miércoles, 13 de mayo de 2020

Cuentos del encierro: La medida

Los medios esperaron al fin de semana para anunciar la nueva medida. Según dijeron, un reciente estudio no publicado y que no especificaba la población de muestreo había descubierto una nueva vía de contagio del virus. Al principio la incredulidad cundió entre los expertos, pero la política de “prevención ante todo” los llevó a adoptar la nueva medida, no fuera a ser que hubiera un repunte de los contagios. Sabían que iba a ser difícil de explicar que un virus que causaba una enfermedad pulmonar se contagiara por vía anal, pero para eso tenían a todos los medios de propaganda a su favor y, en todo caso, el miedo y la obediencia harían el resto. Parecía bastante obvio que las mascarillas no resultaban útiles en la nueva vía de contagio, primero porque todo el mundo suele llevar cubierta esa zona de su cuerpo y aún así se producía la infección, y segundo, porque llevaría mucho tiempo fabricar mascarillas que se adaptaran a dicha parte de la anatomía, aparte de que habría que fabricarlas de varias tallas, porque, a diferencia de la boca y la nariz, las diferencias en el tamaño de los culos de los ciudadanos y ciudadanas son bastante considerables. Optaron, pues, por la medida que parecía más eficaz y menos costosa y publicaron en el BOE de aquel mismo domingo la obligación para todos los ciudadanos de llevar un tapón en el ano.

En un principio, la medida fue acogida con escepticismo, en incluso con irritación, por parte de la población, aunque hubo muchos fieles seguidores de las recomendaciones del gobierno y de los expertos, que desde el primer día se pusieron su tapón y denunciaron a todo aquel que sospechaban que no lo llevaba, amén de calificar de reaccionarios de derechas a los que se negaban a autosodomizarse de tal manera. Pronto llegaron las inspecciones policiales y las primeras multas, aunque dolía más tener que quedarse con el culo al aire en plena calle, a la vista de todos, que la sanción económica, con lo cual la medida se extendió pronto.

Al poco tiempo se empezaron a ver los problemas que acarreaba la nueva medida sanitaria. Aparte de cierta dificultad para caminar, el encierro y la mala alimentación provocaban flatulencias masivas en la ciudadanía, que ahora se veían agravadas por el hecho de tener taponada la vía natural de escape de los gases intestinales. Así, se podían oír explosiones como disparos continuamente en la calle y, de vez en cuando, algún que otro tapón volando a velocidad considerable con el consiguiente riesgo para la integridad física de los viandantes, que pronto colapsaron las urgencias de los hospitales en lugar de los infectados por el virus. En segundo lugar, aumentó el consumo de aquellas bebidas espirituosas que, como el vino o el cava, se cerraban con un corcho. Esto hizo que las autoridades sanitarias prohibieran que se reciclaran los corchos de las botellas, con lo cual la población tuvo que comprarse corchos nuevos para su ano, lo que hizo que la industria del corcho se desarrollara espectacularmente y se deforestaran bosques enteros para plantar alcornoques. Empezaron a variar los diseños y la formas de los corchos, y se los podía encontrar de varios colores y tamaños, aunque no todos protegían por igual.

Diversas investigaciones realizadas por expertos corcheros, además, descubrieron que el virus se podía mantener durante varios días en la superficie del corcho, con lo cual se empezó a plantear la conveniencia de sustituir los tapones de corcho por otros materiales más estériles, como el plástico o incluso el acero quirúrgico. Eso hizo que los que habían invertido en la industria del alcornoque se arruinaran de golpe, aparte de llevar al paro a muchos trabajadores de la fabricación del tapones. Los nuevos tapones eran más asépticos, eso sí, pero resultaban bastante más incómodos, pues no se adaptaban a las formas corporales tan bien como los de corcho. Aún así, nadie salía de su casa sin su tapón en el culo.

Cuando nuevos estudios e investigaciones realizados sobre dos señores que pasaban por allí concluyeron que tampoco los tapones de plástico o acero quirúrgico eran seguros cien por cien y que la mejor solución eran los pepinos, empezaron los primeros disturbios.

No hay comentarios: