jueves, 7 de mayo de 2020

Miedo y poder / y 6

Todos nos auguran una nueva realidad después de la pandemia. Prefiero el término nueva realidad, me parece más honesto y menos contradictorio que el de “nueva normalidad”. Porque, en efecto, nos encontraremos ante una realidad nueva, no radicalmente diferente de esta en que vivimos, pero sí más descarnada, menos disimulada, más totalitaria. Una realidad postapocalíptica sin que haya habido un apocalipsis- porque seamos serios un apocalipsis donde solo muere el 0,003 por ciento de la humanidad es un apocalipsis más propio de José Luis Cuerda (Así en el cielo como en la Tierra) que de La noche de los muertos vivientes. Y precisamente porque es una realidad postapocalíptica sin apocalipsis es una realidad que venía fraguándose mucho antes de que nada de esto ocurriera. Una realidad soñada por determinados estamentos económicos y políticos (pero sobre todo económicos) y que ahora ha quedado servida en bandeja gracias a un virus quizás demasiado oportuno. No es necesario recordar otras pandemias que hemos vivido, mucho más peligrosas, pues ni siquiera se conocía en un principio la forma de contagio, como la del SIDA en los ochenta, y en la que la única realidad que cambió es que desde entonces aprendimos a ponernos un condón. Pero esto no va a ser tan sencillo.

            He escuchado mucho que la nueva realidad que se avecina será la de la crisis, e incluso el final, del capitalismo. Yo entiendo que haya muchos profetas y gurús, y muchos pensadores de izquierdas seguramente honrados, pero muy despistados, que piensen que, si vivimos en el capitalismo, una nueva realidad necesariamente tiene que suponer su final. El caso es que, por lo que se empieza a atisbare, la nueva realidad que viene será la del apogeo del capitalismo. El capitalismo no va a acabarse, ni mucho menos, como tampoco se acabó en el 2008, una crisis que vino por sorpresa y cuando la situación económica para las grandes estructuras capitalistas era mucho más delicada que ahora. De hecho, si esta nueva realidad va a ser fabricada, tampoco hace falta ser un lince para saber quién la va a fabricar. Desde luego no los ciudadanos de a pie, que se van a ser despedidos en masa de sus trabajos, y los que tengan la suerte de conservarlos van a ver como cobran menos por trabajar más, es decir, hablando en términos de crítica al capitalismo, como se va a ver aumentada la tasa de explotación. Pero tampoco veremos una protección del Estado como la que ha existido desde la II Guerra Mundial, un estado del bienestar al que esta crisis va a suponer la puntilla, ni un capitalismo de Estado como el que anuncian otros. Las medidas proteccionistas durarán mientras les convenga a las grandes corporaciones, y, posteriormente, los medios de control de la democracia pasarán a mejor vida. Porque lo que si que vamos a ver es un capitalismo sin control democrático, sin control de los parlamentos, como ya estamos viendo en algunos países donde los parlamentos han desaparecido en la práctica. Una falta de control democrático y por lo tanto una falta de las libertades y los derechos más básicos. Algo que ya se empezaba a intuir desde la última crisis económica con el auge de los populismos y el debilitamiento de las estructuras democráticas y que se va a completar en esta nueva realidad. De hecho, es fácil ver una continuidad entre las consecuencias de la crisis del 2008 y las de esta crisis, que no van a ser otra cosa que la culminación de aquéllas.

            Así, ya se nos anuncia que posiblemente nos veamos sometidos a nuevos encierros, que tendremos que cambiar nuestra forma de vivir, que se verá reducida a trabajar -quien pueda- y disfrutar del ocio programado por las cadenas de televisión al servicio del poder (como hemos visto que ya está pasando durante este encierro), que perderemos toda nuestra condición humana al no poder abrazar, ni besar, ni tocar a nuestros semejantes. Ni siquiera hablar con ellos a una distancia íntima y sin un obstáculo en la boca. Una nueva realidad en la que seremos robots, más bien que seres humanos, aunque se nos haya dicho que todo lo que ha pasado ha sido porque las personas están por encima de la economía (lo cual ha sido un truco sucio que nos ha hecho no darnos cuenta de la economía son las personas). Una nueva realidad en la que, mucho me temo, nos tocará luchar. Y si no luchamos, entonces tendremos que envidiar la suerte de los muertos.

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