viernes, 11 de febrero de 2022

Turismo II. Las ciudades

 

Antaño existían unas tarjetas denominadas “postales”. Consistían estas tarjetas postales en alguna fotografía de algún lugar emblemático de la ciudad, o de la comarca, de alguna curiosidad intrínseca al lugar donde uno se encontraba. Estas tarjetas llevaban por detrás un espacio para escribir un mensaje generalmente corto, del tipo “estamos bien, espero que al recibo de la presente estéis también todos bien”, y otro espacio al lado para escribir la dirección del destinatario que recibía la tarjeta por correo, de ahí la calificación de “postal”.

            Sirva lo anterior como introducción a la segunda de las cuestiones que había quedado pendiente en el escrito precedente: la referente al hecho de qué es lo que se busca cuando se visita una ciudad. Hoy ya no se venden apenas postales, excepto para algún coleccionista, porque son los propios turistas los que fabrican las suyas con las cámaras integradas en sus teléfonos móviles. Lo único que interesa del lugar que se visita es fotografiarlo, no disfrutar de él, y no se cae en la cuenta de que fotografiarlo es matarlo y que las vivencias que despierta en nosotros un paisaje o una catedral no pueden ser captadas por una cámara. A lo sumo, durante el tiempo que perdemos en hacer fotos, nos perdemos también esas vivencias. Nos hemos convertido, en realidad, en cámaras fotográficas andantes y vivientes, y si fuera verdad la creencia de algunos pueblos primitivos de que las fotografías roban el alma, hace ya mucho tiempo que se habría desalmado a toda la población, tanto divina como humana.

            El llevar la cámara fotográfica integrada supone una ventaja añadida sobre las postales, y es que se puede instantáneamente mostrar las fotografías realizadas en las redes sociales. Las instantáneas de antes se han convertido realmente en instantáneas, y cualquiera de nuestros conocidos, y de los que no lo son tanto, puede saber al segundo en qué lugar del mundo nos encontramos. Yo, personalmente, no le veo ninguna ventaja a esto, aunque supongo que los que lo hacen, entre otras cosas, generarán la envidia de los que les siguen.

            Y llegamos así al centro de la cuestión: la obligatoriedad de visitar aquellas ciudades que otros visitan y muestran en las redes sociales. Por supuesto, lo que en cada ciudad hay que visitar es lo que aparece en dichas redes o en las guías turísticas. La ciudad en sí misma resulta indiferente, da igual que se esté visitando París o Río de Janeiro. De lo que se trata es de hacerse la foto en el mismo lugar en que se la ha hecho nuestro vecino o el amigo de Facebook. Se convierten así los viajes turísticos en una especie de safaris fotográficos, donde lo único que se busca es esa foto que esperamos que sea la envidia de nuestras amistades. Da igual si en dicha foto aparecen trescientas personas que no conocemos de nada y que estaban también haciéndose la foto de rigor, mientras que al fondo se atisba la Torre Eiffel o la Puerta de Brandemburgo.

            Recuerdo que cuando visité Lisboa había un ascensor que subía a uno de los barrios más típicos de la ciudad. Había una cola kilométrica para tomar dicho ascensor, mientras que se podía perfectamente subir al mismo barrio -y tener las mismas vistas- por una escalera o callejeando por la ciudad. No se trataba, pues, para los que pacientemente esperaban su turno en el ascensor, de conocer Lisboa, sino que montar en el artilugio. Y es que las ciudades solo se conocen viviéndolas, sintiéndolas, andándolas y oliéndolas. Una ciudad es algo vivo en lo que hay que penetrar. Hay que fundirse con ella. Una ciudad es como la vida: se puede estar en ella o se puede pasar por ella. Hay gente que está de paso por la vida, como está de paso por las ciudades que visita. Y hay gente que vive las ciudades como vive su vida. Una ciudad no se vive en una tarde al bajar de un crucero, no se siente en una semana. Hace falta tiempo y una mente dispuesta para penetrar en el espíritu de una ciudad. Si no, estamos haciendo fotos de algunos sitios. Estamos comprando postales para ponerlas en el álbum como quien caza mariposas para clavarlas en un cartón. Habremos pasado por muchos sitios, pero no habremos estado en la ciudad.

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