A modo de prólogo, el que esto
suscribe se considera una persona de izquierdas, que ha militado en
organizaciones de izquierda –eso si, tradicional- y que incluso ha estudiado a
los grandes clásicos del pensamiento de izquierdas. Así que, en principio, no
necesita que un conjunto de barbilampiños, populistas, agoreros o salvapatrias
le den lecciones de izquierdismo. Sabe perfectamente que la izquierda debe
fundamentarse en la racionalidad, tanto estratégica como moral, porque eso, y
no otra cosa, es, no sólo lo que le permite diferenciarse de la derecha, sino
estructurar un discurso y una praxis políticas liberalizadoras del ser humano.
Todo lo que no se ajuste a estas premisas tan simples –hacer lo que se debe
hacer, lo que es moral, y hacer lo adecuado en y para el momento adecuado- será
demagogia o romanticismo, pero no es una postura de izquierda. Es mitología, un
intento de explicar la realidad desde instancias –subjetivas, psicológicas,
metafísicas o políticas- superiores a la propia realidad, considerar que la
realidad escapa al orden racional y, por tanto, negar la posibilidad de su transformación.
Y el pensamiento de izquierda es transformador por definición.
Si
bien siempre la izquierda que ha pretendido ser radical ha tendido a
mitologizar la realidad, sobre todo cuando, a partir de los años setenta y
ochenta del pasado siglo cayó en la cuenta de la verdad que se ocultaba detrás
de sus referentes maoístas y estalinistas –véase el caso paradigmático del Che
Guevara, o de la elevación a los altares del culto a la personalidad de todos
aquellos que se han considerado grandes revolucionarios: Castro, Mao, Ho Chi
Mihn, Chávez o Kim Jong-un, incluso al pobre José Luis Sampedro ya le están
mitificando- la nueva izquierda –al menos la nueva izquierda española, que es
de la que me interesa tratar- ha conseguido convertir toda su actividad en un
mito, porque todas las ideas que la sustentan no son más que mitos. Para
empezar, la propia nueva izquierda es un mito. Es un mito porque sus
movilizaciones sociales no se corresponden con una toma de conciencia de clase,
con un afán transformador de la realidad –y la realidad no es otra cosa que el
sistema económico- o con una asunción de las contradicciones del sistema que
salen a la luz. El único motor que anima a esta nueva izquierda, al menos a la
mayor parte de aquellos que forman en sus filas, es recuperar el bienestar
perdido. Que nadie se llame a engaño: sin crisis económica ahora no estaríamos asistiendo
al linchamiento público de la familia real porque uno de sus miembros sea un
corrupto -todos lo son y desde hace mucho tiempo- y la mayoría de los que piden a gritos la
III República seguirían yendo como borreguitos a aplaudir a la realeza en todas
sus apariciones, para demostrar así su patriotismo y lealtad y ver si pillan
algunas migajas mediáticas; si a los que participan en los escraches se les
regalara un piso, se sentarían tranquilamente en sus sofás a ver el fútbol, y
se olvidarían de las hipotecas basura y de los deshaucios; si a los jóvenes que
protestan por no tener futuro y por tener que marcharse del país -exiliarse,
dicen ellos, como si fueran los primeros que han tenido que salir de su tierra
a buscarse los garbanzos- se les ofreciera un trabajo bien renumerado, estarían
encantados con el sistema, votarían a la derecha –como de hecho ha pasado- y su
único proyecto de futuro sería comprarse un chalé, un coche potente y una
televisión de plasma de 50 pulgadas. Eso, si no eran de los criticaban a los
inmigrantes extranjeros. Una sociedad no cambia en diez años por muchos
acontecimientos traumáticos que la golpeen, y menos la española que lleva
siglos anclada en lo que Machado llamó un “país de arrieros, lechuzos, tahúres
y logreros”. Así que los movimientos sociales imbricados en la nueva izquierda
acaban no siendo más que individualismo burgués o caridad cristiana. Quizás
esta izquierda a la que tanto le gustan los mitos –todos los políticos son unos
ladrones corruptos, los sindicatos son unos vendidos- lo que debería hacer es
escuchar a alguien tan poco mítico, pero tan de izquierda, como Trotski, cuando
decía que “la clase obrera sólo puede alcanzar el poder si defiende todos los
elementos de la democracia obrera presentes en el Estado”
No hay comentarios:
Publicar un comentario