Educar
es cultivar. Un campo inculto es aquel que no está cultivado, de la misma forma
que una persona inculta es aquella que no está cultivada, que no está educada,
que no tiene cultura. Existe una agricultura, una cultura del agro, que
consiste en labrar y sembrar la tierra. El agricultor, el labrador cincela el
campo para sembrar en él, de la misma manera que el educador labra, cincela al
educando para luego poder sembrar en él la semilla de la cultura. El educador
es, en este sentido, un labrador de hombres
Hay, empero, una diferencia
importante entre el agricultor y el educador. El agricultor cultiva patatas, el
educador cultiva personas. Alguien podría pensar que en realidad hay poca
diferencia entre una cosa y otra. Cuando el agricultor cultiva patatas lo que
busca es obtener las mejores patatas posibles igual que cuando el educador
cultiva personas lo que busca es cultivar las mejores personas posibles. Y
aquí, como quien no quiere la cosa, ya nos hemos metido en un problema de
envergadura. Pues tendríamos que responder al menos a tres preguntas. La
primera, qué es lo que hace buena a una patata y, por ende, a una persona. La
segunda, quién determina lo que hace buena a una persona y la tercera, y
fundamental, si realmente el educador debe cultivar buenas personas o simplemente
personas, o si una persona ya es buena solo por el hecho de ser persona -de tal
manera que las malas personas no serían personas- con lo cual llegaríamos a una
pregunta radical a la que ahora no es el momento no el lugar para responder y
que sería qué es una persona.
Obviamente, todo agricultor que cultive
patatas quiere cultivar las mejores patatas. Sobre todo porque obtendrá un
mayor beneficio por ellas. Las mejores patatas no solo son aquellas que mejor se
corresponden con la esencia de patata, pues si no el agricultor estaría
cultivando zanahorias o cebollinos. La mejor patata es la que lleva a su
excelencia la esencia de patata, es decir, aquella que, siendo por supuesto una
patata, destaca sobre las demás, por tamaño, sabor o calidad. Las mejores
patatas, así, son las que destacan sobre el resto de las patatas, las que no
son iguales a las demás.
Ahora bien, ¿qué es lo que hace
buena a una persona? Si nos atenemos a lo que han dicho los filósofos, los
teólogos y los educadores más prominentes, resulta que lo que hace buena a una
persona no es ser mejor que las demás sino, más bien, ser igual que las demás.
La buena persona es la que quiere que su norma de conducta sea ley universal, decía
Kant, es decir la que quiere que todos se comporten como ella, la que siente
empatía con el resto de las personas solamente por ser personas. Y esto, en
principio, se me dirá que es lo correcto. Por eso las personas son personas y
no patatas.
Pero si se recuerda, de lo que
hablábamos al principio de este escrito es de educar. Si nos ceñimos a lo dicho
en el párrafo anterior, entonces educar es cultivar buenas personas, buenos
ciudadanos. Y un buen ciudadano es aquel que cumple las normas, que hace lo que
le dicen y no se plantea por qué se lo dicen o, si se lo plantea, en todo caso
acaba aceptándolo. Educar buenos ciudadanos, o buenas personas, es decir a las
personas como deben ser, marcar una línea de normalidad en la que se sitúan
todas ellas, de tal forma que ninguna destaque sobre otra. Educar, entonces, es
formar el rebaño y cultivar personas no consiste en formar a las mejores
personas, aquellas que destaquen, sino a aquellas que el educador quiere que
sean.
El educador, entonces, es el que
determina lo qué es una buena persona y lo qué es mejor para las personas.
Ahora bien, el educador fundamental, como ya dejó dicho Platón, es el Estado.
Es por lo tanto el Estado el que decide lo que es un buen ciudadano. Y un buen
ciudadano no puede ser aquél que se ponga por encima de los demás ni, por
supuesto, por encima del Estado que es la suma de todos los ciudadanos. Es buen
ciudadano, así, no es una patata. Es más bien un borrego.
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