miércoles, 29 de abril de 2020

Miedo y poder / 1

Dicen que agua pasada no mueve molino. Hasta que lo mueve.  O hasta que el agua movida por el molino del pasado nos alcanza en forma de tsunami. Lo pasado, pasado está, cierto es, pero a veces conviene recordarlo, porque, siguiendo con los refranes, de aquellos barros vinieron estos lodos y nada pasa por casualidad. Lo que ocurre en el presente tiene su base en el pasado y, a veces, cuando pensamos que el presente en el que vivimos nunca se convertirá en pasado para otro presente, en realidad lo que estamos haciendo es poner los cimientos para que este presente-pasado nos aparezca como una bofetada cuando menos o esperamos. Luego nos podemos lamentar, de hecho nos lamentamos, y escuchamos eso tan manido últimamente de “¿quién nos iba a decir que nos iba a encontrar así”? Tampoco hacía falta que nadie nos lo dijera. Estaba a la vista de todos, presente ante cualquiera que supiera verlo. Lo que nos pasa ahora no es algo que aparezca de golpe, sin que nadie se lo espere. Es algo que tiene una historia que se ha ido forjando, larvando, desarrollando durante casi veinte años y que ahora ha salido a la luz en toda su crudeza para, posiblemente, no marcharse jamás, a no ser que estemos más espabilados de lo que hemos estado hasta ahora.
            Esta historia, como digo, comenzó hace casi veinte años. Concretamente el 11 de septiembre de 2001. Y comenzó en un sitio muy concreto: Nueva York. Ese día y ese lugar que hoy ya nadie recuerda -pues si recordáramos que en un solo día murieron más de 3000 personas, quizás viéramos nuestro presente más inmediato con más perspectiva- pusieron la base para que en el presente -hoy, día 21 de abril de 2020, nos encontremos como nos encontramos. ¿Y cómo nos encontramos? Podríamos decirlo de muchas maneras, podríamos utilizar miles de rodeos, de paráfrasis o de eufemismos, pero la verdad es que nos encontramos aterrorizados y encerrados. Y no es por casualidad que el estar aterrorizado sea la fase previa del estar encerrado y no es por casualidad que todo esto empezara con los atentados del 11-S. Hagamos memoria.
            Si ustedes recuerdan, y si no se lo recuerdo yo, los atentados de Nueva York del 2001 dieron paso a dos reacciones complementarias. Primera una guerra abierta y televisada contra los enemigos de Occidente, en este caso contra aquellos países musulmanes a los que se consideraba promotores de los atentados. Pero no es esta guerra la que nos interesa. Nos interesa la otra, la escondida, la que no salió a la luz contra los propios ciudadanos de los países occidentales. Porque ese día comenzó una labor de zapa que teñía dos objetivos básicos. El primero aterrorizar a la población, en este caso con el hecho de que cualquier señor de un país musulmán podría poner una bomba en cualquier lugar en el que cualquiera podría encontrarse, ya fuera un aeropuerto, un cine, un teatro o un bar. El segundo objetivo, una vez cumplido el primero era conseguir que la ciudadanía, previamente aterrorizada, viera con buenos ojos recortes en su libertad y en sus derechos fundamentales; recortes que tenían como única meta, claro está aumentar la seguridad pública amenazada. Y empezamos a aceptar que nos quitaran los zapatos en los aeropuertos, y los cinturones, y nos hicieran pasar por escáneres que nos mostraban desnudos. y aceptamos tranquilamente las colas interminables para coger un avión o un tren y la pérdida de tiempo, de nuestro tiempo.  Se nos convenció de que si queríamos estar seguros deberíamos renunciar a. Parcelas cada vez más importantes de nuestra libertad, que la seguridad, como la muerte, tenía un precio y que debíamos estar dispuestos a pagarlo. Al miedo a los atentados le siguieron otros miedos a lo que contribuyó poderosamente la televisión- las series y películas sobre los apocalipsis zombis, o los contagios masivos- y la ciencia -ese grupo de científicos que se inventaron una entelequia (y una gilipollez, dicho sea de paso) llamada “el reloj del apocalipsis”. Todo esto ya lo previó Naomi Klein en su obra La Doctrina del Schock, obra que recomiendo aunque no se sienta afinidad ideológica por la autora. El caso es que de aquel pasado vino este presente y aquí estamos: cagados de miedo, encerrados y aun así, agradecidos.

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