viernes, 20 de mayo de 2022

Dioses y verdades

 

Es la verdad, y lo ha sido siempre, un concepto escurridizo. Tan escurridiza es la verdad que la actividad intelectual del ser humano comienza precisamente con su búsqueda. Cierto es que los primeros griegos que se ponen como locos a buscar la verdad eran aquellos que no tenían otra cosa que hacer, los ociosos, que se dedicaban a especular mientras que los esclavos trabajaban por ellos. Pero vamos, tampoco eran tan tontos como para ponerse a buscar una cosa que se les viniera ya dada en la mano. Si buscaban la verdad era porque no la veían, y, como según Aristóteles el ser humano es curioso por naturaleza, su propia naturaleza los llevaba a buscarla. Pero entiéndase bien que lo que hacen estos primeros buscadores de la verdad, es justamente eso, buscarla, en ningún momento encontrarla. Es por ello que se consideran a sí mismos como filósofos -amantes, buscadores de la sabiduría- y no como sófós, sabios. Sócrates, el padre de la filosofía, ya decía que ésta consiste en buscar la verdad, pero no encontrarla nunca, pues el que posee la verdad, o cree que la posee, no la va a buscar, no será un filósofo sino, a lo sumo, un sofista. De ahí que el filósofo tenga que partir, en su búsqueda de la verdad, de su propia ignorancia -del “solo se que no se nada”- pues solo el que reconoce que no sabe va a buscar el saber, y solo el que reconoce que no conoce la verdad va a buscarla.

            Los que nos hemos hecho filósofos, o intentamos serlo, por lo tanto, partimos de esta premisa básica, no conocemos la verdad, y por eso la buscamos. Y claro, para ello hemos tenido que renunciar a todas aquellas verdades que nos han enseñado a lo largo de nuestra vida. Resulta que a los que, aparte de ser filósofos, ya tenemos una edad, la primera verdad que nos enseñaron fue la de la religión, así que es a esa a la primera que hemos tenido que renunciar.

            Si tenemos en cuenta lo que hemos dicho más arriba, resulta entonces que la religión es lo más antifilosófico que existe, pero no solo eso. Si solo hubiera una verdad aceptada por todas las religiones, uno se podría plantear el hecho de que, efectivamente, la religión ha alcanzado esa verdad eternamente buscada, y que no merece la pena buscarla ya. Así que lo único que nos quedaría sería dejar de ser filósofos y meternos a monjes o irnos a cultivar tomates. Pero resulta que no, que una religión, que se dice portadora de la verdad absoluta, está en enfrentamiento continuo con otras religiones que también se dicen portadoras de la verdad absoluta. Y es así que esta consideración de la verdad, que para los griegos es lo que nos hace ser seres humanos, es la que ha causado más muertes de seres humanos en toda la historia de la humanidad. Porque claro, la verdad, y más si es absoluta, es solo una. Y si la poseo yo, que soy por ejemplo, la religión A, no la puedes poseer también y a la vez tú, que eres la religión B. Así que la única forma que nos queda de dirimir quien tiene la auténtica verdad es liarnos a palos. Pero como la verdad no se encuentra a palos -en todo caso a martillazos como decía Nietzsche- nos pasamos toda la vida decidiendo quien posee la verdad, lo que para un filósofo, que tan solo la busca, es prueba más que suficiente para reconocer que ninguno de los dos la posee. Todo esto, claro, es consecuencia de apelar a una verdad que no se ve. Si estuviéramos hablando de una verdad que puede ser comprobada, como el color del cielo o los principios de la Física, nada de esto pasaría. Nunca nadie se ha liado a palos por defender la verdad de la Ley de Gravitación Universal o la Segunda Ley de la Termodinámica. Claro que si la verdad de la religión se pudiera comprobar como la verdad de la Física, entonces no sería religión, sería Física. Así que la religión, por su propia definición, tiene que pensarse en posesión de la verdad absoluta

            Pero que nadie se llame a engaño. La idea central de la religión de que está en posesión de la verdad absoluta no solo es propia de la religión. Cualquier movimiento social o político que arguya verdades indemostrables y que, por lo tanto, tenga que imponerlas a aquellos que no las comparten está en las mismas tesituras y será, por definición, una religión.

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