracasado en el aspecto social.

La ciencia ha fracasado en el aspecto científico porque se ha dejado por el camino sus fundamentos racionales. Hume ya advirtió en el siglo XVIII que no había que confundir la causalidad con la correlación espacio temporal. Una cosa es que dos fenómenos se den simultáneamente en el tiempo y en el espacio y otra muy distinta es que entre ellos se de una relación de causalidad, es decir, que uno sea causa de otro. Cuando se afirma que una enfermedad tiene los síntomas de prácticamente todas la enfermedades del mismo espectro conocidas, o cuando se comunica que, de pronto, alguien, el algún lugar del mundo, ha desarrollado una serie de síntomas que hasta ahora eran desconocidos, aumentando aún más la lista de éstos, no es muy irracional pensar que algo raro está pasando. Que quizás se esté confundiendo la causa con lo que no lo es y que puede ocurrir que el virus aparezca asociado a unos síntomas que en realidad no son causados por él, sino que coexisten con él siendo su causa otra diferente. Si alguien se rompe una pierna y a la vez está contagiado, nadie diría que la rotura de la pierna tiene nada que ver con el contagio, en principio. Esta confusión entre causalidad y correlación tiene a su vez, como fundamento, otro olvido fundamental. La ciencia debe siempre trabajar con evidencias observacionales. Si al ciencia olvida su base empírica se convierte en filosofía, y fracasa igual que fracasó ésta. Cuando no se hacen pruebas serológicas a los pacientes ni autopsias a los cadáveres, afirmar que la causa de su enfermedad o muerte es una o la otra es un ejercicio de adivinación impropio de la ciencia.

            Desde estos parámetros, el camino de la ciencia -y aquí radica su gran fracaso- no puede ser evolutivo, sino involutivo. Así, se ha ofrecido una respuesta propia del siglo XIV a una situación del siglo XXI. Cualquier científico que se precie no puede aceptar tranquilamente que una solución primitiva sea efectiva, que una determinada rama de la ciencia lleve siete siglos sin evolucionar ni encontrar respuestas nuevas a problemas ya antiguos. Yo supongo que llegará el momento en que la gente se empiece a preguntar qué es lo que han hecho los científicos para que lo único que se les haya ocurrido ante esta situación haya sido encerrar a toda la humanidad. Insisto, la filosofía hace mucho tiempo que aceptó su fracaso. Creo que la ciencia debería de ir pensando en hacer lo propio.

            En segundo lugar, la ciencia ha fracasado en su aspecto humano. Proponer el encierro como solución es un fracaso desde un punto de vista humano al menos en dos aspectos. Para empezar, trata a los seres humanos como números, como parte de una estadística. Para reducir las cifras, se condena a todas las personas al encierro, sin tener en cuenta lo que este encierro pueda afectar a lo que les caracteriza como personas: a su libertada y a su dignidad. Un cálculo utilitarista inmoral e inhumano. La humanidad, así, desaparece. Ya no hay seres humanos, sino posibles portadores del virus. Todos somos sospechosos, todos somos enfermos, todos, en última instancia, somos prescindibles si eso ayuda a erradicar la enfermedad. Por otro lado, el encierro olvida que las relaciones sociales en el siglo XXI no son las mismas -no pueden serlo- que en el siglo XIV. Si esas relaciones sociales complejas son las que componen las sociedad y el ser humano son sus relaciones sociales, entonces anular esas relaciones es anular al ser humano.

            Por último la ciencia ha fracasado desde un punto de vista social. Ha dejado de cumplir la función que se espera de ella en la sociedad y ha pasado a cumplir otra distinta. La de dirigir, o intenta dirigir, las vidas de los ciudadanos. Es decir, la ciencia ha intentado ocupar una posición de poder. Pero, a pesar de Platón, la función de los científicos no es gobernar, con lo cual lo único que ha conseguido es servir de mamporrera al poder. Hacer lo que el poder esperaba de ella, que no es otra cosa que controlar a los ciudadanos. El necesario debate científico, que caracteriza al pensamiento racional ha desaparecido. Hay una opinión única acerca de la enfermedad y sus soluciones, y no aparecen voces discrepantes. Pero si la ciencia consiste en algo es, precisamente, en las voces discrepantes. Sin ellas, la ciencia deja de ser ciencia y se convierte en discurso dogmático.  Y en el campo del dogma la ciencia está perdida frente al poder.

martes, 5 de mayo de 2020

Miedo y poder / 4

Que el lenguaje crea realidad es algo de lo que hoy en día muy pocos dudan ya. Si los medios de comunicación pueden ejercer su labor es, precisamente, porque su fundamento es el lenguaje. No solo crean terror, también generan una realidad falsa que se intenta imponer a toda la población. Una realidad donde lo que no es normal se hace normal y donde se muestran las bondades de vivir en un estado continuo de pánico y encierro. Nos muestran el mejor de los mundos posibles con un lenguaje melifluo y nos convencen de que vivimos en él. De hecho, si se les hiciera caso, si se hiciera caso a su lenguaje, el estado ideal del ser humano sería este encierro. Primero crean terror, luego nos enseñan lo bien que se está asustado.

            Lógicamente, si el lenguaje crea realidad, la perversión del lenguaje pervierte la realidad. Lo que se acaba de decir es un ejemplo bastante evidente de esta perversión de la realidad a través del lenguaje. Pero hay más. Podemos, al menos, encontrar tres tipos de perversiones en el lenguaje que se nos lanza desde las estructuras de poder y sus medios.

La primera perversión cosiste en no llamar a las cosas por su nombre. En utilizar el lenguaje para esconder la realidad. Viene ser lo que tradicionalmente se llama eufemismo, aunque con una fuerza de creación de realidad mucho mayor que éste. Así, llamar confinamiento a lo que es un encierro puro y duro, en el mejor de los casos. Estamos encerrados, no confinados. Confinar viene de confín y supone que hay un confín, un espacio limitado en el que nos podemos mover. Encerrar viene de cerrar y tiene como referente una situación en la que el sujeto no se puede mover del espacio en el que se encuentra. Es lo mismo que llamar “limitación de movimientos” a lo que es una prohibición de movimientos.

La segunda de las perversiones del lenguaje que nos encontramos tiene que ver con la semántica, con el significado de los términos que se usan.  Así nos encontramos con expresiones que tienen un significado oculto, como “distanciamiento social”. Aunque uno no tenga claro lo que significa exactamente el distanciamiento social, desde luego es una expresión que suena bastante mal. Porque distanciamiento social suena a separación social y separación social suena a discriminación social. Tú aquí y el otro allí. El distanciamiento social suena a ruptura de relaciones sociales, y la sociedad no son más que sus relaciones. Distanciamiento social suena a que no se pueden tener relaciones sociales más allá de las que el poder permita o incite. En todo caso, si la naturaleza humana consiste en su carácter social distanciamiento social suena a algo profundamente inhumano. Pero también encontramos expresiones que no tienen ningún significado, no porque no tengan un referente en la realidad, que no lo tienen, sino porque directamente son absurdas o contradictorias. Así, la expresión “nueva normalidad”. Lo normal, por definición, no puede ser nuevo. Lo normal es lo que está dentro de la norma, y  la norma se va configurando con el tiempo. Lo normal, entonces, es algo continuado en el tiempo, algo ya antiguo. Nada de lo que en la historia de la humanidad ha sido nuevo ha sido normal. No siquiera la rueda, cuando se inventó, era normal. “Nueva normalidad” es un oxímoron, con el que se nos intenta hacer creer que lo que nos viene, lo anormal, es normal y, por lo tanto, bueno para todos.

El tercer tipo de perversiones del lenguaje tiene que ver, estrictamente, con la creación de realidad de la que se hablaba al principio de este escrito. El ejemplo más sobresaliente es la utilización, y no solo por parte de los gobiernos, de un lenguaje bélico. Es evidente que no nos encontramos en ninguna guerra, y afirmar lo contrario es una falta de respeto hacia las víctimas de las guerras de verdad. ¿Por qué utilizar entonces un lenguaje de guerra? Porque la guerra une a los individuos, les llena de un sano patriotismo que, a su vez, les conduce a ponerse sin condiciones a las órdenes de sus jefes, sus líderes, aquellos que les conducirán a la victoria. Inglaterra empezó a ganar la II Guerra Mundial cuando Churchill empezó a utilizar un leguaje bélico en sus discursos. Eso movilizó a la nación y la agrupó bajo su mando -eso sí, al finalizar la guerra perdió las elecciones-. Pero toda guerra necesita un enemigo. De ahí que, en otra perversión del lenguaje creadora de realidad, se haya antropomorfizado al virus, se le haya convertido en un ser humano dotado de voluntad y, por lo tanto, capaz de planificar su ataque contra la especie humana. El lenguaje ha convertido a una entidad biológica que está en el límite de la vida orgánica -no es más que un trozo de ADN- en un ser capaz de tomar decisiones y, por lo tanto, sujeto de responsabilidad por ellas. Decir que el virus es el culpable de la crisis es lo mismo que decir que el virus tiene inteligencia y racionalidad. Que tienen razones para declararle la guerra a la especie humana y que tiene capacidad para planear sus ataques. Insisto, sin enemigo no hay guerra y aquí el único que puede ser un enemigo es el virus, así que pervertimos el lenguaje para convertirlo en tal. La otra opción, la racional, no es válida. Porque la realidad es que aquí no hay ninguna guerra.

lunes, 4 de mayo de 2020

Miedo y poder / 3

El miedo no se genera solo. Uno no tiene miedo a no ser que le metan miedo, que le asusten. Las historias de fantasmas nos hacer temer a los fantasmas, igual que los cuentos de vampiros nos hacen pensar si nuestro vecino de abajo no será un vampiro. Todos nuestros cuentos infantiles, en realidad, tenían como objetivo meter miedo. Asustar a los niños -los cuentos de viejas- para que cumplieran con lo que estaba prescrito en cada sociedad, la moraleja. Si eres envidioso, te ocurrirá lo que a la madrasta de Blancanieves, si desobedeces, te comerá el lobo como a Caperucita, si te puede el orgullo, te cortarán los pies como a las hermanastras de la Cenicienta. El miedo no se genera solo, aunque si que llega un momento en que se retroalimenta, se crece en el mismo miedo y acaba siendo pánico irracional. E incontrolable.

Las viejas de nuestro tiempo, las que nos meten miedo, son los medios de comunicación. El poder no puede funcionar sin un poderoso aparato de propaganda, y es aparato de propaganda no surge, en las sociedades democráticas contemporáneas, de las informaciones oficiales, sino de todos aquellos medios que controlan la opinión pública. Que este ha sido un virus televisado, que esta enfermedad es, probablemente, la primera enfermedad mediática, es algo que cualquiera puede comprobar con solo mirar más allá de las gafas de la ideología. Y cuando digo medios de comunicación me refiero a todos los medios de comunicación. En esta ocasión si que no ha habido división ideológica entre ellos, más allá de la carga de responsabilidades al gobierno de turno, más acusada en España. Eso sí, porque ya se sabe que España es Diferente. Decíamos que no ha habido división ideológica porque todos y cada uno de los medios de comunicación has seguido la línea de meter miedo a la población. Nos han pintado una pandemia que alcanzaba proporciones apocalípticas, algo nunca visto que iba a cambiar para siempre nuestro modo de vida -y algo de razón tienen- con una falta evidente de sentido histórico. ¿Falta de sentido histórico real? En muchos casos sí, pues hay periodistas que son auténticos analfabetos y es en estas ocasiones en las que se demuestra, pero en otras ocasiones, las más, simplemente  por peleas por audiencias o por llevarse una parte del pastel, tanto social como económico. No es casualidad., por ejemplo, que gobiernos como el español hayan repartido 15 millones de euros a grupos importantes de comunicación. Pero es que, además, en un escenario de derrumbe de los sectores productivos tradicionales por el cierre de la economía, los grupos de comunicación han sido los que han aumentado beneficios. En el escenario que ellos mismos han creado, se han convertido en un negocio seguro. El servicio al poder tiene sus ventajas y ofrece sus réditos.

¿Qué hay de verdad en todo lo que nos cuentan los medios? No lo sabemos. Dicen que la verdad es la primera víctima de la guerra, y aunque esto no es una guerra -a pesar de lo que intentan hacernos creer- si que es cierto que la verdad ha sido su primera víctima. Es difícil, si no imposible, saber lo que está pasando a través de los medios de comunicación. Se ha creado una narración, o una cortina de humo, según se mire, en la cual cualquier enfermedad es producida por el mismo virus. Sólo así se puede entender que este virus tenga hasta 40 síntomas distintos, dicen que dependiendo de quien lo padezca. Se ha creado el mito de una enfermedad poco menos que a la carta. No es de extrañar, entonces, que cualquier ciudadano, ya tenga fiebre, tos, falta de gusto, eczema en los pies, gastroenteritis o, pronto lo veremos, cualquier otro síntoma como alopecia o mal aliento, piense que está contagiado por el virus y, aterrorizado, se encierre en su casa y vigile que nadie se salte las prohibiciones, pues lo que está en riesgo es ya su propia vida. No su salud, su propia vida, pues esta narración creada por los medios tiene su continuación en la idea de que cualquier muerte es producida por el virus. No hay más causas de muerte que el virus, la propia muerte ha sido fagocitada por el discurso del miedo de los medios y el poder: la muerte ha muerto porque la ha matado el virus.

Hablo de “El Virus” así, sustantivizado, porque, si se piensa un poco, el virus no tiene nombre, porque los medios no han sabido dárselo o porque no dándoselo, indeterminándolo, resulta más fácil sembrar el terror que le rodea. Siempre, lo que más miedo ha dado es lo innombrable, lo informe, lo que no se ajusta a nuestro pensamiento racional, y nuestro pensamiento racional lo primero que exige es determinación. Así, se nos hala de “coronavirus” de “Covid-19” de “SARS-Cov-2”, de pandemia etc. Si no hay un nombre para el virus, cualquier cosa puede ser “El Virus”. Pero también los medios tienen solución para eso: el ya archiconocido hastag “Stay at home” -Quédate en casa. Hastag que estaría muy bien si realmente tuviéramos la oportunidad de no quedarnos en casa, es decir, si pudiéramos elegir quedarnos o no en casa. En ese caso, se podría apelar a nuestra responsabilidad de quedarnos en casa. Pero cuando no se puede elegir, cuando nos quedamos en casa no porque lo diga un hastag sino porque si no podemos ser multados o encarcelados, entonces, apelar a la responsabilidad individual no deja de ser un engaño más.

jueves, 30 de abril de 2020

Miedo y poder / 2

El poder no es El Poder. No es algo abstracto sin ningún objetivo concreto sino que, por el contrario, es algo muy específico. El poder tiene nombre y apellidos, aunque se me permitirá que no cite aquí ninguno y utilice un referente universal. El poder es siempre poder sobre algo y, en el caso del poder político, poder sobre los individuos. El poder, así, es el dominio sobre el otro: el dominio y el control sobre el resto de los sujetos y, en última instancia, el poder es hacer que los demás hagan lo que uno quiere que hagan, que los demás se plieguen a los deseos del que tiene el poder. El poder absoluto, por lo tanto, es el control absoluto sobre los demás. Y el poder absoluto es el control de los cuerpos, pero también, y sobre todo, de las mentes, las almas, los espíritus o como lo queramos llamar. Por eso el máximo exponente del poder, quien mejor ha entendido sus mecanismos y los ha desarrollado a los largo de la Historia ha sido la religión, las religiones en general. La religión supone ese control sobre el alma y sobre el cuerpo que permite el dominio del otro, que facilita que el otro acate el poder, acepte estar sometido a un control sobre su vida porque, en el fondo, todo es por su bien.
            Esta caracterización del poder es la que ha primado en todas las dictaduras y en todos los sistemas totalitarios. Estos sistemas, desde siempre, se han dado cuenta  de que el dominio del cuerpo, siendo necesario, no es suficiente, sino que es también necesario el dominio, el acatamiento de la mente. Da igual que sea una dictadura de derechas o de izquierdas, en el fondo todas han copiado el mecanismo de la religiones. Ahí está el dentro de significación del adagio de Unamuno que ahora se ha hecho tan famoso. Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis, porque la victoria es victoria sobre el cuerpo, pero no convenceréis, porque para convencer hay que dominar al alma. El controlar el alma del otro tiene, además, otra ventaja, otra característica más que permite la expansión del poder. Hace que, cuando es suficientemente poderosa, cuando se ha extendido lo bastante, ya no sea necesario un poder vertical, es decir, ya no sea necesario un control de arriba abajo, sino que el poder se vuelve horizontal, son los mismos convencidos, los mismos creyentes, los que se encargan de controlar a los demás. Surge así una policía paralela, una policía del pensamiento, que se encarga de denunciar y perseguir a todos aquellos que no cumplen las normas del poder, a todos aquellos que intentan huir de su control.
            De la misma forma que la religión, el instrumento que utiliza el poder laico para conseguir ese control de los cuerpos y las mentes es el miedo. El miedo al infierno, en el caso de las religiones, el miedo al contagio en nuestro caso, o el miedo al terrorista, en otro. El miedo, en principio, permite el control del cuerpo. Solo desde un escenario de terror pánico es posible comprender que una población entera se pliegue a los deseos del poder y acepte encerrarse en sus casas. Con todos los cuerpos encerrados, el poder ha logrado su primer objetivo, Los cuerpos encerados no son peligrosos, aunque persiste el peligro de las mentes libres. Los cuerpos encerrados no pueden comunicarse entre sí, no pueden entrar en contacto con otros cuerpos. Cuando el poder encierra a todos los cuerpos -ni siquiera es necesario fabricar nuevas cárceles, el nuevo poder que ha surgido en esta crisis ha encontrado al solución perfecta: convertir a todo el país en una cárcel- ya puede disponer de ellos a su antojo. De hecho, la vida y la muerte de los cuerpos encerrados depende del poder, o de quien ostenta el poder. Decide lo que deben hacer o no hacer, cuáles deben de ser los ritmos de su vida. Incluso puede matarlos de hambre, si quiere -mañana pueden ordenar cerrar los supermercados, por ejemplo- y no pasaría nada. Controlados los cuerpos, hay que controlar las mentes. Y para ello cuenta, en primer lugar, con los creyentes, con aquellos que ya han sido convencidos – o abducidos- y que están dispuestos a denunciar, no solo cualquier desviación de la conducta oficial, sino también cualquier desviación del pensamiento oficial. No se debe pensar -ya no actuar- contra el poder, porque el poder hace lo que hace por nuestro bien, por el bien de nuestros cuerpos y de nuestras almas, y pensar lo contrario, por lo tanto, no es más que una forma de suicidio, una forma de querer el mal para uno mismo y para los demás, pero nadie quiere el mal para uno mismo, -quizás si para los demás- por lo que aquel que piensa distinto del poder en realidad es un loco, es un enfermo que debe ser tratado como tal. Y, por otro lado, está el miedo al propio poder. El miedo a lo que el poder pueda hacernos. No el miedo al infierno, sino el miedo a la Inquisición. No el miedo al contagio o al terrorista, sino el miedo a la destrucción del cuerpo y de la mente.
            Paradójicamente poder no significa gobierno. De hecho, una vez más, lo que nos enseña la Historia es que allí donde ha habido poder absoluto, no ha habido gobierno. Todas las dictaduras, todos los sistemas totalitarios, se caracterizan precisamente por eso, por una falta de gobierno. Ejemplo paradigmático son las llamadas repúblicas bananeras. Al que ostenta el poder el bien de los ciudadanos, que es el objetivo último del gobierno, le importa un ardite. Lo único que le interesa es su control.

miércoles, 29 de abril de 2020

Miedo y poder / 1

Dicen que agua pasada no mueve molino. Hasta que lo mueve.  O hasta que el agua movida por el molino del pasado nos alcanza en forma de tsunami. Lo pasado, pasado está, cierto es, pero a veces conviene recordarlo, porque, siguiendo con los refranes, de aquellos barros vinieron estos lodos y nada pasa por casualidad. Lo que ocurre en el presente tiene su base en el pasado y, a veces, cuando pensamos que el presente en el que vivimos nunca se convertirá en pasado para otro presente, en realidad lo que estamos haciendo es poner los cimientos para que este presente-pasado nos aparezca como una bofetada cuando menos o esperamos. Luego nos podemos lamentar, de hecho nos lamentamos, y escuchamos eso tan manido últimamente de “¿quién nos iba a decir que nos iba a encontrar así”? Tampoco hacía falta que nadie nos lo dijera. Estaba a la vista de todos, presente ante cualquiera que supiera verlo. Lo que nos pasa ahora no es algo que aparezca de golpe, sin que nadie se lo espere. Es algo que tiene una historia que se ha ido forjando, larvando, desarrollando durante casi veinte años y que ahora ha salido a la luz en toda su crudeza para, posiblemente, no marcharse jamás, a no ser que estemos más espabilados de lo que hemos estado hasta ahora.
            Esta historia, como digo, comenzó hace casi veinte años. Concretamente el 11 de septiembre de 2001. Y comenzó en un sitio muy concreto: Nueva York. Ese día y ese lugar que hoy ya nadie recuerda -pues si recordáramos que en un solo día murieron más de 3000 personas, quizás viéramos nuestro presente más inmediato con más perspectiva- pusieron la base para que en el presente -hoy, día 21 de abril de 2020, nos encontremos como nos encontramos. ¿Y cómo nos encontramos? Podríamos decirlo de muchas maneras, podríamos utilizar miles de rodeos, de paráfrasis o de eufemismos, pero la verdad es que nos encontramos aterrorizados y encerrados. Y no es por casualidad que el estar aterrorizado sea la fase previa del estar encerrado y no es por casualidad que todo esto empezara con los atentados del 11-S. Hagamos memoria.
            Si ustedes recuerdan, y si no se lo recuerdo yo, los atentados de Nueva York del 2001 dieron paso a dos reacciones complementarias. Primera una guerra abierta y televisada contra los enemigos de Occidente, en este caso contra aquellos países musulmanes a los que se consideraba promotores de los atentados. Pero no es esta guerra la que nos interesa. Nos interesa la otra, la escondida, la que no salió a la luz contra los propios ciudadanos de los países occidentales. Porque ese día comenzó una labor de zapa que teñía dos objetivos básicos. El primero aterrorizar a la población, en este caso con el hecho de que cualquier señor de un país musulmán podría poner una bomba en cualquier lugar en el que cualquiera podría encontrarse, ya fuera un aeropuerto, un cine, un teatro o un bar. El segundo objetivo, una vez cumplido el primero era conseguir que la ciudadanía, previamente aterrorizada, viera con buenos ojos recortes en su libertad y en sus derechos fundamentales; recortes que tenían como única meta, claro está aumentar la seguridad pública amenazada. Y empezamos a aceptar que nos quitaran los zapatos en los aeropuertos, y los cinturones, y nos hicieran pasar por escáneres que nos mostraban desnudos. y aceptamos tranquilamente las colas interminables para coger un avión o un tren y la pérdida de tiempo, de nuestro tiempo.  Se nos convenció de que si queríamos estar seguros deberíamos renunciar a. Parcelas cada vez más importantes de nuestra libertad, que la seguridad, como la muerte, tenía un precio y que debíamos estar dispuestos a pagarlo. Al miedo a los atentados le siguieron otros miedos a lo que contribuyó poderosamente la televisión- las series y películas sobre los apocalipsis zombis, o los contagios masivos- y la ciencia -ese grupo de científicos que se inventaron una entelequia (y una gilipollez, dicho sea de paso) llamada “el reloj del apocalipsis”. Todo esto ya lo previó Naomi Klein en su obra La Doctrina del Schock, obra que recomiendo aunque no se sienta afinidad ideológica por la autora. El caso es que de aquel pasado vino este presente y aquí estamos: cagados de miedo, encerrados y aun así, agradecidos.

martes, 28 de abril de 2020

Coma

Escuchó los pasos detrás de la puerta. Como cada noche. Miró el reloj que tenía encima de la mesilla: las diez y media, como cada noche. Esperó encogido sobre el colchón. Sabía que en poco tiempo empezaría a  escuchar los sollozos y los susurros. Se levantó de la cama y caminó despacio hacia la puerta cerrada. El llanto le llegaba nítidamente desde el otro lado, el llanto de un niño asustado que le penetraba el cerebro y le paralizaba el corazón. Escuchó un nombre y luego otro y otro. Pero todos eran el mismo nombre. Su nombre repetido una y otra vez por aquella voz espectral que le anunciaba su pronto ingreso en el inferno. Cuando estaba a mitad de camino de la puerta cerrada algo la arañó. Escuchó o más bien sintió nítidamente los arañazos en la madera, el chirriar de los dedos, el partirse de las uñas contra la dura superficie. El miedo se fue apropiando poco a poco de su ser. Sabía lo que se encontraba al otro lado del dintel. Conocía a la perfección el horror que se escondía más allá de la superficie de caoba que le separaba de su locura. Lo sabía, porque había soñado infinitas veces con ello. En el sueño intranquilo de los tranquilizantes había visto lo que se escondía allí donde no quería mirar. Su cerebro le decía que parara, que regresara a la cama y se cubriera con las sábanas como hacía cuando, de pequeño, los monstruos del interior del armario de su imaginación salían a la luz y se subían sobre el con sus cuerpos encogidos y viscosos. Su cerebro de decía que no siguiera, pero sus pies se negaban a obedecer. Una fuerza interna, una atracción magnética le obligaba a poner un pie tras otro camino de aquella puerta que seguía cerrada pero que mostraba lo que esperaba a todo aquel que se atreviera a cruzarla. Se encontraba a mitad de camino de su destino cuando empezó a sentir el olor, el olor nauseabundo que surgía de las profundidades de los pozos plagados de ratas y de masas informes, de cuerpos en descomposición y gusanos cebados, de ratas que se alimentaban de la carne pútrida que un día había sido bella. El olor le penetró en las entrañas, lo sintió como una mano que le retorciera los órganos y le apretara el corazón. Cuando tocó la puerta con la yema de sus dedos la notó fría, a pesar del calor que abrasaba su cara. Bajó sus dedos hacia el pomo, el olor se intensificó, sitió unas garras que se aferraban a su piel y la desgarraban. Giró el pomo lentamente y abrió la puerta.
            La luz azul se reflejaba sobre las paredes de la blanca habitación, mientras el sonido rítmico de los aparatos que controlaban sus constantes vitales llenaba la sala en medio de la noche. El doctor hizo su visita de costumbre. El paciente seguía en coma. Todo estaba en orden. La puerta seguía cerrada. Aún.

lunes, 27 de abril de 2020

El muro

El muro siempre había estado allí. Los habitantes de aquellas tierras no recordaban cuando había sido construido y las historias de los ancianos incluían al mismo como un elemento más del paisaje. Había teorías, incluso, que afirmaban que cuando los primeros pobladores de aquel territorio llegaron desde el sur el muro ya existía, y que fue lo que los detuvo en su migración, lo que dio pábulo a todo tipo de historias acerca de su posible origen extraterrestre. Más de estas leyendas, los arqueólogos, historiadores y científicos de toda condición habían llegado a la conclusión de que el muro debía de ser un vestigio de una antigua civilización ya extinta, de la que la única huella que quedaba era, precisamente, el muro
            Sea como fuera, aquella preocupación por el origen del muro había quedado reducida a ser objeto de disquisiciones eruditas, mientras el resto de los mortales había asimilado el muro en sus vidas y no se preocupaban por él más allá de lo estrictamente razonable, por ejemplo, cuando los perros y los borrachos orinaban contra él, impregnando con su olor las proximidades. Por otro lado, como decimos, el muro formaba ya parte de la vida de los ciudadanos. Allí se hacían grafitis o se pegaban carteles  que anunciaban la próxima rave o animaban a votar a uno u otro partido en época de elecciones. Allí se reunían las familias los fines de semana con sus tortillas y sus filetes empanados, pues, a los pies del muro se extendía una pradera y se habían instalado unas mesas con sus respectivos bancos de piedra, del mismo material que el muro, eso si, para que no desentonaran. Allí, cuando caía la noche, las parejas de todos los sexos se magreaban a sus pies. O hacían algo más que magrearse apoyados contra el muro. Allí se montaban todos los domingos un mercadillo donde artesanos y campesinos de toda la comarca y de las adyacentes vendían sus productos. Allí, en fin, se había organizado un microcosmos que tenía como su centro el muro.
            Como era de esperar, y todos sabían que tarde o temprano ocurriría, llegó un momento en que un cierto clamor popular empezó a expresar su curiosidad por lo que había al otro lado del muro. Porque si bien es cierto que una buena parte de la vida de aquella gente giraba alrededor del muro, nunca nadie se había planteado mirar más allá de él, por respeto, pero sobre todo por miedo a lo que podría haber más allá. Se formó una comisión para recoger ideas acerca de cual era la forma más adecuada de escalar el muro, que aunque no fuera excesivamente alto -unos quince metros se le podían calcular así, a ojo- no tenía salientes en los que apoyar los pies y las manos  para poder trepar por él y tampoco se observaban puntales en su parte más alta donde poder enganchar una cuerda. Finalmente se optó por construir una escalera lo suficientemente alta como para poder llegar a lo más alto de la pared y lo suficientemente fuerte como para que no se rompiera cuando se subiera por ella. Una vez construida, cuatro ciudadanos elegidos por sorteo subieron por ella, acompañados por dos bomberos y un pelotón de soldados por si hubiera algún problema y un notario del reino para dar fe de lo que hubiera al otro lado.
            Cuando esta compañía llegó arriba y extendió su vista al otro lado del muro comprobó, no sin cierta sorpresa, que lo allí se veía era una pradera con árboles y mesas con bancos de piedra, un mercadillo donde los productores locales ofrecían sus productos, parejas de todos los sexos de se magreaban a los pies del muro. Vieron que el muro, por su otra cara, tenía grafitis y carteles que anunciaban la próxima rave o animaban a votar a algún partido político. Y vieron también, más a su izquierda, como un grupo de ciudadanos, dos bomberos, un pelotón de soldados y un señor que parecía un notario subían por una escalera apoyada en el muro para ver lo que había al otro lado.

viernes, 24 de abril de 2020

Lo que no es

Con aquello que no es viene a ocurrir lo mismo que con lo que es, aunque en este respecto la cosa se complica un poco más. En efecto, podemos hablar de lo que no es como universal y como particular, y la determinación de lo que no es, es más fácil en lo universal que en lo particular. A nivel de lo universal, de la esencia, lo que es y lo que no es se atienen a la lógica estricta, porque hacen referencia justamente a la esencia y, en última instancia, las esencias son la materia con la que trabaja la lógica. A nivel de esencia, por tanto, de la esencia más universal, lo que es, existe, y lo que no es, no existe. Hay existencia y no hay su contrario, no existencia, o hay ser y no hay no ser. La existencia es la esencia más universal, es lo que hace que existan todas las cosas que existen, independientemente de su determinación posterior, y la no existencia simplemente no existe. Es la nada -aunque de la nada se podría hablar largo y tendido. Podríamos decir, con Hegel, que el ser o la existencia es a la vez el no ser, pues al ser la existencia absolutamente determinada, resulta no ser nada en sí misma, y por lo tanto coincide con la nada, pero es una manera de complicar la cuestión. Parece bastante obvio que si lo que existe es el ser el no ser debe estar incluido en él.
            A nivel de la existencia absolutamente indeterminada, por tanto, la cosa parece sencilla: hay existencia y no hay no existencia. La cosa se complica cuando descendemos – o ascendemos, según se mire- al ámbito de lo particular. Porque en lo particular lo que es y lo que no es se entremezclan, y las cosas dejan de estar tan claras. En efecto, algo es una cosa, y necesariamente por ser una cosa, un algo, no es todas las demás cosas que no son ese algo. Un hombre no es un caballo. Si determinamos más, son más cosas las que algo que es no es. Un hombre blanco no solo no es un caballo, sino que tampoco es un hombre negro. De esta manera, cuando llegamos a la máxima particularización, a la entidad absolutamente particular diferenciada de todas las demás entidades que no son ella, resulta que es mucho más amplio el campo de lo que no es que el de lo que es. Con lo cual las cosas cambian, y así como en lo absolutamente universal es más amplio el campo de lo que es -hasta el punto de que lo que no es, no es- en el de lo absolutamente particular es mucho más amplio el de lo que no es. Lo que viene a querer decir que si queremos buscar lo que no es, el no ser, no hay que buscarlo en el campo de las esencias universales, sino en el de las cosas particulares. Lo que define a un ser particular, no es solo -o no es tanto- lo que es, sino sobre todo lo que no es.
            Aristóteles enunció el principio de no contradicción  como que algo no puede ser y no ser a la vez y en el mismo respecto. Así, parece que decir que un ente particular es y no es podría atentar contra este principio. No es así, sin embargo, y vamos a terminar este escrito como lo empezamos, con la lógica. Se reflexionamos un poco nos daremos cuenta de que no es lo mismo decir que algo no es algo que decir que algo es no algo. Para entendernos, no es lo mismo decir que A no es A que decir que A es no A aunque parezca que no hay diferencia. En el primer caso, A no es A, estamos haciendo referencia a que A no cumple con las notas definitorias de A y así no puede ser incluido en la categoría de A. A ello se refería Aristóteles, por ejemplo, cuando decía que un hombre que no vivía es sociedad no era un hombre, sino una bestia o un dios. Si lo que caracteriza al hombre es vivir en sociedad, el hombre que no vive en sociedad no es un hombre. En este sentido, A es no A equivaldría a A es B. Este hombre es un gallina o ese caballo es una tortuga.
            En el segundo caso, A es no A, se está haciendo referencia a la propia particularidad de A, y es el caso que estaría recogido en el principio de no contradicción. A es no A iría en contra del principio de identidad A es A, según el cual todo ente es idéntico a si mismo, de tal forma que resultaría contradictorio afirmar que un ente que es idéntico a sí mismo a la vez no es idéntico a sí mismo. Una cosa es que Juan, por ejemplo, no sea un hombre y otra muy distinta es que Juan no sea Juan.

martes, 21 de abril de 2020

¿Y esto qué es?

Lo que es, es esto. Es una determinación de una cosa que va más allá de la mera definición. Porque lo que es no es un algo, es esto. La mesa no es una mesa, sino esta mesa. Hay algo en lo que es, en lo que hay, que escapa a la mera definición, porque la definición ofrece características comunes y lo que hay está más allá de esas características. Si quisiéramos utilizar un término técnico, diríamos que lo que es, es deíctico. Lo que viene a querer decir que la manera de determinar lo que es no es definirlo, sino señalarlo. Lo que es, por lo tanto, es un esto, y la realidad está compuesta por todos los estos. Y eso que es, esos estos determinados, precisamente por ser estos, son radicalmente distintos de todos los demás, son particulares y pueden ser confundidos con nada más que ellos mismos. Porque lo que es esto, y no es otra cosa, no solo es algo, sino que es algo que ha tenido un desarrollo determinado y que se sitúa en un lugar en el que solo se sitúa él. En efecto, lo que es, esta silla, esta mesa o este bolígrafo, no solo son porque son una silla, una mesa o un bolígrafo. No solo son lo que son porque compartan una esencia o una definición, o son lo que son porque existen. Hay algo que los diferencia radicalmente de otras mesas, otras sillas y otros bolígrafos, y ese algo que los diferencia es que están aquí y ahora. Esto es distinto de todos los demás estos porque ocupa un espacio y un tiempo determinados, un espacio y un tiempo que solo ocupa él y que además no puede ocupar otro. De esta manera el espacio y el tiempo, el estar aquí y ahora, son fundamentales en la determinación de lo que es, de lo que hay. Porque lo que hay no es lo que hay flotando en el vacío, sino que lo hay en un determinado respecto que tiene que ver con estar aquí, ocupar un espacio, y estar ahora, ocupar un tiempo.
            Ahora bien, ¿esto significa que cuando esto que hay deja de ocupar ese espacio y ese tiempo, deja de estar aquí y ahora, deja de ser lo que es para ser otra cosa? Por un lado, en rigor, podríamos decir que si. Este bolígrafo que está ahora escribiendo no es el mismo bolígrafo que el que estaba posado sobre la mesa hace una hora. Y no es el mismo porque su relación con lo que le rodea no es la misma. Ahora, el bolígrafo es un útil para escribir, hace una hora era una adorno sobre la mesa. ¿Qué es entonces el bolígrafo? Insisto, en rigor, hace una hora era una cosa y ahora es otra, y si yo puedo afirmar que es el mismo bolígrafo es porque tiene una continuidad en mi conciencia de sujeto, porque yo se, o supongo, que es el mismo bolígrafo.
            Pero, por otra parre, lo que es, es el producto, la consecuencia de un desarrollo. Lo que hace que un esto sea esto y no otra cosa es, también, su historia, lo que ha sido y lo que le ha llevado a ser lo que es, independientemente de que sea un bolígrafo o un ser humano. Lo que el esto es ahora, lo que algo es, es el resultado de una sucesión de aquís y ahoras que le han ido determinado, y si el aquí y el ahora fijos hacen que algo sea totalmente distinto de lo demás, mucho más lo hace esa sucesión de aquís y ahoras. El bolígrafo que está sobre la mesa y el que escribe una hora después no son el mismo bolígrafo tomado en esos aquís y ahoras aislados, pero la sucesión de ellos le da una continuidad que le hace ser él mismo. Entiéndase bien, lo que quiero decir es que lo único que puedo afirmar como bolígrafo yo, lo único que me permite afirmar que el bolígrafo es el mismo, más allá de sus momentos particulares, de sus estos concretos, es esta continuidad que he llamado histórica. Suponer que existe una entidad substancial más allá de ellos que es lo que constituye el bolígrafo en sí es mucho suponer. El bolígrafo es lo que yo veo aquí y ahora y poco más. Lo que es, por lo tanto, es lo que está, más bien que lo que existe.

lunes, 24 de febrero de 2020

¿Qué es lo que es?


Lo que es, es lo que hay. Y lo que hay es lo que existe. Esto es lo que la Filosofía ha contestado a esta pregunta desde que la formulara Aristóteles. De hecho, en griego ser y existir se dicen igual. Si algo es, es porque existe, porque tiene existencia -lo que los griegos de más arriba llamaban “ser”-, y aquí se terminaría toda la historia y, probablemente, toda la Filosofía. Pero he hecho trampas: me he saltado el desarrollo. No es tan simple llagar a afirmar que lo que es, es lo que existe, entre otras cosas porque habría que determinar qué es existir. Y qué es lo que existe porque, por ejemplo, para Platón no existían las mismas cosas que para Aristóteles. Y después habría que averiguar de dónde sale la existencia, y si las cosas existen por sí mismas o no, eso, si previamente no tenemos que definir qué es una cosa, porque si definimos una cosa como algo que existe y decimos que las cosas son porque existen estaríamos cayendo en un círculo vicioso del que parece difícil salir.
            Pero no me voy a extender en esto, al menos hoy. Lo que quiero saber es qué es lo que es, o por qué decimos que algo es lo que es, y ante esta pregunta la verdad es que la respuesta de la existencia, aunque la dieran los griegos, se antoja insuficiente. Es lógico, por otra parte, que los griegos respondieran así: los griegos y todos los que buscan lo universal por debajo de lo particular. En efecto, si lo que es, es lo que existe habría algo que unificaría a todas las cosas que son, a saber, la existencia. Y todo lo particular estaría referido a algo universal que es la existencia. De esta forma, lo que realmente habría sería la existencia o Ser -o Dios- y todo lo demás que es lo sería solo en tanto en cuanto participaría, estaría referido o compartiría -llámeselo como se quiera- esa existencia. Lo particular no sería nada sin lo universal.
            Sin embargo, como he dicho antes, la respuesta de la existencia es insatisfactoria. Porque lo que es, es algo más que una mera existencia, aunque en última instancia sea existencia. El propio juicio exige un predicado a lo que es. No decimos, por ejemplo, la mesa es, sino la mes es blanca, o es alta, o es grande, o es lisa. Así, lo que es implica algo más que una mera existencia. Implica un modo de ser. Implica una determinación de esa existencia. Lo que existe, existe de una manera concreta y en cierto respecto. Es por ello por lo que podemos hablar de lo que es, y de lo que no es, aunque todo sea, es decir, aunque todo exista. La mesa que es blanca no es negra y la mesa que es grande no es pequeña, aunque pueda ser blanca o negra. Así, nos encontramos con una nueva determinación de lo que es, y es que lo que es supone también lo que no es o, en términos técnicos de la Filosofía, el ser supone el no ser. Lo que es, es también negatividad -esto no lo decían los griegos, lo decían los idealistas alemanes- y esta negatividad, este no ser, supone una nueva determinación de lo que es.
            Así que lo que es, es siempre algo, y también es no algo, o no es algo -que no es lo mismo-. Podríamos decir, entonces, que lo que es, es una especie más o menos amplia, un conjunto de aquello que es y no es una cosa, y en la que coincidiría con otras cosas. Es decir, las mesas blancas no negras serían lo que son, y formarían un grupo frente a las mesas negras no blancas. Ahora bien, una mesa blanca no negra también puede ser una mesa grande, bonita, de madera, alta, etc., con sus respectivas negatividades, con lo cual el ámbito de lo que es se reduciría aún más. En última instancia, lo que es, con todas sus determinaciones y particularidades, sería un esto frente a un aquello. La mesa sería esta mesa y sería, así, distinta de todas las demás mesas que son. Hemos pasado, entonces, de lo que es como existencia general a lo que es como entidad particular. Lo que es esto y no otra cosa.