En España la educación es obligatoria hasta los 16 años. Más o menos esto lo sabe todo el mundo. Sin embargo, en algún momento del camino las familias, la Administración e incluso los profesores decidieron que lo que resulta obligatorio no es la Educación, sino la Escolarización. Escolarizar es tener a los alumnos encerrados en un aula durante siete horas diarias de lunes a viernes. Educar es no sólo transmitir actitudes y valores sino también –y esto frecuentemente se olvida- enseñar, transmitir conocimientos.
Así las cosas no es de extrañar que las autoridades educativas –tanto las estatales como las autonómicas: no existen diferencias en este respecto- hagan todo lo posible por salvaguardar la obligatoriedad de la escolarización. Para la administración el problema más grave de la educación es el absentismo escolar –que es un problema de escolarización- y ha tomado medidas como la clausura a cal y canto de los centros escolares (algún día habría que investigar la relación entre la conversión de los centros de enseñanza en sistemas entrópicos cerrados y el aumento de la violencia escolar) o multar a los padres cuyos hijos no acuden a clase. Ninguna medida se ha tomado en cambio para obligar a los alumnos a educarse, a aprender. Y ante las catastróficas cifras de fracaso escolar o las dramáticas conclusiones de los Informes PISA, lo único que se ofrecen son excusas –eso si algún sesudo catedrático de pedagogía no decide quitarles importancia-.
Ante esta ceremonia de la confusión no es raro que los Institutos de Bachillerato se hayan convertido en guarderías donde vigilar a los hijos de aquellos que deben acudir a su trabajo; los alumnos no aprenden nada porque no están ahí para eso sino para pasar el rato mientras sus progenitores concilian su vida laboral y familiar; y los profesores no enseñan nada porque no es esa su función, sino hacer de canguros o de guardias civiles, según los casos, y procurar divertir a sus niños para que al menos no se aburran.
Lo peor es que como la educación ha dejado de ser obligatoria tarde o temprano su función social la acabará asumiendo la Universidad, dejando de lado la suya propia de formación científica e intelectual de alto nivel. Lo que no está claro es quien asumirá entonces la función de la Universidad, pero más vale que se encuentre pronto una solución porque si no el futuro que nos espera es más que negro.
Así las cosas no es de extrañar que las autoridades educativas –tanto las estatales como las autonómicas: no existen diferencias en este respecto- hagan todo lo posible por salvaguardar la obligatoriedad de la escolarización. Para la administración el problema más grave de la educación es el absentismo escolar –que es un problema de escolarización- y ha tomado medidas como la clausura a cal y canto de los centros escolares (algún día habría que investigar la relación entre la conversión de los centros de enseñanza en sistemas entrópicos cerrados y el aumento de la violencia escolar) o multar a los padres cuyos hijos no acuden a clase. Ninguna medida se ha tomado en cambio para obligar a los alumnos a educarse, a aprender. Y ante las catastróficas cifras de fracaso escolar o las dramáticas conclusiones de los Informes PISA, lo único que se ofrecen son excusas –eso si algún sesudo catedrático de pedagogía no decide quitarles importancia-.
Ante esta ceremonia de la confusión no es raro que los Institutos de Bachillerato se hayan convertido en guarderías donde vigilar a los hijos de aquellos que deben acudir a su trabajo; los alumnos no aprenden nada porque no están ahí para eso sino para pasar el rato mientras sus progenitores concilian su vida laboral y familiar; y los profesores no enseñan nada porque no es esa su función, sino hacer de canguros o de guardias civiles, según los casos, y procurar divertir a sus niños para que al menos no se aburran.
Lo peor es que como la educación ha dejado de ser obligatoria tarde o temprano su función social la acabará asumiendo la Universidad, dejando de lado la suya propia de formación científica e intelectual de alto nivel. Lo que no está claro es quien asumirá entonces la función de la Universidad, pero más vale que se encuentre pronto una solución porque si no el futuro que nos espera es más que negro.
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