sábado, 19 de septiembre de 2009

Nuevos bárbaros

La sociedad como tal no existe. No existe algo así como una entidad autónoma y superior a los individuos que actúa de forma independiente de éstos y que dirige o controla sus acciones. Lo que llamamos sociedad no es más que un conjunto de relaciones entre sujetos y un cúmulo de derechos y obligaciones que surgen de éstas y que aquéllos pueden libremente decidir si cumplen o no. Por eso, no se puede culpar a la sociedad de sucesos como los de Pozuelo, provocados por individuos libres sometidos a una serie de relaciones de la cuales la más básica de todas es la que se establece dentro de la familia. Culpar a la sociedad sin pararse a pensar qué es lo que se quiere decir con ello es tan sólo una forma de escapar del problema, buscar una explicación mítica para algo que debería ser analizado racionalmente.
Ya se ha dicho en otras ocasiones que resulta muy dudoso el derecho de los padres a decidir la educación que sus hijos reciben en la escuela –y casos cómo éste que nos ocupa no hacen sino reafirmar esta idea- pero lo que resulta indudable es el deber que tienen de educar a sus hijos. Y este deber no se reduce a colaborar más o menos con los profesores o con el colegio. Con esto, la responsabilidad de la institución se carga sobre los hombros de la institución escolar –y, en última instancia, sobre los de la sociedad-, y los padres, de ser protagonistas de la labor educadora pasan a ser simples “colaboradores”. En realidad, la Escuela no necesita que las madres y los padres colaboren con ella para cumplir con su función de formar e ilustrar a los alumnos, algo que no lo olvidemos, es por lo que existe y por lo que cobran un sueldo los profesionales que trabajan en ella. Lo que la Escuela exige de las familias de los alumnos es que cumplan con su deber social y asuman la responsabilidad de educar a sus vástagos, en vez de acusar a la sociedad de aquello que ellos no saben o no quieren hacer. Lo medios de comunicación y las nuevas tecnologías no son ni buenos ni malos: no comportan en sí mismos un contenido moral. Es a los progenitores a los que compete decidir qué programas de televisión deben ver sus hijos o controlar las condiciones en las que acceden a la Red. No se puede culpar sin más a la televisión y a Internet de todos los males que afectan –supuestamente- a la juventud. Si un adolescente se emborracha todos los fines de semana es responsabilidad de sus padres evitarlo –dejarle claro que el botellón no es cultura, y que no existe una “cultura” del botellón- y no desviar las culpas hacia una sociedad a la que califican de “enferma”, porque si una sociedad está enferma es porque sus componentes y las relaciones que se establecen entre ellos –y la familia es la más fundamental de estas relaciones: es allí donde los ciudadanos acceden a la socialización desde el momento de su nacimiento- lo están previamente. Si alguien considera que no puede asumir responsabilidades de este tipo porque su vida aboral o su situación socio-económica se lo impide entonces la actitud racional y responsable es no tener hijos. Pero no, tenerlos y desentenderse de su educación como quien tiene un canario. Ésta, y no otra, es la razón de que hechos como los de Pozuelo sean cada vez más frecuentes. Si los que tienen que ejercer de padres siguen dimitiendo de su deber da igual que nuestros adolescentes sean los más listos o los más tontos de Europa. De cualquier forma seguirán siendo bárbaros: nuevos bárbaros

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