En los últimos días el PP ha ofrecido a los ciudadanos dos muestras más de su vocación de servicio a la sociedad y de su compromiso con la comunidad. O más bien habría que decir de su vocación de servicio a su afán de poder y de su compromiso con su cuenta corriente. Estas dos demostraciones recientes de la actitud política, cívica y democrática de este partido se llaman Francisco Camps y Federico Trillo. Y si se vuelve necesario hacer referencia al partido en su conjunto y no a dos casos particulares –como hubiera sido lo lógico- es porque éste, en su obsesión por vender a sus potenciales votantes una unidad que ni por asomo existe en su entramado interno –véase si no la capacidad unificadora que demuestran los casos de espionaje de Madrid o la relación fraternal entre Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz Gallardón-, ha cerrado filas en torno a estos dos personajes, defendiéndoles a capa y espada, asumiendo de esta forma sus actos y convirtiéndose por tanto en cómplice de sus fechorías.
Claus Offe define a los partidos políticos modernos como partidos “asume-todo”, en el sentido en que están dispuestos a hacer suya cualquier causa política, aunque sea contraria a su ideología, siempre y cuando pueda reportarles un rédito electoral. El PP ha llevado esta caracterización hasta sus últimas consecuencias y se ha convertido en un partido “devora-todo”, de tal manera que no tiene ningún recato en apropiarse de todo lo que su posición de poder le ponga al alance de la mano, ya sean ideologías políticas, más cota de poder, comisiones de constructores o sobornos de todo aquél que desee alguna prebenda. En el fondo todo acaba en lo mismo: en la defensa de sus propios intereses y de su bolsillo.
Al señor Camps le están juzgando sus amiguetes de Tribunal Superior de Justicia de Valencia. Y aún así no han tenido más remedio que seguir manteniéndolo como imputado por aceptar sobornos de un tal “Bigotes”. Durante más de un mes este sujeto –Camps, no el “Bigotes”- ha estado clamando por su inocencia y exigiendo que se le llamara a declarar para poder contar la verdad y demostrar aquella. Y cuando llega el momento lo único que se le ocurre decir es que aceptó regalos sin ofrecer nada a cambio –nadie regala nada a un político sin esperar nada a cambio, esto es un axioma social, y, en caso de ser así, la propia ética y la decencia del cargo en cuestión le deben obligar a rechazarlo- y que sus trajes los pagó en metálico –debe ser el único español que no utiliza tarjeta de crédito- con el dinero que su mujer le daba de la caja de la farmacia de la que es titular –seguramente en este momento las carcajadas en la sala del Tribunal fueron tales que el juez se vio obligado a desalojarla- y que, mira tú por donde, no tiene las facturas. Y todavía manifiesta estar muy contento con su declaración. Hay que ser un auténtico imbécil o un cínico redomado para estar contento después de haber cavado tu propia tumba (en este caso, política). En Gran Bretaña, por un escándalo parecido, el Presidente de la Cámara de los Comunes ha dimitido, hay unos cuantos diputados encausados y se preparan leyes para controlar el patrimonio de los parlamentarios. Aquí nos tenemos que conformar con aguantar la nívea sonrisa del señor Camps en todos los medios de comunicación.
En el caso del señor Trillo se ha eliminado de un plumazo lo que desde sus orígenes ha constituido la columna vertebral del Ejército: la disciplina y la cadena de mando. Resulta que dos generales han tomado una decisión tan delicada como repatriar unos cadáveres incorrectamente identificados sin consultar siquiera a su jefe directo que es el Ministro de Defensa. Y resulta que el Ministro de Defensa, que es el mando supremo del Ejército después del Rey y del Presidente del Gobierno (que por aquella época era el señor Aznar) no sólo no había dado ningún tipo de orden en un asunto tan grave como la identificación y la repatriación de unos militares muertos en un país extranjero, sino que no se había enterado de nada y por lo tanto no tiene ninguna responsabilidad. Si a un soldadito se le ocurre actuar a margen de las órdenes de su sargento el “puro” puede ser considerable, tanto para él como para el sargento.
Y mientras tanto los medios de comunicación afines al PP, que son la mayoría, siguen a lo suyo: el 11-M, la crisis y el aborto, cumpliendo escrupulosamente su importante labor de desinformación. Hasta el punto que, a pesar de todo, el PP está en posición de ganar las próximas elecciones. Ciertamente una ciudadanía idiotizada no se merece otra cosa.
Claus Offe define a los partidos políticos modernos como partidos “asume-todo”, en el sentido en que están dispuestos a hacer suya cualquier causa política, aunque sea contraria a su ideología, siempre y cuando pueda reportarles un rédito electoral. El PP ha llevado esta caracterización hasta sus últimas consecuencias y se ha convertido en un partido “devora-todo”, de tal manera que no tiene ningún recato en apropiarse de todo lo que su posición de poder le ponga al alance de la mano, ya sean ideologías políticas, más cota de poder, comisiones de constructores o sobornos de todo aquél que desee alguna prebenda. En el fondo todo acaba en lo mismo: en la defensa de sus propios intereses y de su bolsillo.
Al señor Camps le están juzgando sus amiguetes de Tribunal Superior de Justicia de Valencia. Y aún así no han tenido más remedio que seguir manteniéndolo como imputado por aceptar sobornos de un tal “Bigotes”. Durante más de un mes este sujeto –Camps, no el “Bigotes”- ha estado clamando por su inocencia y exigiendo que se le llamara a declarar para poder contar la verdad y demostrar aquella. Y cuando llega el momento lo único que se le ocurre decir es que aceptó regalos sin ofrecer nada a cambio –nadie regala nada a un político sin esperar nada a cambio, esto es un axioma social, y, en caso de ser así, la propia ética y la decencia del cargo en cuestión le deben obligar a rechazarlo- y que sus trajes los pagó en metálico –debe ser el único español que no utiliza tarjeta de crédito- con el dinero que su mujer le daba de la caja de la farmacia de la que es titular –seguramente en este momento las carcajadas en la sala del Tribunal fueron tales que el juez se vio obligado a desalojarla- y que, mira tú por donde, no tiene las facturas. Y todavía manifiesta estar muy contento con su declaración. Hay que ser un auténtico imbécil o un cínico redomado para estar contento después de haber cavado tu propia tumba (en este caso, política). En Gran Bretaña, por un escándalo parecido, el Presidente de la Cámara de los Comunes ha dimitido, hay unos cuantos diputados encausados y se preparan leyes para controlar el patrimonio de los parlamentarios. Aquí nos tenemos que conformar con aguantar la nívea sonrisa del señor Camps en todos los medios de comunicación.
En el caso del señor Trillo se ha eliminado de un plumazo lo que desde sus orígenes ha constituido la columna vertebral del Ejército: la disciplina y la cadena de mando. Resulta que dos generales han tomado una decisión tan delicada como repatriar unos cadáveres incorrectamente identificados sin consultar siquiera a su jefe directo que es el Ministro de Defensa. Y resulta que el Ministro de Defensa, que es el mando supremo del Ejército después del Rey y del Presidente del Gobierno (que por aquella época era el señor Aznar) no sólo no había dado ningún tipo de orden en un asunto tan grave como la identificación y la repatriación de unos militares muertos en un país extranjero, sino que no se había enterado de nada y por lo tanto no tiene ninguna responsabilidad. Si a un soldadito se le ocurre actuar a margen de las órdenes de su sargento el “puro” puede ser considerable, tanto para él como para el sargento.
Y mientras tanto los medios de comunicación afines al PP, que son la mayoría, siguen a lo suyo: el 11-M, la crisis y el aborto, cumpliendo escrupulosamente su importante labor de desinformación. Hasta el punto que, a pesar de todo, el PP está en posición de ganar las próximas elecciones. Ciertamente una ciudadanía idiotizada no se merece otra cosa.
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