El papel social y político jugado por los sindicatos en las últimas décadas de la vida española es algo que está fuera de toda duda. Durante los últimos años de la dictadura las organizaciones sindicales de clase abanderaron la lucha contra el tirano, sufriendo en sus carnes la represión de los últimos estertores (tanto en sentido literal cono metafórico) del franquismo. Posteriormente, ya durante los años ochenta, su actividad en la defensa de los derechos de los trabajadores consiguió que España formara parte –al menos en este respecto- de los países más avanzados de Europa. Y no debemos olvidar que fue gracias a la acción de los sindicatos como se consiguieron en este país avances democráticos que no hubieran llegado por ninguna otra vía –o que al menos hubieran tardado muchos más años en conseguirse- superando en esta cuestión incluso a los propios partidos políticos.
Todo esto, sin embargo, forma parte ya de los recuerdos del pasado, de las historias que nuestros padres, viejos sindicalistas, nos cuentan después de comer. La realidad sindical en España en la actualidad es muy otra, por desgracia, no sólo para los trabajadores, sino para la buena salud de la vida política española. A nivel general no es raro encontrarse con que en materia de derechos laborales se defienden posturas, a veces, más moderadas que las de los gobiernos de turno. La relación entre los militantes de base y los dirigentes sindicales no existe, dedicándose éstos últimos tan sólo a hacerse fotos con todo aquél que se quiera poner a su lado y obviando los problemas de los trabajadores. No es de extrañar que éstos, después de prácticamente una década de traiciones casi continuas desconfíen de todo aquellos que huela a sindicalista, enfrentándose, a veces incluso físicamente, a sus propios delegados sindicales, trabajadores liberados que han perdido contacto con la realidad de sus empresas y se han situado del lado de los dirigentes, centrando su labor en escalar puestos dentro de la estructura de las organizaciones al precio que sea. Y aún así- y esto es quizás lo más grave- los sindicatos siguen arrogándose el derecho de poseer la Verdad Absoluta en asuntos laborales, haciendo gala de un sectarismo sin precedentes, derecho que perdieron a la vez que perdieron el contacto con la realidad laboral de los trabajadores de este país.
Esto, a nivel general. A nivel particular resultaría demasiado prolijo repasar una por una todas la empresas españolas, ni siquiera aquellas lo suficientemente grandes como para contar algo en la lucha sindical. Por eso nos vamos a centrar en aquella que mejor conocemos: la Universidad Complutense de Madrid. Decíamos antes que los sindicatos encabezaron la lucha contra la tiranía. En la UCM son ellos los que se han constituido, paradójicamente (o no), en tiranos, formando una especie de mafia sindical que controla todos los asuntos referentes al personal laboral de esta institución. Sus tentáculos llegan incluso a aquellos estamentos que aparentemente más libres deberían estar de su control, y así es conocida de todos aquellos que estén mínimamente informados la presión que ejercen sobre el Rector y otras figuras dirigentes de la Universidad. Es tal la situación que en muchas ocasiones aparecen planteamientos del tipo “o estás con nosotros o contra nosotros” lanzados contra todos aquellos que por una razón u otra no siguen al dedillo sus arbitrarios dictados.
La defensa de los intereses de los trabajadores ha sido sustituida por la defensa de los intereses personales de los miembros de los sindicatos. Y nótese bien que decimos personales, de personas, y no particulares, de las organizaciones sindicales, algo que después de todo podría tener su sentido. Estos intereses personales van desde intentar hacer carrera dentro de la organización a buscar la manera de obtener los puestos de trabajo más ventajosos, aprovechando la estructura sindical y su poder. Pero también entre estos intereses se cuentan los intereses familiares, cayendo de nuevo en aquello que creíamos pasado después de la liquidación del franquismo y contra lo que tanto lucharon precisamente los sindicatos: el –no ya enchufismo- sino nepotismo puro y duro. Es conocido –y silenciado- por todos que el hecho de ser familiar –por remoto que sea el grado de parentesco- o amigo de algún miembro de un sindicato significa una puntuación adicional que resulta determinante a la hora ganar una plaza en las oposiciones para personal laboral que periódicamente se convocan en la UCM. Es conocido –y silenciado- por todos que la mejor manera de obtener un puesto de trabajo en esta institución es hablar con determinados dirigentes sindicales y miembros del Comité de Empresa, que tienen el poder de influir sobre las comisiones dictaminadoras –aunque oficialmente éstas sean independientes y soberanas, faltaría más- y las instancias que las nombran, y no dudan el utilizarlo. Es conocido –y silenciado- por todos que quien controla las relaciones de puestos de trabajo, los concursos de traslados y todas y cada una de las plazas laborales que existen en la Universidad son los dirigentes de los sindicatos, que no tienen ningún problema en hacer de su capa un sayo y arrebatarle con todas las malas artes imaginables su trabajo a alguien que se les haya podido enfrentar –o que simplemente esté allí sin que ellos le hayan bautizado- para dárselo a alguien de su cuerda, un amigo, un conocido o simplemente quien haya aceptado de manera sumisa y callada la situación creada.
Los avances democráticos, pues, de los que fueron pioneros aquellos viejos sindicalistas, han quedado reducidos en la UCM a un pacto siniestro. Las teorías políticas democráticas que se desarrollaron durante el periodo de la Ilustración se basaban en el pacto o contrato social, contrato que exigía luz y taquígrafos y en el cual todos los firmantes cedían parte de sus derechos con el objetivo de lograr un bien común. Ese pacto ha perdido en la UCM todo su contenido democrático: es siniestro. El término siniestro, para centrar la cuestión, procede de la palabra latina sinistra y tiene su origen, tal y como hoy se entiende, en el aforismo bíblico “no dejes que tu mano derecha sepa lo que hace tu izquierda”. Siniestro es, pues, aquello que está oculto, que es misterioso o que no se debe saber. Aquello que no puede ver la luz y, por extensión, aquello que es malvado, que se debe mantener escondido debido a su maldad intrínseca. Pues bien, es este el tipo de pacto que rige hoy las relaciones laborales en la Universidad Complutense de Madrid. Un pacto oculto según el cual si uno de los firmantes calla las iniquidades del otro éste le promete un puesto de trabajo tarde o temprano. Un pacto que se resume en el “siempre ha sido así”, en el “ya te tocará”, en el “te conviene callarte”. Un pacto que no se puede romper por ninguno de los que lo suscriben, pues su ruptura sacaría a la luz el pacto en su conjunto y por lo tanto su propia ruindad y responsabilidad. Un pacto, por tanto, que ata para siempre y en el que no caben cláusulas de rescisión. Un pacto que sólo se puede denunciar desde el exterior, por parte de aquellos que nunca se han integrado en él, que nunca lo han firmado. Y eso es precisamente lo que estamos haciendo.
Todo esto, sin embargo, forma parte ya de los recuerdos del pasado, de las historias que nuestros padres, viejos sindicalistas, nos cuentan después de comer. La realidad sindical en España en la actualidad es muy otra, por desgracia, no sólo para los trabajadores, sino para la buena salud de la vida política española. A nivel general no es raro encontrarse con que en materia de derechos laborales se defienden posturas, a veces, más moderadas que las de los gobiernos de turno. La relación entre los militantes de base y los dirigentes sindicales no existe, dedicándose éstos últimos tan sólo a hacerse fotos con todo aquél que se quiera poner a su lado y obviando los problemas de los trabajadores. No es de extrañar que éstos, después de prácticamente una década de traiciones casi continuas desconfíen de todo aquellos que huela a sindicalista, enfrentándose, a veces incluso físicamente, a sus propios delegados sindicales, trabajadores liberados que han perdido contacto con la realidad de sus empresas y se han situado del lado de los dirigentes, centrando su labor en escalar puestos dentro de la estructura de las organizaciones al precio que sea. Y aún así- y esto es quizás lo más grave- los sindicatos siguen arrogándose el derecho de poseer la Verdad Absoluta en asuntos laborales, haciendo gala de un sectarismo sin precedentes, derecho que perdieron a la vez que perdieron el contacto con la realidad laboral de los trabajadores de este país.
Esto, a nivel general. A nivel particular resultaría demasiado prolijo repasar una por una todas la empresas españolas, ni siquiera aquellas lo suficientemente grandes como para contar algo en la lucha sindical. Por eso nos vamos a centrar en aquella que mejor conocemos: la Universidad Complutense de Madrid. Decíamos antes que los sindicatos encabezaron la lucha contra la tiranía. En la UCM son ellos los que se han constituido, paradójicamente (o no), en tiranos, formando una especie de mafia sindical que controla todos los asuntos referentes al personal laboral de esta institución. Sus tentáculos llegan incluso a aquellos estamentos que aparentemente más libres deberían estar de su control, y así es conocida de todos aquellos que estén mínimamente informados la presión que ejercen sobre el Rector y otras figuras dirigentes de la Universidad. Es tal la situación que en muchas ocasiones aparecen planteamientos del tipo “o estás con nosotros o contra nosotros” lanzados contra todos aquellos que por una razón u otra no siguen al dedillo sus arbitrarios dictados.
La defensa de los intereses de los trabajadores ha sido sustituida por la defensa de los intereses personales de los miembros de los sindicatos. Y nótese bien que decimos personales, de personas, y no particulares, de las organizaciones sindicales, algo que después de todo podría tener su sentido. Estos intereses personales van desde intentar hacer carrera dentro de la organización a buscar la manera de obtener los puestos de trabajo más ventajosos, aprovechando la estructura sindical y su poder. Pero también entre estos intereses se cuentan los intereses familiares, cayendo de nuevo en aquello que creíamos pasado después de la liquidación del franquismo y contra lo que tanto lucharon precisamente los sindicatos: el –no ya enchufismo- sino nepotismo puro y duro. Es conocido –y silenciado- por todos que el hecho de ser familiar –por remoto que sea el grado de parentesco- o amigo de algún miembro de un sindicato significa una puntuación adicional que resulta determinante a la hora ganar una plaza en las oposiciones para personal laboral que periódicamente se convocan en la UCM. Es conocido –y silenciado- por todos que la mejor manera de obtener un puesto de trabajo en esta institución es hablar con determinados dirigentes sindicales y miembros del Comité de Empresa, que tienen el poder de influir sobre las comisiones dictaminadoras –aunque oficialmente éstas sean independientes y soberanas, faltaría más- y las instancias que las nombran, y no dudan el utilizarlo. Es conocido –y silenciado- por todos que quien controla las relaciones de puestos de trabajo, los concursos de traslados y todas y cada una de las plazas laborales que existen en la Universidad son los dirigentes de los sindicatos, que no tienen ningún problema en hacer de su capa un sayo y arrebatarle con todas las malas artes imaginables su trabajo a alguien que se les haya podido enfrentar –o que simplemente esté allí sin que ellos le hayan bautizado- para dárselo a alguien de su cuerda, un amigo, un conocido o simplemente quien haya aceptado de manera sumisa y callada la situación creada.
Los avances democráticos, pues, de los que fueron pioneros aquellos viejos sindicalistas, han quedado reducidos en la UCM a un pacto siniestro. Las teorías políticas democráticas que se desarrollaron durante el periodo de la Ilustración se basaban en el pacto o contrato social, contrato que exigía luz y taquígrafos y en el cual todos los firmantes cedían parte de sus derechos con el objetivo de lograr un bien común. Ese pacto ha perdido en la UCM todo su contenido democrático: es siniestro. El término siniestro, para centrar la cuestión, procede de la palabra latina sinistra y tiene su origen, tal y como hoy se entiende, en el aforismo bíblico “no dejes que tu mano derecha sepa lo que hace tu izquierda”. Siniestro es, pues, aquello que está oculto, que es misterioso o que no se debe saber. Aquello que no puede ver la luz y, por extensión, aquello que es malvado, que se debe mantener escondido debido a su maldad intrínseca. Pues bien, es este el tipo de pacto que rige hoy las relaciones laborales en la Universidad Complutense de Madrid. Un pacto oculto según el cual si uno de los firmantes calla las iniquidades del otro éste le promete un puesto de trabajo tarde o temprano. Un pacto que se resume en el “siempre ha sido así”, en el “ya te tocará”, en el “te conviene callarte”. Un pacto que no se puede romper por ninguno de los que lo suscriben, pues su ruptura sacaría a la luz el pacto en su conjunto y por lo tanto su propia ruindad y responsabilidad. Un pacto, por tanto, que ata para siempre y en el que no caben cláusulas de rescisión. Un pacto que sólo se puede denunciar desde el exterior, por parte de aquellos que nunca se han integrado en él, que nunca lo han firmado. Y eso es precisamente lo que estamos haciendo.
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