Cuando yo era niño, íbamos a jugar al fútbol a una explanada situada en el extremo del parque de la Fuente del Berro, colindante con lo que es hoy en día la M30 y que por aquellos entonces era tan solo lo que llamaban el arroyo Abroñigal, aunque ya habían comenzado las obras de construcción de lo que hoy es una calle más de Madrid -de hecho, también alguna vez jugamos al fútbol en la recién asfaltada carretera, antes de que fuera abierta al tráfico-. En aquella explanada no molestábamos a las señoras mayores que se sentaban en los bancos del parque a disfrutar del sol de la mañana, o de la tarde, ni a los abuelos que leían su periódico o sus novelas de Marcial Lafuente Estefanía. Solíamos hacer las porterías con los jerséis o las chaquetas del chándal, aunque también a veces utilizábamos dos árboles, lo que hacía más realista la experiencia del partido: podíamos decir que el balón había dado en el palo, cosa que con los jerséis era harto complicada. El balón lo comprábamos entre todos, poniendo cada uno lo que pudiera y cualquiera podía jugar. Los que eran buenos jugaban de delanteros y los que éramos malos de defensas, aunque nadie tenía puestos fijos, y en realidad todos atacaban y todos defendían porque, claro está, no había entrenadores, o más bien todos éramos el entrenador. Y el puesto de portero se ocupaba por turnos. Aquellos partidos solían terminar en goleadas de las que nadie, al llegar el final, se acordaba, porque por supuesto no había árbitros y la reglas futbolísticas eran impuestas por el consenso de todos los que participábamos en el juego.
Un día, cuando ya era más mayor, un adolescente que ya no iba a jugar al fútbol porque tenía otras cosas en las que ocuparse, vi que la explanada había desaparecido y que el ayuntamiento había construido unas pistas deportivas en su lugar. Supongo que los vecinos pensaron que qué bueno era el Ayuntamiento que les había construido unas pistas deportivas para jugar al fútbol. Yo lo que pensé es que los chicos del barrio ahora tendrían que formar parte de un equipo regulado para poder jugar y tendrían que federarse y tener una ficha. Que tendrían entrenadores que les dirían en qué puestos tenían que jugar, y sin moverse de ellos. Que por supuesto, los chicos que jugaran peor al futbol ahora tendrían que buscarse otra distracción, o ver a sus amigos jugar desde fuera de la pista, porque el entrenador de turno no les iba a dejar jugar. Que ya todo el mundo tendría muy claro el resultado, porque de lo que se trataría era de ganar por cualquier medio para poder acumular puntos y ascender en la clasificación de la liga en que se encuadraba el equipo de turno. Y por supuesto había unas reglas y un árbitro encargado de hacer cumplir las reglas.
Y aquel que no las cumpliera sería expulsado del partido y no podría volver a jugar.
Ya no me gusta el fútbol
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