viernes, 27 de diciembre de 2024

Segregación en las aulas

 Si hay un hecho que difícilmente puede ser puesto en duda es que el sistema educativo español, no el de tal o cual Comunidad, sino todo en su conjunto, es un auténtico desastre que solo produce ciudadanos obedientes que no saben absolutamente nada y, lo que es peor, a los que se les hace creer que lo saben todo. Ante este panorama yo hace mucho tiempo que he dejado de entender las movilizaciones de los profesionales de la enseñanza  -o lo que deberían ser profesionales de la enseñanza- que exigen algo tan laxo como la defensa de la enseñanza pública. Si hay algo contrario a la educación es la ideología, y si hay algún enemigo del tan cacareado pensamiento crítico es, precisamente, la aceptación acrítica de una colección de tesis prefabricadas, que es lo que en el fondo es la ideología.

Solo desde estos planteamientos más ideológicos que otra cosa se puede entender el nuevo caballo de batalla de los que tan afanosamente defienden eso que se llama Educación Pública -yo creo que habría que defender la educación universal y gratuita sea pública o no- que es acabar con la segregación en las aulas. Yo a veces me planteo si es que ha habido una serie de cambios semánticos en los términos que, por alguna razón, me he perdido, o es que desde determinados sectores se utilizan las palabras dándoles una significación bastarda, bien por ignorancia, bien por torticería. El caso es que yo, cuando escucho el término segregación, pienso en los negros en los estados del sur de los Estados Unidos durante la primera mitad del siglo XX, o en los negros sudafricanos durante el apartheid -lo siento, pero si escribo “afroamericanos” por corrección política, luego tendría que escribir “afroafricanos”, o algo así- .Y yo, que llevo más de treinta años como profesional de la enseñanza, no he visto ninguna de esas situaciones en los centros educativos en los que he estado, que han sido muchos. Es más, lo que he visto, y sigo viendo, es un sistema integrador al máximo. De hecho, un sistema que es excesivamente integrador, hasta el punto de que integra, literalmente, a todo el que pasa por la puerta. Es tan integrador que integra hasta al que no se quiere integrar, y va a clase con los manos en los bolsillos, sin siquiera un lápiz o una hoja de papel, gastando esos recursos de los que tan necesitada está la escuela pública, según sus defensores. Porque a lo mejor, antes de pedir recursos y más recursos, habría que ver cómo se gastan, o más bien se malgastan, y exigir a quien los malgasta que no lo haga. Pero en vez de eso, nos encontramos con una anuncio de la ministra de trabajo, que pide que no se quiten las becas a los alumnos aunque suspendan todo, una buena manera de premiar el esfuerzo, por cierto, y un ejemplo claro de a dónde va a parar el dinero en la escuela pública.

Pero lo que me resulta más curioso del caso es que todos esos profesionales que tanto critican la segregación en la escuela pública y que deberían correr hacia los centros en los que supuestamente se segrega para solucionar la situación lo que hacen es correr, sí, pero en sentido contrario. Huyen como alma que lleva el diablo de los centros conflictivos para apalancarse en centros de elite, o en centros simplemente más tranquilos, para, desde esa tranquilidad, mejorar la enseñanza pública. Eso, o esperan y se desesperan en centros difíciles tomando cafés en las salas de profesores y esperando el momento para salir corriendo como los demás, mientras abandonan a su suerte a  esos alumnos que, según ellos están segregados por el sistema. Cada uno es un profesional como le parece bien. A mí, como profesional, lo que me interesa, sobre todo, es que mis alumnos aprendan. Los que quieran


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