El 26 de enero de 1994 el
subdirector de un colegio de élite de las afueras de Madrid reunió a la
plantilla de profesores de dicho centro y les espetó lo siguiente: “El que
mañana no venga a trabajar que no se moleste en venir más”. Al día siguiente,
27 de enero de 1994, había convocada una huelga general. Comento este caso por
dos razones: la primera porque que yo formaba parte de aquél equipo de
profesores y por tanto me resulta familiar y conocido; la segunda porque la
coacción que puedan ejercer los piquetes de trabajadores durante una huelga
general no es comparable, ni en el fondo ni en la forma, a la que ejercen los
empresarios o ciertos empresarios.
El
caso anterior es una demostración palpable –y, como ya he dicho, familiar para
mí y supongo que para muchos más- de que no existe ningún método científico
capaz de determinar el alcance de una huelga general. Aun así, hay quien se
empeña en utilizar variables científicas, o más bien pseudocientíficas, para
medir ese impacto. Voy a tomar tres de las mas utilizadas y a analizar por qué
no sirven para nada.
a).- El recuento de los huelguistas.
Normalmente, ante una huelga general las cifras de los ciudadanos que la secundan
varían en una horquilla, según quien haga el recuento, no soportable por
ninguna ley estadística conocida. Y ello porque la manera de realizar el arqueo
es distinta según quién lo haga: los convocantes o el gobierno de turno. Mientras
que los primeros dan las cifras de aquellos que no han ido a trabajar y también
de aquellos que lo han tenido que hacer obligatoriamente por estar incluidos en
los servicios, mal llamados, mínimos, los segundos incluyen en sus cifras a
todos aquellos que han acudido a su trabajo, independientemente de si éstos
forman parte del contingente de los servicios mínimos o no. Así, hay un grupo,
el de los servicios mínimos, que figura tanto en el monto de los huelguistas
como de los no huelguistas. Puesto que los servicios mínimos son una imposición
del gobierno en la mayoría de los casos, y las empresas no suelen tener la
delicadeza de incluir en ellos a aquellos trabajadores que han manifestado su
deseo de no hacer huelga, sino más bien al contrario, el recuento presumiblemente científico de éstas y de aquél resulta falseado en su base.
b).-
Los indicadores de impacto del paro. El afán por determinar de forma científica
el impacto de una huelga general ha hecho que se utilicen cada vez más por
parte de analistas y medios de comunicación una serie de indicadores del mismo.
El más frecuentemente utilizado, por ser supuestamente el más fiable, es el
aumento o disminución del consumo eléctrico. Desde mi punto de vista, sin
embargo, es tan fiable como lo pueda ser contar a los visitantes de un parque. En
primer lugar, el consumo eléctrico depende de la época del año, pues no es el
mismo en verano, cuando hay más horas de luz natural, que en invierno, cuando
hay menos, así que no parece que tenga mucho sentido utilizar este medidor para
comparar entre si dos o más paros generales. En segundo lugar, nada hay que
impida que un trabajador en huelga se levante al alba y encienda las luces de
su casa. Y en tercer lugar, el consumo eléctrico es algo fácilmente
manipulable. Cualquier empresario puede llegar a su fábrica a las tres de la mañana
y poner en funcionamiento todas las máquinas. De hecho, en la ultima huelga
general se han dado varios casos de ayuntamientos que han mantenido encendido
el alumbrado urbano durante todo el día.
c).-
Los sectores movilizados. Es ya un lugar común afirmar que una huelga general
ha fracasado porque el comercio no ha cerrado sus puertas. Utilizar el comercio
como sector modelo para determinar el alcance de un paro de este tipo es una
interpretación torticera de las relaciones de producción que se establecen en
el seno de la sociedad. Cualquiera con unos mínimos conocimientos económicos y
sociales sabe que el sector básico sobre el que se edifica la economía
capitalista actual es la industria. Y que el que puede paralizar una nación es
el transporte. Si estos dos sectores se paralizan una huelga general será un
éxito. Aunque todas las tiendas estén abiertas y algunos empresarios sigan
diciendo a sus trabajadores aquello de que “quién no venga a trabajar mañana
que no se moleste en venir más”.
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