Uno de los mayores problemas de la
democracia –y uno de sus mayores peligros- es que camina siempre por el filo de
la navaja, con el populismo y la demagogia a un lado y el totalitarismo a otro.
Este hecho, del que ya se dieron cuenta los viejos pensadores griegos, exige,
para evitar que un mal paso haga caer al funambulista a un lado o a otro del
precipicio, una alta educación política en los ciudadanos. Educación política, que no partidaria o
partidista, con la cual aquella suele tender a confundirse y es la que impera
en la democracia actual en perjuicio de la primera. Y es que los encargados de
impartir esa educación política deben ser, en primer lugar, el Estado, que sólo
será tal si los ciudadanos tienen la capacidad de intervenir en su desarrollo,
y, en segundo lugar, los propios partidos políticos, que deberían ser los
primeros interesados en mantener la buena salud del sistema. El problema es que
se tiende a confundir Estado con partido Político; se considera que lo mejor
que le puede pasar a un partido político es que controle las riendas del
Estado. Así, se subyuga éste a aquél y, de esta forma, la educación política se
convierte en educación partidista. La mentalidad política de los ciudadanos
considera que ellos ya no son parte integrante
del Estado, sino de la formación política y, por consiguiente, todos
aquellos que no se sienten representados por los partidos políticos tampoco se
sienten representados por las instituciones del Estado, instituciones, sin
embargo, que les pertenecen y de las que forman parte. Queda así abierto de par
en par el camino al populismo, en el sentido en que el Estado pasa a
considerarse una entidad contraria a los intereses de los ciudadanos que debe
ser sustituida por “el pueblo”; y al totalitarismo, pues si el Estado no es
nada, entonces “el Estado soy yo”.
Es
a partir de estas premisas que hay que entender algunos de los últimos
acontecimientos ocurridos en España. En el caso de Luis Bárcenas, ex tesorero
del partido Popular, se tiende a confundir el Estado con el partido, o más bien
con un miembro concreto de ese partido, si bien el más determinante. El
personaje de Bárcenas en el PP coincide a la perfección con la figura del
“boss” que Max Weber analiza en su obra El
Político y el Científico. El “boss” es aquél que controla los fondos del partido,
que reparte cargos y prebendas entre sus funcionarios y el que maneja, a la
formación en la sombra. Nunca ocupa un cargo relevante dentro del gobierno
cuando el partido accede al poder, a lo sumo, dice Weber explícitamente, el de
senador o gobernador: Luis Bárcenas era uno de los “boss” del parido Popular
–otro sería Carlos Fabra, Presidente de la Diputación de Castellón-. Por
supuesto, Bárcenas es un delincuente y un corrupto –como el “Nucky” Thompson de
Broadwalk Empire- como lo son todos
aquellos que aceptaron los sobres que repartía. Pero eso no significa que todos
los políticos lo sean. Ya resulta cargante que cada vez que un miembro del partido
Popular aparece envuelto en un escándalo de corrupción política,
automáticamente se considere que todos los políticos sin excepción son
corruptos y, por ende, que todas las instituciones democráticas lo son también.
Esto es confundir el estado y la política con el partido Popular. Y eso es tener
una mentalidad totalitaria. Si el PP es el Estado, entonces hemos de arrancar
el Estado al PP para apoderárnoslo nosotros. Y es que incluso en el PP hay
políticos honestos.
Pero
es que. además, el hecho de poseer una educación partidista y no política es lo
que impide a los ciudadanos darse cuenta de que todo este asunto no es más que
un ajuste de cuentas dentro del Partido Popular, y por eso unos se lanzan a
defender al Estado identificado con él y otros a denostarlo. Que aquí la clave
de la cuestión no está en las cuentas secretas que Bárcenas tenía en Suiza y
EE.UU., algo que ya había descubierto la Fiscalía Anticorrupción, sino en los
sobres que aquél entregaba bajo cuerda a los cargos y funcionarios del partido,
una información que ha sido sacada a la luz por un diario muy cercano a los
sectores más conservadores del PP, y no hace falta ser muy listo para concluir
que esa información ha sido filtrada a dicho diario por los citados sectores. No
es sino una batalla más en la guerra interna que desde hace tiempo tiene lugar
en del partido Popular, la última de las cuales fue perdida por Esperanza
Aguirre la que, a lo que se ve, ha pasado al contraataque. Un ajuste de
cuentas, repito, del que alguien saldrá vencedor y alguien perdedor. Una purga.
Un enfrentamiento como el de “Nucky” Thompson y Arnold Rothstein