Dada la actual situación de
confusión mental, moral y política, no puedo afirmar dónde se sitúa la
izquierda y ni siquiera si existe. Lo que si que veo es que ésta, o al menos
aquéllos que se han autoproclamado como sus portadores –aunque sea difícil
determinar cuáles son las posturas de izquierda desde hace ya más de cincuenta
años- están cometiendo los mismos errores que siempre han cometido. Esto
resulta especialmente grave para su determinación como postura política porque
supone, sobre todo, olvidar la Historia. Y es la historia, si es que es algo, y
más específicamente la comprensión de la marcha de ésta, la que constituye la
esencia intelectual de la izquierda.
Desde
esta falta de comprensión histórica es posible comparar las actuaciones y
actitudes de la izquierda de este país, con las que llevaron a cabo sus
homónimos en la Alemania hitleriana y prehitleriana, en una situación social
que, salvando el escollo cuasifundamental de la actual carencia de conciencia
de clase, puede considerarse muy parecida a la de hoy: crisis económica
profunda, quiebra de empresas, paro desbocado y miseria y desestructuración
social. Para no repetir demasiado lo que ya debería ser sabido, sólo apuntar
que fueron éstas condiciones, unidas a la conducta de las organizaciones de izquierda,
las que abrieron de par en par las puertas al fascismo nacional-socialista.
En
primer lugar la izquierda más moderada, la socialdemocracia del SPD, durante su
época de gobierno en la República de Weimar reprime con dureza extrema las
manifestaciones obreras, procesa a sus líderes y permite, por el contrario, que
el por entonces débil Partido Nacional-Socialista tome fuerza al acaparar el
descontento de las clases medias provocado por sus política económica. En Marzo
de 1930, el Presidente Hindenburg, para intentar paliar el desastre económico
producido por la crisis de 1929 y el gobierno socialdemócrata, nombra canciller
al derechista Brüning, que aumenta los impuestos y reduce los salarios y la
cobertura por desempleo. En las elecciones de septiembre de ese mismo año el
partido nazi pasa de 800.000 votos a 6.400.000 y de 12 diputados a 107. Ya con
Hitler en el poder -y con Thälmann, su principal líder, en manos de la Gestapo
y la gran mayoría de sus cuadros detenidos o exiliados- los 60 diputados del
SPD apoyan por unanimidad en el Parlamento la política exterior del gobierno
(la que conduciría a la II Guerra Mundial). Eso ocurre a finales de abril de
1933; el 19 de junio el SPD decide expulsar a sus miembros judíos y el 24 de ese
mismo mes es disuelto por una orden gubernamental. Un entreguismo son parangón
en la Historia hasta que el PSOE del señor Rodríguez Zapatero afronta la crisis
actual, apoya a los bancos y las grandes empresas y recorta los derechos de los
trabajadores, hace que se disparen las cifras del paro y pierde
estrepitosamente las elecciones dejando paso a un gobierno de centro-derecha
que continúa, de forma más acusada, con la política de recortes sociales. Se
gana, de la misma que se lo ganó el SPD, el apodo de “socialfascista”, mientras
la Historia continúa.
¿Qué
hace, entretanto, la izquierda más radical alemana representada en aquel
entonces por el Partido Comunista (KPD)?. Pues seguir los dictados de Stalin,
denunciar la democracia parlamentaria y sus instituciones, incluidos los
sindicatos, como fascista y burguesa, negarse a una alianza con el SPD para
parar los pies al triunfante nacional-socialismo por considerarle aliado del
fascismo -aunque aquí, en justicia, hay que decir que lo era y que tampoco sus
dirigentes aceptaron crear un frente con el Partido Comunista- y propiciar así
el ascenso de Hitler bajo la propuesta ideológica, por falsa, de que la llegada
de éste al poder supondría el principio de una Revolución surgida por arte de magia
no se sabe muy bien de dónde, pues no reaccionaron ni siquiera cuando se les
acusó de incendiar el Reichstag. La izquierda radical –o al menos eso es lo que
ellos creen- de este país, surgida de movimientos como el 15-M y el 25-S, sigue
el mismo camino. Denuncian la democracia parlamentaria como fascista, rodean el
Congreso y acusan a todos los políticos, sin excepción, de corruptos, sin
proponer un sistema alternativo, mientras se alinean con los medios de la
derecha en su acoso a los sindicatos. Organizan asambleas pretendiendo
convertirse en “la Voz del Pueblo”, demostrando así sus tendencias totalitarias
y erigiéndose, sin mandato de nadie, en vanguardia de una Revolución ilusoria y
un proletariado inexistente. Rechazan cualquier unión con la izquierda
parlamentaria, aludiendo a la posibilidad de otro mundo, pero sin decir cuál. Y
mientras tanto, y esto que a nadie se le olvide, propician el ascenso al poder
del PP. No saben nada de la Historia y, así, se ven condenados a repetir sus
errores.
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