viernes, 6 de noviembre de 2009

Afganistán y la democracia occidental

Me había prometido a mi mismo no hablar del Premio Nóbel de la Paz concedido a mister Obama. Al fin y al cabo sujetos como Henry Kissinger, El Dalai Lama, Frederick Le Clerk o Menahem Beguin también se han visto agraciados con el susodicho galardón, así que a su lado el actual presidente de los Estados Unidos de América es un premiado más que digno. Pero los recientes sucesos ocurridos en Afganistán hacen que se revuelva todo tanto que al final uno tiene que acabar hablando de lo que no quiere, empezando por el Premio Nóbel de la Paz y terminando por nuestra Ministra Carme Chacón.
Para centrar el tema, en las últimas (yo diría que en todas las acepciones semánticas del término) elecciones celebradas en Afganistán, el actual presidente Karzai, apoyado por los Estados Unidos y la UE se alzó con la victoria haciendo, como ya dije en una ocasión “más trampas que un tahúr del Mississippí”. Tan descarado fue aquello que al final sus valedores internacionales no tuvieron más remedio que aceptar la evidencia y obligar -bien que con la boca pequeña- a un nuevo recuento, en el que volvió a resultar ganador el ya citado señor Karzai, eso si con una diferencia más reducida frente a su principal rival Abdulá Abdulá, lo que a su vez obligaba a celebrar una segunda vuelta. Resulta que de pronto el señor Abdulá, no se sabe aún muy bien por qué, (uno ya está un poco harto de esos líderes renovadores y revolucionarios que se esconden debajo de la tierra mientras sus acólitos son los que pagan el pato con su propia sangre, véase el caso de Irán) decide no presentarse a esta segunda ronda electoral. Conclusión, que como no hay rival se anula la segunda vuelta, se da por ganador al señor Karzai –el mismo que había hechos las trampas la vez anterior- que al final ve recompensados sus fraudulentos esfuerzos y los líderes internacionales empezando por el honorable Nóbel de la Paz se apresuran a reconocer un régimen bastardo, salido de unas elecciones bastardas. Teniendo en cuenta que esos líderes internacionales son los adalides de la democracia occidental a uno no le queda más remedio que pensar que la bastardez forma parte esencial de la misma, y que lo que intentan vendernos como Democracia no es más que un compadreo entre unos cuantos tipos ansiosos de poder y manejados por los grandes intereses económicos. Lo lógico y lo democrático hubiera sido que se hubiera celebrado la segunda vuelta con el Presidente Karzai como único candidato, y comprobar el grado real de apoyo popular que tiene. El problema habría sido que la abstención como muestra de rechazo al candidato hubiera sido superior a los votos recogidos por éste. Eso no sólo le habría deslegitimado: también habría forzado a los líderes internacionales a tener en cuenta la abstención es sus elecciones internas como una opción política. Y si eso ocurre a lo mejor nos encontramos con que ni uno solo de los gobiernos occidentales está legitimado.
Así que ahora mismo Afganistán se mueve entre unos talibanes fanáticos y unos gobernantes corruptos apoyados por Occidente. Una guerra que gane quien gane va a tener un perdedor claro: el pueblo afgano, que ya ahora mismo cuando no se ve masacrado por las bombas de los aviones de la OTAN se ve aniquilado por las grabadas de mortero de los talibán. En Afganistán, con Karzai o sin Karzai, con talibán y sin talibán, las mujeres siguen siendo trozos de carne inexistentes ocultas debajo de un burka. Afganistán, con Karzai o con los talibán, sigue siendo el primer exportador mundial de opio. Lo que nos lleva a la conclusión de que la única vez que en Afganistán se han dado unas condiciones mínimas de progreso fue bajo el gobierno auspiciado por la Unión Soviética. Ese gobierno que la CIA se encargó de eliminar armando a los mismos talibanes a los que ahora se pretende desarmar. Por mucho que se empeñe la señora Chacón, la misión del Ejército en Afganistán no es una misión de paz, ni tampoco una misión de guerra: es una misión que tiene como objetivo mantener en el poder a un gobierno ilegítimo mientras la gente –que al fin y al cabo, no le interesa a nadie- sigue viendo como entre unos y otros le destrozan cada día un poco más la vida. Esa debería ser la razón exclusiva para retirar las tropas de Afganistán y no el hecho de que mueran algunos militares, algo que –por triste que resulte- al fin y al cabo no deja de ser su oficio.
La única solución posible para arreglar el problema afgano pasa por destituir al señor Karzai y dejar el gobierno del país en manos de la ONU. Como esto no se va a producir la solución menos mala es que se retiren todas las fuerzas internacionales. Así al menos los afganos sabrán de dónde les vienen las balas

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