Terminábamos el artículo anterior
diciendo que la magia y la ciencia poseían el mismo fundamento: la
inmutabilidad de las leyes naturales, mientras que la religión se fundamentaba
en la idea contraria: la concepción de que las leyes naturales podrían ser
cambiadas a voluntad de la divinidad o por del sacerdote que le sirve de intermediario
y que le invoca a través del ritual. Así, de la misma manera que la religión
aparece como sustituto de la magia, la ciencia se va a desarrollar como una
explicación alternativa a ambas, aunque, por sus principios, esté más cercana a
la magia que a la religión. De hecho, la ciencia, en muchas ocasiones, surge de
la magia, como surgió la química de la alquimia, por ejemplo; la magia no es
otra cosa que una ciencia equivocada, o una ciencia que no comprende de forma correcta,
racional, los principios sobre los que se fundamenta. La religión, sin embargo,
al fundamentarse en principios opuestos a los de la ciencia ha aparecido
históricamente como enfrentada a ésta, fundamentalmente dese que el desarrollo
de la ciencia a partir de la Revolución científica de los siglos XVI y XVII ha
ido ocupando cada vez más el campo de la religión, dando respuestas a problemas
que antes sólo podrían ser explicados por hipótesis religiosas y haciendo cada
vez más ocioso o inútil el ritual religioso como favorecedor de la vida humana.
De hecho, hoy en día son pocos –aunque todavía quedan algunos- los que
consideran que es preferible rezar en misa que acudir al médico para curar una
enfermedad, de la misma manera que son pocos –aunque todavía quedan- los que consideran
que alguna fuerza mágica presente en el cuerpo y el espíritu y conectada de
forma simpátética con el resto de la naturaleza puede sustituir a la medicina científica.
Vemos
por tanto, como a partir del sigo XVI es la ciencia y no la magia, la que se
convierte en enemiga de la religión, y son los científicos los que ocupan el
lugar de los brujos en las hogueras que arden en toda Europa –y no sólo en
España donde si bien es cierto que se quemaron judíos, no se quemaron
científicos, como tampoco anteriormente se habían quemado brujas- . Las
diferencias entre ciencia y religión se pueden situar a dos niveles –dejando a
un lado las disputas de poder, o mas bien el miedo de los sacerdotes a perder
el poder que les confería poder controlar la naturaleza a través de la divinidad-.
A nivel de la situación mental del sujeto con respecto a la verdad y a nivel de pretensión de posesión de esa
misma verdad. En tanto posición intelectual del sujeto la religión se
fundamenta en la creencia, mientras que la ciencia se basa en el conocimiento
–es falso que exista una “creencia” en la ciencia, o que la ciencia se alimente
de “creencias”-. De esta forma, mientras que la religión sólo necesita la
convicción subjetiva del individuo para ser considerada cierta, la ciencia
necesita además de pruebas objetivas que aseguren esa verdad. Es por ello que
la ciencia necesita un método racional que le permita buscar esas pruebas,
mientras la religión actúa a través de ritos que tienen como objetivo asegurar
al creyente en sus creencias, en tanto en cuanto el rito se constituye en la
forma de comunicación con la divinidad. Y, por lo mismo, es por ello que
mientras que la ciencia se fundamenta en el pensamiento racional, la religión
lo hace en el mito. Ninguna creencia religiosa puede ser demostrada por medio
del método científico. Por otro lado, la religión se considera en posesión
absoluta de la verdad, esa verdad que asegura la comunicación directa con el
dios y, en los casos que se da, la consideración de pueblo elegido, lo que la
convierte en dogmática por definición y, por lo mismo, en excluyente, mientras
que la ciencia tiene muy claro que las verdades a las que llega son tan solo
verdades provisionales, que en cualquier momento pueden perder su estatus de
verdad si aparecen nuevas pruebas objetivas que las nieguen. Por ello la
ciencia no es ni puede ser dogmática. Al menos si además ha de ser buena ciencia.
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