El término “dialéctica”
procede de dialogo. Así, en una significación general la dialéctica seria el
arte del dialogo, la capacidad de dialogar o la habilidad en el uso del dialogo
para convencer o enseñar. Es en este último sentido como la dialéctica se
incorpora a la terminología filosófica de la mano de Sócrates, que desarrolla
la mayéutica como herramienta dialéctica para mostrar al otro sus errores y
colocarle en el camino de la verdad. Platón recoge esta consideración socrática -de hecho toda su obra está escrita en forma
de dialogo, forma que se retomara en el Renacimiento con la recuperación del
pensamiento platónico por parte de autores como Giordano Bruno- aunque va a
terminar dándole una significación distinta, inaugurando así la forma propiamente
distinta de la Dialéctica.
Cuando hablamos de
dialéctica desde la perspectiva de la filosofía, hay que entenderla de dos
maneras distintas, la manera platónica y de la filosofía antigua y la manera
hegeliana y de la filosofía moderna. Como decíamos mas arriba, Platón dio una
nueva significación al término dialéctica, sacándolo de los limites del dialogo
socrático y situándolo en el ámbito del conocimiento estricto. Para Platón,
así, la dialéctica es la herramienta que permite acceder al conocimiento de las
esencias universales o Ideas y se materializa en una gradación del desarrollo
de este conocimiento que, a través de cuatro géneros o grados podía ascender de
la simple imaginación -como conocimiento mas bajo- a la creencia verdadera y la
dianoia o conocimiento matemático,
hasta llegar al nous o conocimiento
propio del filosofo que entra en contacto intuitivo con las esencias
universales.
Sin embargo, la dialéctica
tal y como es concebida en la actualidad fue desarrollada por Hegel en el siglo
XIX. La gran diferencia entre la dialéctica platónica y la hegeliana radica en
que mientras que la primera reviste un carácter puramente gnoseológico, la
dialéctica de Hegel da el salto hacia lo ontológico. Así, para Hegel, la
dialéctica es el instrumento esencial para comprender y explicar el desarrollo
de la realidad humana -de la historia y de la sociedad- y ello porque la propia
historia y la propia sociedad, es decir, la realidad en si misma, se desarrollan
de forma dialéctica. Por eso la filosofía, como dialéctica, coincide con la
realidad o, en otras palabras, el despliegue dialectico de la realidad no es
otra cosa que la filosofía. De ahí que, siendo la filosofía la disciplina de la
Razón, todo lo real sea racional y todo
lo racional sea real, y la culminación del desarrollo dialectico de la realidad
-la Idea o Espíritu Absoluto- sea a su vez la culminación de la filosofía.
Para que fuera posible el
paso desde la gnoseología platónica a la ontología hegeliana fue necesario que
se rompiera una vieja idea del pensamiento clásico que tenia sus orígenes en
Parménides, la idea de que el no ser no puede existir. En efecto, la dialéctica
hegeliana supone la necesidad de pensar la contradicción, de pensarla como
real, de ahí que admita la existencia del no ser. Así, el desarrollo dialectico
de la historia supone que cada momento positivo, efectivamente existente, de ésta
genera su propia contradicción, contradicción que es superada en un momento
histórico superior que recoge el contenido de verdad del momento positivo y de
su negación. Es esta concepción de la dialéctica la que va a recoger, y a
criticar, Marx.
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