miércoles, 6 de mayo de 2020

Miedo y poder / 5

La gran perdedora -o una de las grandes perdedoras, en realidad los grandes perdedores serán los de siempre- de esta no guerra que se está librando en los medios y desde los estamentos de poder aún no se sabe muy bien contra quién, ha sido la ciencia. Y ha sido la gran perdedora porque ha fracasado en tres aspectos fundamentales. Ha fracasado en el aspecto científico, ha fracasado en el aspecto humano y ha fracasado en el aspecto social.

La ciencia ha fracasado en el aspecto científico porque se ha dejado por el camino sus fundamentos racionales. Hume ya advirtió en el siglo XVIII que no había que confundir la causalidad con la correlación espacio temporal. Una cosa es que dos fenómenos se den simultáneamente en el tiempo y en el espacio y otra muy distinta es que entre ellos se de una relación de causalidad, es decir, que uno sea causa de otro. Cuando se afirma que una enfermedad tiene los síntomas de prácticamente todas la enfermedades del mismo espectro conocidas, o cuando se comunica que, de pronto, alguien, el algún lugar del mundo, ha desarrollado una serie de síntomas que hasta ahora eran desconocidos, aumentando aún más la lista de éstos, no es muy irracional pensar que algo raro está pasando. Que quizás se esté confundiendo la causa con lo que no lo es y que puede ocurrir que el virus aparezca asociado a unos síntomas que en realidad no son causados por él, sino que coexisten con él siendo su causa otra diferente. Si alguien se rompe una pierna y a la vez está contagiado, nadie diría que la rotura de la pierna tiene nada que ver con el contagio, en principio. Esta confusión entre causalidad y correlación tiene a su vez, como fundamento, otro olvido fundamental. La ciencia debe siempre trabajar con evidencias observacionales. Si al ciencia olvida su base empírica se convierte en filosofía, y fracasa igual que fracasó ésta. Cuando no se hacen pruebas serológicas a los pacientes ni autopsias a los cadáveres, afirmar que la causa de su enfermedad o muerte es una o la otra es un ejercicio de adivinación impropio de la ciencia.

            Desde estos parámetros, el camino de la ciencia -y aquí radica su gran fracaso- no puede ser evolutivo, sino involutivo. Así, se ha ofrecido una respuesta propia del siglo XIV a una situación del siglo XXI. Cualquier científico que se precie no puede aceptar tranquilamente que una solución primitiva sea efectiva, que una determinada rama de la ciencia lleve siete siglos sin evolucionar ni encontrar respuestas nuevas a problemas ya antiguos. Yo supongo que llegará el momento en que la gente se empiece a preguntar qué es lo que han hecho los científicos para que lo único que se les haya ocurrido ante esta situación haya sido encerrar a toda la humanidad. Insisto, la filosofía hace mucho tiempo que aceptó su fracaso. Creo que la ciencia debería de ir pensando en hacer lo propio.

            En segundo lugar, la ciencia ha fracasado en su aspecto humano. Proponer el encierro como solución es un fracaso desde un punto de vista humano al menos en dos aspectos. Para empezar, trata a los seres humanos como números, como parte de una estadística. Para reducir las cifras, se condena a todas las personas al encierro, sin tener en cuenta lo que este encierro pueda afectar a lo que les caracteriza como personas: a su libertada y a su dignidad. Un cálculo utilitarista inmoral e inhumano. La humanidad, así, desaparece. Ya no hay seres humanos, sino posibles portadores del virus. Todos somos sospechosos, todos somos enfermos, todos, en última instancia, somos prescindibles si eso ayuda a erradicar la enfermedad. Por otro lado, el encierro olvida que las relaciones sociales en el siglo XXI no son las mismas -no pueden serlo- que en el siglo XIV. Si esas relaciones sociales complejas son las que componen las sociedad y el ser humano son sus relaciones sociales, entonces anular esas relaciones es anular al ser humano.

            Por último la ciencia ha fracasado desde un punto de vista social. Ha dejado de cumplir la función que se espera de ella en la sociedad y ha pasado a cumplir otra distinta. La de dirigir, o intenta dirigir, las vidas de los ciudadanos. Es decir, la ciencia ha intentado ocupar una posición de poder. Pero, a pesar de Platón, la función de los científicos no es gobernar, con lo cual lo único que ha conseguido es servir de mamporrera al poder. Hacer lo que el poder esperaba de ella, que no es otra cosa que controlar a los ciudadanos. El necesario debate científico, que caracteriza al pensamiento racional ha desaparecido. Hay una opinión única acerca de la enfermedad y sus soluciones, y no aparecen voces discrepantes. Pero si la ciencia consiste en algo es, precisamente, en las voces discrepantes. Sin ellas, la ciencia deja de ser ciencia y se convierte en discurso dogmático.  Y en el campo del dogma la ciencia está perdida frente al poder.

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