La democracia moderna surge como consecuencia del individualismo burgués, de la idea rousseauniana de la voluntad general y de la consideración subsiguiente según la cual a cada ciudadano le corresponde un voto: todos tienen, o deben de tener, igual peso en la toma de decisiones. Sin embargo, en su desarrollo, la democracia acaba siendo el sistema de las mayorías, donde el individuo queda sustituido por la masa del grupo mayoritario; el pensamiento subjetivo es superado por el pensamiento único de la opinión general, y la disidencia de la minoría individual es despreciada. Incluso la libertad de cada individuo queda diluida en la libertad común de la libertad general.
La democracia como máxima expresión del individuo es precisamente lo que destruye al individuo. Ahí radica su trágica paradoja. El sujeto individual ha sido sustituido por un sujeto colectivo, consecuencia del sujeto trascendental que se rige por la Ley Universal de la Razón Práctica. Sujeto colectivo que se ve reflejado en la clase social, el Pueblo, la Patria, la sociedad, la colectividad o la comunidad. Esto es precisamente lo que Spinoza ya entrevió cuando fundamenta la democracia en la potencia y el derecho del individuo. Y desarrolla la idea de tolerancia como una forma de recelo ante la masa, una manera de salvaguardar la individualidad subjetiva del peligro de la totalización, de la uniformización. Si es preciso tolerar al otro es porque es una individualidad distinta y al tolerarle le reconoceos como tal. No pretendemos integrarle en una totalidad en la que él y nosotros nos difuminamos como individuos y en la que la potencia de existir individual se disuelve en la potencia de existir del grupo.
Es por ello que los sujetos no pueden soportar la conciencia de su propia individualidad, que les aterre el hecho de llegar a pensar algo por sí mismos que se distancie del pensamiento marcado por la mayoría –aunque en realidad su deseo sea precisamente el pensamiento disidente- y corran a refugiarse en el grupo. Eso, o intentan que el grupo asuma su pensamiento para no encontrarse solos.
Es también esta la idea que subyace a las críticas a la abstención electoral. Si uno no entrega su capacidad de decisión a una mayoría se considera que la pierde, que otros decidirán por él y que habrá desperdiciado su margen de protesta, cuando la verdad es precisamente la contraria. Porque no se entrega la capacidad de decisión a la voluntad de una mayoría es por lo que ésta permanece intacta y se puede ejercer de manera plena. La actuación proviene de mantener esa capacidad individual de decisión. Cuando se entrega es cuando se cae en la pasividad política: ya no se puede actuar porque ya no se puede decidir. Se ha decidido que sean otros –aquí si- los que decidan por uno. La única postura activa dentro del sistema político es la abstención, mientras que la participación electoral conduce a la pasividad. Otra gran paradoja de la democracia.
La democracia como máxima expresión del individuo es precisamente lo que destruye al individuo. Ahí radica su trágica paradoja. El sujeto individual ha sido sustituido por un sujeto colectivo, consecuencia del sujeto trascendental que se rige por la Ley Universal de la Razón Práctica. Sujeto colectivo que se ve reflejado en la clase social, el Pueblo, la Patria, la sociedad, la colectividad o la comunidad. Esto es precisamente lo que Spinoza ya entrevió cuando fundamenta la democracia en la potencia y el derecho del individuo. Y desarrolla la idea de tolerancia como una forma de recelo ante la masa, una manera de salvaguardar la individualidad subjetiva del peligro de la totalización, de la uniformización. Si es preciso tolerar al otro es porque es una individualidad distinta y al tolerarle le reconoceos como tal. No pretendemos integrarle en una totalidad en la que él y nosotros nos difuminamos como individuos y en la que la potencia de existir individual se disuelve en la potencia de existir del grupo.
Es por ello que los sujetos no pueden soportar la conciencia de su propia individualidad, que les aterre el hecho de llegar a pensar algo por sí mismos que se distancie del pensamiento marcado por la mayoría –aunque en realidad su deseo sea precisamente el pensamiento disidente- y corran a refugiarse en el grupo. Eso, o intentan que el grupo asuma su pensamiento para no encontrarse solos.
Es también esta la idea que subyace a las críticas a la abstención electoral. Si uno no entrega su capacidad de decisión a una mayoría se considera que la pierde, que otros decidirán por él y que habrá desperdiciado su margen de protesta, cuando la verdad es precisamente la contraria. Porque no se entrega la capacidad de decisión a la voluntad de una mayoría es por lo que ésta permanece intacta y se puede ejercer de manera plena. La actuación proviene de mantener esa capacidad individual de decisión. Cuando se entrega es cuando se cae en la pasividad política: ya no se puede actuar porque ya no se puede decidir. Se ha decidido que sean otros –aquí si- los que decidan por uno. La única postura activa dentro del sistema político es la abstención, mientras que la participación electoral conduce a la pasividad. Otra gran paradoja de la democracia.
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