Es curioso ver cómo situaciones muy sencillas de explicar –como la crisis- se complican hasta la incomprensibilidad mientras que hechos mucho más complejos son simplificados de manera notoria y casi inmoral. Esta semana un bebé de apenas dos semanas ha muerto en el hospital Gregorio Marañón de Madrid víctima de una negligencia de la enfermera que lo cuidaba imperdonable en una profesional. De manera casi inmediata el Gobierno de la Comunidad ha descargado toda la culpa en la enfermera cómo única responsable del suceso, mientras que los sindicatos y las asociaciones profesionales de enfermería han eximido de toda responsabilidad a ésta, considerando al primero el culpable exclusivo. Y la verdad es que la explicación es mucho más compleja.
En este caso –paradigmático, por otro lado, de la situación que se vive en Madrid, y no sólo en la Sanidad Pública- confluyen al menos tres factores, sin descartar un probable componente xenófobo o aporofóbico, bastante claro en el caso de su madre muerta unos días antes en el mismo hospital. Al fin y al cabo eran inmigrantes marroquíes.
En primer lugar está el papel jugado por la Consejería de Sanidad –que es el Estado-. La política neoliberal de Esperanza Aguirre, privatizando todos los servicios públicos que se ponen a su alcance, hace que poner el pie en un hospital del Servicio Madrileño de Salud signifique jugarse la vida. Escasez de personal, profesionales agotados por los dobles turnos y las guardias encadenadas y falta de recursos de todo tipo constituyen el pan nuestro de cada día en estos recintos. Así las cosas, lo raro es que no sucedan más casos como el que nos ocupa. Y responsables de esta situación son también aquellos sindicatos que en vez de reivindicar mejoras laborales se dedican a hacer grandilocuentes manifestaciones acerca de algo tan vago como la defensa de la Sanidad Pública. Hacen política y no sindicalismo que es para lo que se supone están.
En segundo lugar inhiere en este caso algo tan español como que aquí no trabaja nadie. Cualquiera que haya estado alguna vez empleado en alguna Institución del Estado sabe que los peores turnos y las tareas más desagradables recaen siempre en los novatos. Resultaría interesante saber dónde estaban las compañeras veteranas de la enfermera que cometió el error, dónde su supervisora o supervisor y el supervisor o la supervisora de éstos, dónde el médico de guardia, dónde el jefe de equipo. Dónde estaban todos aquellos que dejaron encargada a una enfermera recién llegada la delicada tarea de cuidar a un bebé prematuro ingresado en una UCI. Seguramente practicando la actividad tradicional española: el escaqueo.
Por último lo más increíble –y lo que pone los pelos de punta- es que una persona supuestamente formada pueda confundir una vía parenteral –que va a la vena- con una sonda nasogástrica. Estas son las generaciones preparadas y cualificadas que resultan de nuestro sistema educativo. No hay que olvidar que la enfermera en cuestión era, según todas las informaciones, muy joven. Una chica educada en la LOGSE que es más que seguro que mantenía la misma actitud que todos los alumnos actuales: un absoluto desinterés hacia todo lo que le rodea. Y tampoco hay que olvidar que, a pesar de eso, superó la ESO, el Bachillerato y obtuvo un Diploma en Enfermería. Como profesor, creo que es hora de empezar a plantearse qué es lo que estamos haciendo en los Centros de Enseñanza Secundaria, qué tipo de formación estamos ofreciendo, qué es lo que estamos consiguiendo haciéndoles favores a nuestros alumnos, pasándoles de curso con la mitad de las asignaturas suspendidas o pensando que, puesto que van a estudiar Enfermería, que más da que no sepan Lengua, Filosofía, Historia o Latín. Es hora de plantearse qué valor social tienen los títulos que estamos avalando, o más bien regalando.
Así que, por esta vez, los responsables son muchos: la enfermera que lo atendió, sus compañeros, sus jefes, sus profesores, la Comunidad de Madrid, los sindicatos… Demasiados responsables como para que dentro de unos días todo este asunto se haya olvidado y estemos de nuevo pensando en Cristiano Ronaldo o en Risto Mejide.
En segundo lugar inhiere en este caso algo tan español como que aquí no trabaja nadie. Cualquiera que haya estado alguna vez empleado en alguna Institución del Estado sabe que los peores turnos y las tareas más desagradables recaen siempre en los novatos. Resultaría interesante saber dónde estaban las compañeras veteranas de la enfermera que cometió el error, dónde su supervisora o supervisor y el supervisor o la supervisora de éstos, dónde el médico de guardia, dónde el jefe de equipo. Dónde estaban todos aquellos que dejaron encargada a una enfermera recién llegada la delicada tarea de cuidar a un bebé prematuro ingresado en una UCI. Seguramente practicando la actividad tradicional española: el escaqueo.
Por último lo más increíble –y lo que pone los pelos de punta- es que una persona supuestamente formada pueda confundir una vía parenteral –que va a la vena- con una sonda nasogástrica. Estas son las generaciones preparadas y cualificadas que resultan de nuestro sistema educativo. No hay que olvidar que la enfermera en cuestión era, según todas las informaciones, muy joven. Una chica educada en la LOGSE que es más que seguro que mantenía la misma actitud que todos los alumnos actuales: un absoluto desinterés hacia todo lo que le rodea. Y tampoco hay que olvidar que, a pesar de eso, superó la ESO, el Bachillerato y obtuvo un Diploma en Enfermería. Como profesor, creo que es hora de empezar a plantearse qué es lo que estamos haciendo en los Centros de Enseñanza Secundaria, qué tipo de formación estamos ofreciendo, qué es lo que estamos consiguiendo haciéndoles favores a nuestros alumnos, pasándoles de curso con la mitad de las asignaturas suspendidas o pensando que, puesto que van a estudiar Enfermería, que más da que no sepan Lengua, Filosofía, Historia o Latín. Es hora de plantearse qué valor social tienen los títulos que estamos avalando, o más bien regalando.
Así que, por esta vez, los responsables son muchos: la enfermera que lo atendió, sus compañeros, sus jefes, sus profesores, la Comunidad de Madrid, los sindicatos… Demasiados responsables como para que dentro de unos días todo este asunto se haya olvidado y estemos de nuevo pensando en Cristiano Ronaldo o en Risto Mejide.
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