martes, 15 de enero de 2013

(No) Aprender de los errores


 Dada la actual situación de confusión mental, moral y política, no puedo afirmar dónde se sitúa la izquierda y ni siquiera si existe. Lo que si que veo es que ésta, o al menos aquéllos que se han autoproclamado como sus portadores –aunque sea difícil determinar cuáles son las posturas de izquierda desde hace ya más de cincuenta años- están cometiendo los mismos errores que siempre han cometido. Esto resulta especialmente grave para su determinación como postura política porque supone, sobre todo, olvidar la Historia. Y es la historia, si es que es algo, y más específicamente la comprensión de la marcha de ésta, la que constituye la esencia intelectual de la izquierda.
 Desde esta falta de comprensión histórica es posible comparar las actuaciones y actitudes de la izquierda de este país, con las que llevaron a cabo sus homónimos en la Alemania hitleriana y prehitleriana, en una situación social que, salvando el escollo cuasifundamental de la actual carencia de conciencia de clase, puede considerarse muy parecida a la de hoy: crisis económica profunda, quiebra de empresas, paro desbocado y miseria y desestructuración social. Para no repetir demasiado lo que ya debería ser sabido, sólo apuntar que fueron éstas condiciones, unidas a la conducta de las organizaciones de izquierda, las que abrieron de par en par las puertas al fascismo nacional-socialista.
 En primer lugar la izquierda más moderada, la socialdemocracia del SPD, durante su época de gobierno en la República de Weimar reprime con dureza extrema las manifestaciones obreras, procesa a sus líderes y permite, por el contrario, que el por entonces débil Partido Nacional-Socialista tome fuerza al acaparar el descontento de las clases medias provocado por sus política económica. En Marzo de 1930, el Presidente Hindenburg, para intentar paliar el desastre económico producido por la crisis de 1929 y el gobierno socialdemócrata, nombra canciller al derechista Brüning, que aumenta los impuestos y reduce los salarios y la cobertura por desempleo. En las elecciones de septiembre de ese mismo año el partido nazi pasa de 800.000 votos a 6.400.000 y de 12 diputados a 107. Ya con Hitler en el poder -y con Thälmann, su principal líder, en manos de la Gestapo y la gran mayoría de sus cuadros detenidos o exiliados- los 60 diputados del SPD apoyan por unanimidad en el Parlamento la política exterior del gobierno (la que conduciría a la II Guerra Mundial). Eso ocurre a finales de abril de 1933; el 19 de junio el SPD decide expulsar a sus miembros judíos y el 24 de ese mismo mes es disuelto por una orden gubernamental. Un entreguismo son parangón en la Historia hasta que el PSOE del señor Rodríguez Zapatero afronta la crisis actual, apoya a los bancos y las grandes empresas y recorta los derechos de los trabajadores, hace que se disparen las cifras del paro y pierde estrepitosamente las elecciones dejando paso a un gobierno de centro-derecha que continúa, de forma más acusada, con la política de recortes sociales. Se gana, de la misma que se lo ganó el SPD, el apodo de “socialfascista”, mientras la Historia continúa.
 ¿Qué hace, entretanto, la izquierda más radical alemana representada en aquel entonces por el Partido Comunista (KPD)?. Pues seguir los dictados de Stalin, denunciar la democracia parlamentaria y sus instituciones, incluidos los sindicatos, como fascista y burguesa, negarse a una alianza con el SPD para parar los pies al triunfante nacional-socialismo por considerarle aliado del fascismo -aunque aquí, en justicia, hay que decir que lo era y que tampoco sus dirigentes aceptaron crear un frente con el Partido Comunista- y propiciar así el ascenso de Hitler bajo la propuesta ideológica, por falsa, de que la llegada de éste al poder supondría el principio de una Revolución surgida por arte de magia no se sabe muy bien de dónde, pues no reaccionaron ni siquiera cuando se les acusó de incendiar el Reichstag. La izquierda radical –o al menos eso es lo que ellos creen- de este país, surgida de movimientos como el 15-M y el 25-S, sigue el mismo camino. Denuncian la democracia parlamentaria como fascista, rodean el Congreso y acusan a todos los políticos, sin excepción, de corruptos, sin proponer un sistema alternativo, mientras se alinean con los medios de la derecha en su acoso a los sindicatos. Organizan asambleas pretendiendo convertirse en “la Voz del Pueblo”, demostrando así sus tendencias totalitarias y erigiéndose, sin mandato de nadie, en vanguardia de una Revolución ilusoria y un proletariado inexistente. Rechazan cualquier unión con la izquierda parlamentaria, aludiendo a la posibilidad de otro mundo, pero sin decir cuál. Y mientras tanto, y esto que a nadie se le olvide, propician el ascenso al poder del PP. No saben nada de la Historia y, así, se ven condenados a repetir sus errores.

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