Las posturas políticas de la nueva izquierda –que, por
supuesto, no es izquierda ni derecha- parten de dos premisas que, por
indemostradas, han acabado deviniendo axiomas indemostrables, no tanto por su
propia naturaleza de verdades de razón, sino por la propia comodidad, posición
estratégica o inepcia intelectual de aquellos que las postulan. Estos dos
axiomas son los siguientes: 1) la democracia directa –o participativa o
asamblearia, que de todas esas maneras se puede denominar– es preferible, en
tanto más democrática, a la democracia representativa y 2) la democracia
representativa es estructuralmente corrupta y por ello es menos democrática que
la participativa. Se trataría de analizar sí estos dos axiomas son
indemostrables bien –como decíamos más arriba– porque son verdades de razón,
bien porque son cuando menos erróneas, y por lo tanto no es demostrable su
verdad.
Que la
democracia directa, o asamblearia, sea más democrática que la democracia
representativa es algo que niega tanto la historia como la propia teoría
política. Desde un punto de vista histórico, efectivamente, la democracia
asamblearia o participativa sólo se ha manifestado en regímenes totalitarios.
En efecto, la única forma política real de la democracia asamblearia de la que
podemos hablar ha sido el soviet y sus derivados que como se supone que todo el
mundo sabe se materializó en la URSS de
Stalin y sus países satélites, tanto geográficamente, la antigua Europa del
este, como ideológicamente, China, Cuba, o Corea del Norte por poner algunos
ejemplos y, en la actualidad, algo parecido se ha desarrollado también en
Venezuela –aunque, eso sí, con un parlamento de representantes elegidos-. Soy
consciente de que habrá gente que me niegue la mayor y afirme sin ningún rubor
que Cuba o Corea del Norte son sistemas más democráticos que los existentes en
Europa occidental o Estados Unidos. De hecho, también hay gente que habla con
seres invisibles y está convencido de que dichos seres les escuchan y les
conceden lo que piden –a eso le llaman rezar, algo que la nueva izquierda
conoce muy bien-. Quiero con esto decir que cuando el universo del discurso se
cierra en sí mismo, se convierte en solipsista y se niega a contrastar sus
enunciados con la realidad, no sólo dejan de dar significado a sus términos
sino que también hacen imposible cualquier debate. No es el caso, en cambio, sí
por democracia participativa entendemos democracia directa, entendiendo a su
vez democracia directa como la participación directa de los ciudadanos en la
toma de decisiones políticas a través de referéndum. De hecho, este tipo de
democracia se lleva a cabo actualmente –como complemento o en paralelo a los
sistemas representativos- en países tan poco sospechosos de pretender exportar
la revolución como Suiza o los Estados Unidos, donde cada elección de
representantes va a su vez acompañada de la propuesta de aceptación ciudadana
de un buen número de leyes. Así, la única novedad de la nueva izquierda en
cuanto a democracia participativa, sí es que se refieren a esta modalidad de
democracia directa, tienen muy poco de nueva y menos aún de revolucionaria, a
no ser que la novedad radique en implementarla a través de la redes sociales.
Desde el
punto de vista de la teoría política tampoco está muy claro que la democracia
asamblearia será más democrática que la representativa, y esto lo sabe
cualquiera que haya estado alguna vez en una asamblea y además haya comprendido
lo que allí había podido pasar. Las críticas que se le pueden hacer –desde un
punto de vista exclusivamente democrático- al modelo representativo: que no es
realmente democrático porque los ciudadanos no participan en la toma de
decisiones, que se genera una élite política o que los individuos son
manipulados por aquellos que aspiran a poseer el poder, son también extensivas
a un sistema asambleario. Las asambleas originarias, regidas por el velo de
ignorancia y donde todos los sujetos se sitúan en pie de igualdad son tan sólo
hipótesis de trabajo. Las asamblea reales –o virtuales- en cambio están
controladas por grupos que marcan las pautas de lo que se debe decidir o votar,
mientras el resto de los participantes se limita a escuchar lo que quiere
escuchar, a repetir consignas o a aplaudir lo que ya de antemano está decidido.
Este primer axioma, por lo tanto, no lo es tal. Es una premisa que, a lo que
parece, debería ser demostrada.
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