El ambiente político de estas últimas semanas se ha movido entre las contradicciones, los desmentidos y las mentiras. Nada nuevo bajo este sol que más que calentarnos nos abrasa –eso, cuando no nos congela- El Gobierno empezó anunciando el retraso de la edad de jubilación y el aumento de los años de cotización necesarios para cobrar una pensión. Un rato más tarde se desmintió de los segundo y matizó lo primero. Al día siguiente nos encontramos con una propuesta de reforma laboral que fomenta los contratos con despido de 33 días, cuando hace tan sólo unos meses el señor Zapatero y sus adláteres, léase Blanco y Pajín, anunciaron a bombo y platillo que no se iba a consentir un abaratamiento del despido. Eso por no hablar de que ya no sabemos si estamos saliendo de la recesión o falta poco o es que no hay crisis o sí hay crisis pero no es grave o la crisis es grave pero no estamos en recesión o vaya usted a saber qué. Depende del día. Pero no es sólo el Gobierno el que padece de una esquizofrenia crónica. La oposición del PP tan pronto está dispuesta a presentar una moción de censura como a apoyar al Gobierno en sus reformas económicas, un día lo acusa de arruinar al país y al siguiente pacta con él la reforma de las pensiones. Y qué decir de los sindicatos, que han pasado de de afirmar que los salarios son sagrados a acordar con los empresarios una misérrima subida del uno por ciento. Si hasta el “Financial Times” compara la situación de España con la Grecia anunciando que está a punto de entrar en bancarrota para después declarar tranquilamente que la situación española no tiene nada que ver con la griega y que su economía es muy solvente. Así no hay forma de enterarse de nada.
Y todo esto, sin hablar toda la sarta de mentiras que se encadenan una detrás de otra. Porque es mentira que el sistema de pensiones sea inviable. Lo único que se necesita es un poco de voluntad política. En primer lugar la caja de la Seguridad Social se mantiene con las cotizaciones de los trabajadores (con la masa laboral, que es la que cotiza, y no con la población total, a ver si se enteran de una vez que el hecho de que envejezca la población no significa necesariamente que disminuya la masa laboral), así que lo más efectivo –y lo que dicta el sentido común- es crear trabajo para ese 19 por ciento de la población que no lo tiene, y que por lo tanto no cotiza. Pero es que además si lo que falta es dinero habrá que sacarlo de algún sitio. Sacarlo, por ejemplo, de todos esos impuestos que nos acaban de subir, sacarlo de las rebajas fiscales y de las bajadas de las cotizaciones a la Seguridad Social de las que año tras año se benefician las empresas, sacarlo de las absurdas misiones militares que no creo yo que sean precisamente baratas y sólo sirven para que nos devuelvan soldados metidos en ataúdes. Sacarlo de dónde sea, pero no dárselas de progresista de izquierdas porque se mantiene la limosna de los 420 euros para los parados. Este Presidente tan izquierdista que tenemos debería saber que un trabajador necesita trabajo, no caridad cristiana, por mucho que vaya a rezar con su amigo Obama. Y que no se diga que el problema es que hay que pasar de un sistema de reparto a uno de capitalización. Con los salarios que se pagan en España eso es sencillamente una quimera.
Es mentira la afirmación de FMI de que en España hay que bajar los sueldos para evitar la quiebra. Si fuera así, naciones como Alemania, Francia o los países nórdicos estarían hace mucho tiempo en la ruina. Quizás los señores del FMI deberían enterarse de que en España se cobran los salarios más bajos de Europa en relación con el coste de la vida, que es como hay que medir el montante de los jornales.
Y por último es mentira, como afirman la CEOE, la OCDE y los voceros del Gobierno que las medidas que se están tomando sean medidas valientes. Los que crecimos viendo películas del Oeste y leyendo las historias del Capitán Trueno sabemos que la valentía consiste en enfrentarse a los poderosos, a los fuertes. Valiente fue don Miguel de Unamuno cuando le plantó cara a la mala bestia de Millán Astray, pero un Gobierno que pretende llenar las arcas del Estado a costa de los más débiles, de los trabajadores, mientras que a los que tienen el dinero no se atreve a tocarles un pelo de la ropa es un Gobierno cobarde. Eso si, como venga el Capitán Trueno se van a enterar.
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