A nadie debería extrañar que los obispos españoles consideren injusto el derecho al aborto, que consideren, en suma, que existen derechos que son injustos. Dejando a un lado el cinismo personal de cada uno de ellos, cualidad que es más que seguro que fue muy tenida en cuenta a la hora de obtener sus cargos, la Iglesia Católica se edifica sobre un concepto bastardo y pervertido de justicia. Ahí está para demostrarlo el caso del pobre Judas Iscariote
La figura de Judas es de las que más llaman la atención de todas las que componen la mitología cristiana. En primer lugar porque él es el verdadero creador del cristianismo. Si Judas hubiera decidido no denunciar a Jesús, éste no habría sido ejecutado y, teniendo en cuenta que esta ejecución es el verdadero motor del surgimiento del cristianismo y su auténtico leit motiv, éste último no hubiera existido. Y en segundo lugar porque en él se reúne y personifica todo el absurdo de la religión cristiana.
Una de las ideas claves del cristianismo es que el ser humano es libre de pecar o no pecar. La propia humanidad se sustenta sobre esta capacidad de decisión: Adán pudo escoger entre Dios y una mujer y escogió a la mujer –lo que de paso explica la concepción machista y misógina del cristianismo en general y del catolicismo en particular-. El pecado es el constituyente último del ser humano. Ahora bien, si éste no fuese libre aquél no tendría sentido –no se puede acusar a nadie por hacer algo que no está en sus manos no hacer, que está obligado a realizar de forma necesaria- y todo el cristianismo se hundiría en su propio absurdo. Si no hay pecado la muerte de Cristo –que supuestamente se produce para lavar la culpa de los hombres- no es necesaria.
Puesto que el cristianismo se establece sobre la muerte de Jesús y el hecho causal de ésta es la denuncia de Judas, la cuestión a plantear es si éste era libre de delatarlo o no. Si hubiera sido realmente libre podría tanto haber besado a Jesús como no hacerlo. Si no lo hubiera hecho, y siguiendo el relato mitológico del cristianismo, Jesús no hubiera sido crucificado y hubiera muerto de viejo, la humanidad no se habría salvado, el Plan de Dios no se hubiera cumplido y el cristianismo no existiría. De hecho, la propia pregunta sobre la capacidad de decisión de Judas se torna absurda, pues falta el contexto desde el cual se lanza y le da sentido. Si Judas hubiera sido libre el cristianismo se vuelve contradictorio en sí mismo o, en el mejor de los casos, en una casualidad. Con lo cual cabe pensar que Judas no era libre de no denunciar a Jesús.
Si Judas no era libre, entonces no puede ser condenado. Judas habría denunciado a Jesús no por su voluntad, que no es una voluntad libre, sino por la voluntad de Dios, porque Dios así lo habría decidido. De esta forma el que denuncia a Jesús es Dios –su propio padre, no lo olvidemos- a través de Judas, que no es más que una correa de transmisión de los designios divinos. Dios condena a dos inocentes (Judas y Jesús) sabiendo que lo son, para salvarse a sí mismo, en un acto de suprema injusticia. Si Judas no es libre la humanidad tampoco lo es, no puede elegir no pecar y no necesita ser redimida. La muerte de Cristo es entonces inútil para su propósito inicial, la redención del ser humano, y al único que beneficia es a Dios, pues sobre ella asienta su dominio sobre éste.
Aún es posible ir más allá. Según la religión católica Dios y Jesucristo son la misma persona. Siendo esto así, y teniendo en cuenta las argumentaciones anteriores, lo que se concluye es que es Cristo el que se denuncia a sí mismo y acusa a Judas para salvarse. Cristo se condena y no se condena a muerte, con lo cual el cristianismo se revela como contradictorio y esencialmente injusto.
El Tribunal Supremo, a instancias de la Conferencia Episcopal, prohibió apostatar a los católicos forzados que lo desearan. Esperemos que esto sirva como modesta aportación para iluminar a nuestros obispos y ayudarles a cambiar de opinión. Es de esperar que no hablen por hablar y lleven a cabo de manera efectiva su amenaza de excomunión, pues estas líneas si se han escrito desde la más absoluta y responsable libertad.
La figura de Judas es de las que más llaman la atención de todas las que componen la mitología cristiana. En primer lugar porque él es el verdadero creador del cristianismo. Si Judas hubiera decidido no denunciar a Jesús, éste no habría sido ejecutado y, teniendo en cuenta que esta ejecución es el verdadero motor del surgimiento del cristianismo y su auténtico leit motiv, éste último no hubiera existido. Y en segundo lugar porque en él se reúne y personifica todo el absurdo de la religión cristiana.
Una de las ideas claves del cristianismo es que el ser humano es libre de pecar o no pecar. La propia humanidad se sustenta sobre esta capacidad de decisión: Adán pudo escoger entre Dios y una mujer y escogió a la mujer –lo que de paso explica la concepción machista y misógina del cristianismo en general y del catolicismo en particular-. El pecado es el constituyente último del ser humano. Ahora bien, si éste no fuese libre aquél no tendría sentido –no se puede acusar a nadie por hacer algo que no está en sus manos no hacer, que está obligado a realizar de forma necesaria- y todo el cristianismo se hundiría en su propio absurdo. Si no hay pecado la muerte de Cristo –que supuestamente se produce para lavar la culpa de los hombres- no es necesaria.
Puesto que el cristianismo se establece sobre la muerte de Jesús y el hecho causal de ésta es la denuncia de Judas, la cuestión a plantear es si éste era libre de delatarlo o no. Si hubiera sido realmente libre podría tanto haber besado a Jesús como no hacerlo. Si no lo hubiera hecho, y siguiendo el relato mitológico del cristianismo, Jesús no hubiera sido crucificado y hubiera muerto de viejo, la humanidad no se habría salvado, el Plan de Dios no se hubiera cumplido y el cristianismo no existiría. De hecho, la propia pregunta sobre la capacidad de decisión de Judas se torna absurda, pues falta el contexto desde el cual se lanza y le da sentido. Si Judas hubiera sido libre el cristianismo se vuelve contradictorio en sí mismo o, en el mejor de los casos, en una casualidad. Con lo cual cabe pensar que Judas no era libre de no denunciar a Jesús.
Si Judas no era libre, entonces no puede ser condenado. Judas habría denunciado a Jesús no por su voluntad, que no es una voluntad libre, sino por la voluntad de Dios, porque Dios así lo habría decidido. De esta forma el que denuncia a Jesús es Dios –su propio padre, no lo olvidemos- a través de Judas, que no es más que una correa de transmisión de los designios divinos. Dios condena a dos inocentes (Judas y Jesús) sabiendo que lo son, para salvarse a sí mismo, en un acto de suprema injusticia. Si Judas no es libre la humanidad tampoco lo es, no puede elegir no pecar y no necesita ser redimida. La muerte de Cristo es entonces inútil para su propósito inicial, la redención del ser humano, y al único que beneficia es a Dios, pues sobre ella asienta su dominio sobre éste.
Aún es posible ir más allá. Según la religión católica Dios y Jesucristo son la misma persona. Siendo esto así, y teniendo en cuenta las argumentaciones anteriores, lo que se concluye es que es Cristo el que se denuncia a sí mismo y acusa a Judas para salvarse. Cristo se condena y no se condena a muerte, con lo cual el cristianismo se revela como contradictorio y esencialmente injusto.
El Tribunal Supremo, a instancias de la Conferencia Episcopal, prohibió apostatar a los católicos forzados que lo desearan. Esperemos que esto sirva como modesta aportación para iluminar a nuestros obispos y ayudarles a cambiar de opinión. Es de esperar que no hablen por hablar y lleven a cabo de manera efectiva su amenaza de excomunión, pues estas líneas si se han escrito desde la más absoluta y responsable libertad.
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