lunes, 18 de mayo de 2020

Cuentos del encierro: La invasión

Los contactos se habían intensificado en las últimas semanas. Era necesario encontrar una solución cuanto antes. La población se había empezado a despertar y pronto la situación se tornaría insostenible. Había que encontrar cuanto antes una nueva razón para seguir manteniendo las medidas represivas, ahora que el virus había dejado de perder fuerza, tanto biológica como coactiva. Por ello los dirigentes de la nación se habían dirigido a los servicios de inteligencia para que buscaran soluciones al problema que se les venía encima. Estos, después de mucho pensar, creían haber encontrado la solución. Si la gente había perdido el miedo al virus, seguramente no se lo había perdido a los extraterrestres. Era necesario, pues, encontrar una civilización extraterrestre lo suficientemente agresiva como para asustar a la población y, a la vez, lo bastante comprensiva como para aceptar las prebendas que el gobierno estaba dispuesto a ofrecerles a cambio de mantenerles en el poder. Los aliens y los predators, por lo tanto, que era lo que más cerca tenían no parecía que fueran los adecuados para tal fin. Por fin, después de mucho investigar, dieron con lo que estaban buscando en un planeta próximo al Alfa Centauri (todos los extraterrestres vienen del mismo sitio, que quieren que haga yo).

            Al principio los extraterrestres aceptaron con reticencias la idea que les proponía el gobierno de una nación (¿Qué demonios era una nación?) de un planeta situado en la orbita de una estrella enana de la Vía Láctea. A fuerza de conversaciones (menos mal que los extraterrestres poseían programas de traducción universal) empezaron a valorar las ventajas de lo que les ofrecían. Un sitio donde al parecer hacía calor en verano y con playas para tumbarse a no hacer nada. Bares y restaurantes cada dos pasos y una fiesta nocturna continua. Eso, para unos extraterrestres como ellos, que no pensaban más que evolucionar como especie y llegar a ser los más adelantados del espacio para poder invadir planetas y llevarles su tecnología (que, como todo el mundo sabe, es lo que hacen todos los extraterrestres) era un alivio a su duro trabajo diario. No estaría mal, pensaron, poder establecer una colonia de vacaciones  en algún sitio alguna vez.

            Los miembros del gobierno les explicaron, eso sí, que tenían que ser, o al menos aparentar, duros y violentos, porque el objetivo de todo aquello no era otro que asustar lo suficiente a la población como para que aceptara seguir encerrada en su casa durante siete u ocho años más, después de los diez que ya llevaba. Los extraterrestres no acababan de entender muy bien el afán de aquellos humanos en tener encerrada a la gente, pero ya se les había abierto el gusanillo del sol y la fiesta, y no parecían dispuestos a renunciar a ellos por un quítame allá esa desintegración. Así que si había que lanzarse al espacio como las naves del Imperio galáctico, dispuestos a destruir planetas, pues lo harían, faltaría más. Ellos estaban para cumplir.

            Cuando todo parecía hecho y se estaban tratando solo los últimos flecos del acuerdo, el negocio se fue al carajo. De pronto, los gobernantes del sitio aquel que tenían que invadir les comunicaron que de bares y restaurantes nada de nada, que estaban cerrados por el estado de alarma y no tenían claro cuando se podrían abrir, que todo dependía de unas fases de una desescalada (esa palabra la tuvieron que entender fonéticamente porque no venía en sus traductores universales) o algo así. Lo mismo ocurría con las discotecas y la fiesta nocturna. No se sabía muy bien por qué, pero tenía que haber dos metros de distancia entre las personas de aquel lugar (valiente absurdo, pensaron nuestros extraterrestres, será alguna costumbre local). Y de las playas más de lo mismo. Las playas permanecían cerradas hasta nueva orden para evitar aglomeraciones. Los extraterrestres se enfadaron bastante y preguntaron a los dirigentes que por qué no les habían dicho todo esto antes en vez de hacerles perder el tiempo, al lo que los gobernantes del país no supieron contestar y les remitieron a la rueda de prensa que el presidente daba algún día que otro.

            Cerrada la puerta de los extraterrestres ya solo quedaban los zombis.

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