lunes, 28 de enero de 2013

Ajuste de cuentas


 Uno de los mayores problemas de la democracia –y uno de sus mayores peligros- es que camina siempre por el filo de la navaja, con el populismo y la demagogia a un lado y el totalitarismo a otro. Este hecho, del que ya se dieron cuenta los viejos pensadores griegos, exige, para evitar que un mal paso haga caer al funambulista a un lado o a otro del precipicio, una alta educación política en los ciudadanos.  Educación política, que no partidaria o partidista, con la cual aquella suele tender a confundirse y es la que impera en la democracia actual en perjuicio de la primera. Y es que los encargados de impartir esa educación política deben ser, en primer lugar, el Estado, que sólo será tal si los ciudadanos tienen la capacidad de intervenir en su desarrollo, y, en segundo lugar, los propios partidos políticos, que deberían ser los primeros interesados en mantener la buena salud del sistema. El problema es que se tiende a confundir Estado con partido Político; se considera que lo mejor que le puede pasar a un partido político es que controle las riendas del Estado. Así, se subyuga éste a aquél y, de esta forma, la educación política se convierte en educación partidista. La mentalidad política de los ciudadanos considera que ellos ya no son parte integrante  del Estado, sino de la formación política y, por consiguiente, todos aquellos que no se sienten representados por los partidos políticos tampoco se sienten representados por las instituciones del Estado, instituciones, sin embargo, que les pertenecen y de las que forman parte. Queda así abierto de par en par el camino al populismo, en el sentido en que el Estado pasa a considerarse una entidad contraria a los intereses de los ciudadanos que debe ser sustituida por “el pueblo”; y al totalitarismo, pues si el Estado no es nada, entonces “el Estado soy yo”.
 Es a partir de estas premisas que hay que entender algunos de los últimos acontecimientos ocurridos en España. En el caso de Luis Bárcenas, ex tesorero del partido Popular, se tiende a confundir el Estado con el partido, o más bien con un miembro concreto de ese partido, si bien el más determinante. El personaje de Bárcenas en el PP coincide a la perfección con la figura del “boss” que Max Weber analiza en su obra El Político y el Científico. El “boss” es aquél que controla los fondos del partido, que reparte cargos y prebendas entre sus funcionarios y el que maneja, a la formación en la sombra. Nunca ocupa un cargo relevante dentro del gobierno cuando el partido accede al poder, a lo sumo, dice Weber explícitamente, el de senador o gobernador: Luis Bárcenas era uno de los “boss” del parido Popular –otro sería Carlos Fabra, Presidente de la Diputación de Castellón-. Por supuesto, Bárcenas es un delincuente y un corrupto –como el “Nucky” Thompson de Broadwalk Empire- como lo son todos aquellos que aceptaron los sobres que repartía. Pero eso no significa que todos los políticos lo sean. Ya resulta cargante que cada vez que un miembro del partido Popular aparece envuelto en un escándalo de corrupción política, automáticamente se considere que todos los políticos sin excepción son corruptos y, por ende, que todas las instituciones democráticas lo son también. Esto es confundir el estado y la política con el partido Popular. Y eso es tener una mentalidad totalitaria. Si el PP es el Estado, entonces hemos de arrancar el Estado al PP para apoderárnoslo nosotros. Y es que incluso en el PP hay políticos honestos.
 Pero es que. además, el hecho de poseer una educación partidista y no política es lo que impide a los ciudadanos darse cuenta de que todo este asunto no es más que un ajuste de cuentas dentro del Partido Popular, y por eso unos se lanzan a defender al Estado identificado con él y otros a denostarlo. Que aquí la clave de la cuestión no está en las cuentas secretas que Bárcenas tenía en Suiza y EE.UU., algo que ya había descubierto la Fiscalía Anticorrupción, sino en los sobres que aquél entregaba bajo cuerda a los cargos y funcionarios del partido, una información que ha sido sacada a la luz por un diario muy cercano a los sectores más conservadores del PP, y no hace falta ser muy listo para concluir que esa información ha sido filtrada a dicho diario por los citados sectores. No es sino una batalla más en la guerra interna que desde hace tiempo tiene lugar en del partido Popular, la última de las cuales fue perdida por Esperanza Aguirre la que, a lo que se ve, ha pasado al contraataque. Un ajuste de cuentas, repito, del que alguien saldrá vencedor y alguien perdedor. Una purga. Un enfrentamiento como el de “Nucky” Thompson y Arnold Rothstein

lunes, 21 de enero de 2013

Derecho a la huelga


 Cada vez se escuchan con más insistencia voces que reclaman una regulación del derecho a la huelga. Voces que surgen no sólo ya del campo de la derecha más recalcitrante, sino incluso de ámbitos que podrían considerarse, o al menos los que en ellos se sitúan así lo hacen, como progresistas. La tesis de este artículo es muy simple, tanto desde el punto de vista moral, en lo que atañe al “Derecho”, como desde la perspectiva política y social, en lo que corresponde a la “Huelga”. Se resume en una frase: el Derecho a la Huelga no puede –o no debe- ser regulado. Primero, porque hacerlo supondría una inmoralidad y, segundo, porque constituiría un ataque frontal contra las libertades cívicas. Paso a continuación a desarrollar esta tesis.
 Un “Derecho” en cuanto tal, es algo inherente a la condición de ser humano. Los derechos, y su reconocimiento en los demás, es lo que nos hace humanos. Los derechos no se dan o se quitan, porque ello supondría dar o quitar a los seres humanos lo que les constituye como tales. En todo caso los derechos se conquistan y esa conquista, históricamente, ha sido la base del progreso humano. Es decir, ha sido la que ha permitido a los seres humanos ser más humanos y considerarse como tales. Desde el derecho a la libertad frente a la esclavitud que propugna el primer pensamiento cristiano hasta los Derechos del Hombre proclamados en las Revoluciones Norteamericana y Francesa. Alguien podría aducir, empero, que el derecho a la huelga cae fuera del campo del que estamos tratando, pues se trata más de un derecho político o económico que de un derecho humano y que, en cualquier caso, no es comparable el derecho a la huelga con el derecho a la vida o a la libertad. Dejando aparte que, ya por el hecho de ser un derecho político, el derecho a la huelga debe ser considerado como un derecho humano, pues todo lo político es, por definición, humano y, como dijo Terencio, “humano soy y nada de lo humano me es ajeno”, de la misma forma a los que dicen esto –y conociendo, como conocemos, su forma de pensar, pues nada se dice desde el vacío- se les podría replicar que también el derecho a la propiedad privada es un derecho político y social y, por lo tanto, no es comparable con el derecho a la vida o a la libertad. Como no es el momento de entrar en una larga discusión acerca de la superioridad intelectual de Locke sobre Marx o viceversa, dejo aquí cerrada la cuestión.
 En lo que hace referencia a la huelga, ésta viene determinada por el modo de producción capitalista. Una huelga sólo es posible en un sistema económico en el que los medios de producción estén controlados por una clase dirigente y prime el beneficio del capital, porque consiste en una paralización de la producción  y, en consecuencia, en una paralización del flujo de creación y circulación de aquél. De esta manera, en un sistema que no se fundamente en los beneficios del capital –y aquí es indiferente si los sujetos de esos beneficios son individuos privados o el Estado- una huelga no tendría sentido. Por consiguiente, la solución al supuesto problema de las huelgas es bastante simple: cambiemos el sistema económico y la huelga dejará de tener razón de ser. Todo lo demás es intentar ponerle vallas al mar, porque mientras las actuales relaciones de producción sigan vigentes las huelgas se seguirán produciendo como una consecuencia necesaria de aquéllas.
 Por otra parte no es de recibo hacer recaer toda la responsabilidad de una huelga sobre los trabajadores. La huelga es la única arma política y económica de la que disponen éstos para defender sus derechos frente al empresario. Y no sólo la única, sino la más poderosa y, por lo mismo, el último recurso a utilizar. Cuando un grupo de trabajadores convoca una huelga es porque ya han agotado todos los demás mecanismos de solución del conflicto. El primer responsable de la convocatoria de una huelga, por lo tanto, es el empresario –lo mismo que los primeros responsables de que haya toxicómanos son los toxicómanos- porque es el que cierra todas las salidas a sus obreros hasta que éstos se ven obligados a recurrir a ella. Porque lo que siempre se olvida es que quien más perjudicado resulta por una huelga es el propio trabajador, a corto plazo si la gana y a corto y a largo plazo si la pierde. Y los perjuicios y molestias que puedan sufrir el resto de los ciudadanos no son nada comparados con los que sufre el trabajador en huelga que van desde perder su salario hasta perder su trabajo y, tal y como se están poniendo las cosas, probablemente a perder su libertad.

martes, 15 de enero de 2013

(No) Aprender de los errores


 Dada la actual situación de confusión mental, moral y política, no puedo afirmar dónde se sitúa la izquierda y ni siquiera si existe. Lo que si que veo es que ésta, o al menos aquéllos que se han autoproclamado como sus portadores –aunque sea difícil determinar cuáles son las posturas de izquierda desde hace ya más de cincuenta años- están cometiendo los mismos errores que siempre han cometido. Esto resulta especialmente grave para su determinación como postura política porque supone, sobre todo, olvidar la Historia. Y es la historia, si es que es algo, y más específicamente la comprensión de la marcha de ésta, la que constituye la esencia intelectual de la izquierda.
 Desde esta falta de comprensión histórica es posible comparar las actuaciones y actitudes de la izquierda de este país, con las que llevaron a cabo sus homónimos en la Alemania hitleriana y prehitleriana, en una situación social que, salvando el escollo cuasifundamental de la actual carencia de conciencia de clase, puede considerarse muy parecida a la de hoy: crisis económica profunda, quiebra de empresas, paro desbocado y miseria y desestructuración social. Para no repetir demasiado lo que ya debería ser sabido, sólo apuntar que fueron éstas condiciones, unidas a la conducta de las organizaciones de izquierda, las que abrieron de par en par las puertas al fascismo nacional-socialista.
 En primer lugar la izquierda más moderada, la socialdemocracia del SPD, durante su época de gobierno en la República de Weimar reprime con dureza extrema las manifestaciones obreras, procesa a sus líderes y permite, por el contrario, que el por entonces débil Partido Nacional-Socialista tome fuerza al acaparar el descontento de las clases medias provocado por sus política económica. En Marzo de 1930, el Presidente Hindenburg, para intentar paliar el desastre económico producido por la crisis de 1929 y el gobierno socialdemócrata, nombra canciller al derechista Brüning, que aumenta los impuestos y reduce los salarios y la cobertura por desempleo. En las elecciones de septiembre de ese mismo año el partido nazi pasa de 800.000 votos a 6.400.000 y de 12 diputados a 107. Ya con Hitler en el poder -y con Thälmann, su principal líder, en manos de la Gestapo y la gran mayoría de sus cuadros detenidos o exiliados- los 60 diputados del SPD apoyan por unanimidad en el Parlamento la política exterior del gobierno (la que conduciría a la II Guerra Mundial). Eso ocurre a finales de abril de 1933; el 19 de junio el SPD decide expulsar a sus miembros judíos y el 24 de ese mismo mes es disuelto por una orden gubernamental. Un entreguismo son parangón en la Historia hasta que el PSOE del señor Rodríguez Zapatero afronta la crisis actual, apoya a los bancos y las grandes empresas y recorta los derechos de los trabajadores, hace que se disparen las cifras del paro y pierde estrepitosamente las elecciones dejando paso a un gobierno de centro-derecha que continúa, de forma más acusada, con la política de recortes sociales. Se gana, de la misma que se lo ganó el SPD, el apodo de “socialfascista”, mientras la Historia continúa.
 ¿Qué hace, entretanto, la izquierda más radical alemana representada en aquel entonces por el Partido Comunista (KPD)?. Pues seguir los dictados de Stalin, denunciar la democracia parlamentaria y sus instituciones, incluidos los sindicatos, como fascista y burguesa, negarse a una alianza con el SPD para parar los pies al triunfante nacional-socialismo por considerarle aliado del fascismo -aunque aquí, en justicia, hay que decir que lo era y que tampoco sus dirigentes aceptaron crear un frente con el Partido Comunista- y propiciar así el ascenso de Hitler bajo la propuesta ideológica, por falsa, de que la llegada de éste al poder supondría el principio de una Revolución surgida por arte de magia no se sabe muy bien de dónde, pues no reaccionaron ni siquiera cuando se les acusó de incendiar el Reichstag. La izquierda radical –o al menos eso es lo que ellos creen- de este país, surgida de movimientos como el 15-M y el 25-S, sigue el mismo camino. Denuncian la democracia parlamentaria como fascista, rodean el Congreso y acusan a todos los políticos, sin excepción, de corruptos, sin proponer un sistema alternativo, mientras se alinean con los medios de la derecha en su acoso a los sindicatos. Organizan asambleas pretendiendo convertirse en “la Voz del Pueblo”, demostrando así sus tendencias totalitarias y erigiéndose, sin mandato de nadie, en vanguardia de una Revolución ilusoria y un proletariado inexistente. Rechazan cualquier unión con la izquierda parlamentaria, aludiendo a la posibilidad de otro mundo, pero sin decir cuál. Y mientras tanto, y esto que a nadie se le olvide, propician el ascenso al poder del PP. No saben nada de la Historia y, así, se ven condenados a repetir sus errores.