La dialéctica,
tal y como la consideró Hegel, significaba el despliegue del Espíritu a lo
largo de la Historia de la humanidad. Así, como dialéctica del Espíritu,
forzosamente suponía, en primer lugar, que la meta, es decir, la Razón
Absoluta, marcaba el desarrollo dialéctico de la realidad o, lo que es lo
mismo, las fuerzas que impulsaban el movimiento de lo real no se encontraban en
cada uno de los momentos de ésta, sino que estaban situados mas allá de ella,
en un fin previamente existente como Espíritu Absoluto. A partir de aquí la
dialéctica hegeliana adopta otras notas definitorias. Supone un fin de la
Historia, una finalización del movimiento de lo real que se sitúa precisamente
en el Estado Absoluto como Espíritu Absoluto que determina el movimiento y, por
otro lado, y desde el momento en que es el Espíritu Absoluto o Razón el que
guía la Historia, todos los momentos de ésta se justifican en esa meta a la que
tiende: son las "astucias de la Razón" que hacen que "todo lo
real sea racional".
Es este conjunto de determinaciones de la dialéctica el que Marx va a negar, desarrollando una concepción materialista de aquélla -aunque la expresión "materialismo dialectico" no forme parte de la terminología del propio Marx-. Lo que va a hacer este autor es lo que, en su momento, se conoció con la expresión "poner la dialéctica de Hegel cabeza abajo". En efecto Marx va a considerar -sin apartarse aquí ni un ápice de la propia intención hegeliana- que si la dialéctica tiene algún sentido este tiene que ser explicar el desarrollo de la realidad, y ello porque la propia realidad es dialéctica. Ahora bien, si esto ha de ser así, entonces no puede estar sometida a los designios de ninguna entidad que se sitúe mas allá de la propia realidad. La realidad, si es algo, es pura materia -materia empírica, empíricamente captable- y por lo tanto el Espíritu, como entidad inmaterial se sitúa fuera de la propia realidad. El desarrollo de la realidad material no puede concluir en el Espíritu, que no es material, con lo cual quedaría excluido del movimiento dialectico de lo real. Si hay Espíritu, o bien es material y como tal se desarrolla en la realidad material -y entonces no es Espíritu- o es inmaterial y entonces queda fuera de la realidad: es Espíritu, pero no es real.
A partir
de esta determinación marxista de la dialéctica surgen varias consideraciones
que son, por otra parte, las que nos permiten entender la dialéctica en la
actualidad o, por decirlo de otra manera, las que convergen en la dimensión
actual -posmoderna si se le quiere llamar así- de la dialéctica. Obviamente, si
no hay Espíritu o éste queda fuera del movimiento dialéctico, la Historia no
tiene una meta definida, no hay un fin de la Historia. Es un error pensar que
la concepción marxista de la dialéctica conduce necesariamente a un estado
histórico real donde no exista una división social en clases, como si este
estado pudiera ser considerado el final del movimiento dialectico de la
Historia y, de esta manera, la materialización como Estado Absoluto del
Espíritu Absoluto. El que la historia del mundo sea la historia de la lucha de
clases -y aquí entramos en la segunda consideración- no significa que
necesariamente cada momento histórico conduzca a una sociedad sin clases. No es
la sociedad sin clases la que justifica la Historia sino al contrario, cada
momento histórico se justifica en si mismo dependiendo de la carga
transformadora de realidad que posea, es decir, de su potencialidad para
generar una sociedad sin clases. Así, y esta sería la tercera consideración, la
dialéctica marxista no es justificadora de la realidad, sino transformadora de
ésta: "Los filósofos se han dedicado a interpretar el mundo, de lo que se
trata ahora es de transformarlo".
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