Quizás yo sea demasiado racional. Quizás incluso tenga una desconocida vena rousseauniana, pero me cuesta mucho trabajo pensar que alguien pueda mantener contra viento y marea algo que ha demostrado reiteradamente su fracaso. Por eso, porque me cuesta tanto trabajo pensar algo así, no puedo creer que nuestros dirigentes políticos y sindicales de esta nuestra autodenominada izquierda sean tan idiotas como para no darse cuenta de que el sistema educativo que impusieron hace ya más de veinticinco años ha resultado –y sigue resultando- un completo fracaso. Y precisamente porque pienso que nadie puede ser tan estúpido la única conclusión lógica y racional a la que se me ocurre llegar es que, realmente, el sistema educativo no ha fracasado sino, más bien al contrario, está cumpliendo los objetivos que se marcó desde un principio. Estos objetivos, a la vista de lo que ocurre diariamente en nuestras aulas, son dos: el primero es crear una masa de ciudadanos analfabetos, de obreros no cualificados e ignorantes que a la larga resulten fácilmente manipulables por el poder; un rebaño de borregos obedientes. El segundo objetivo es desvirtuar la figura del profesor, eliminando su faceta intelectual para convertirle en un burócrata, un funcionario que acepte su condición sin rechistar, un cuidador de niños falto de interés por todo aquello que signifique el más pequeño esfuerzo racional.
Parte el sistema educativo actual de la idea de que hay que atender a los intereses de los alumnos. Y se fundamenta en el hecho de que los alumnos más desfavorecidos obtienen siempre y por sistema peores resultados académicos. De esta forma no tiene en cuenta algo tan obvio como que las capacidades no saben de clases sociales y se reparten por igual entre todas. Así, considera que si los alumnos pobres obtienen peores resultados es precisamente porque son pobres. Aún suponiendo que esta conclusión fuera correcta parece que la solución progresista a un problema de este tipo haría de ser la eliminación de las diferencias sociales. Lo que hace el sistema educativo, en cambio, es eliminar las capacidades. Si los niños pobres son tontos porque son pobres, de lo que se trata no es de hacer que dejen de ser pobres, sino de que todos sean tontos, de tal manera que así desaparezcan estas diferencias. Y ni siquiera esto, que es propio de un sistema totalitario, se lleva a efecto, puesto que los alumnos que pertenecen a las clases más favorecidas tienen una educación en sus colegios privados y concertados que ni por asomo se parece a la que tienen los niños pobres en sus pobres centros públicos. Conclusión que los alumnos pobres serán cada vez más tontos, y cada vez más pobres.
Cuando la escuela ha renunciado a enseñar contenidos científicos básicos, cuando ha renunciado a cumplir su misión de enseñar a los ciudadanos a pensar por sí mismos y se centra en cosas tan vagas y faltas de significado como las actitudes, los procedimientos o los intereses se convierte en una escuela totalitaria que a su vez constituye el germen de una sociedad totalitaria. Esto es algo que tenían muy claro los ilustrados impulsores de la educación universal a los que ahora tanto exaltan los defensores de la nueva pedagogía. Decía algún viejo pensador griego que un gobernante mediocre ha de rodearse de mediocres, pues cualquier cabeza pensante puede poner al descubierto su mediocridad. Cuando lo que el gobernante mediocre busca es la mediocridad de toda la sociedad civil entonces no sólo es mediocre, es un gobernante totalitario. Si uno echa un vistazo a los miembros del actual Gobierno de España encontrará no sólo mediocridad, sino analfabetismo puro y duro. Desde Presidentes que no saben hablar inglés hasta Ministros sin estudios superiores. Ante este panorama que cada uno saque sus propias conclusiones.
1 comentario:
Increíble blog, toda una verdad, es tan evidente todo y todos están tan ciegos que no se dan cuenta de nada. Un saludo.
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