Si hubiera que buscar
un rasgo definitorio en el maremágnum ideológico -en todos los sentidos del término
“ideológico”- en que se ha convertido la
izquierda actual, éste habría de ser que, de una u otra manera, comparta,
participe o tenga alguna reminiscencia del pensamiento de Marx. Incluso en el
caso de la socialdemocracia, que ha renegado oficialmente del marxismo, no cabe
duda de que sus orígenes remotos se encuentran en éste. Mucho más, entonces,
cuando nos referimos a movimientos que se autocalifican como marxistas. Esta es
una hipótesis que puede ser discutible –la de que la izquierda, para ser
izquierda, debe de alguna manera ser marxista- pero espero que, al menos, se me
permita elegir mis propias hipótesis.
Desde esta premisa vamos a analizar
los últimos movimientos aparecidos en el panorama de la izquierda española, y
vamos a intentar responder a la cuestión de si la indignación en la que se
sustentan cabe en un planteamiento marxista o, si los planteamientos de Marx pueden,
de alguna manera, tener su origen en la indignación o en algún otro sentimiento
similar, como paso previo a considerar si estos movimientos pueden ser calificados
de marxistas. La respuesta al primer planteamiento es no. Y no por tres razones
distintas e interconectadas. La primera de ella es metodológica e inducida a
partir de los escritos económicos de Marx, aquéllos que contienen el peso
específico de su pensamiento –a pesar de Althusser- y tiene que ver con la
complejidad conceptual de sus nociones básicas. Las otras dos, de carácter
polémico, se encuentran explícitamente formuladas en la obra marxiana y tienen
que ver con su crítica al filantropismo –o filantropía- y al socialismo
utópico.
Las piedras angulares del pensamiento
de Marx son los conceptos económicos. Nociones como fetichismo de la mercancía,
valor, plusvalía, fuerza de rabajo o relaciones de producción, tienen su origen
en la economía política clásica y en el análisis de Marx se convierten en
conceptualizaciones complejas que sirven para explicar no sólo como se comporta
el sistema económico, sino también cuáles son los fundamentos teóricos para
poder transformarlo. Por otra parte, la consideración de la trasposición del
producto en mercancía o el análisis de la prevalencia del valor de cambio sobre
el valor de uso se apoyan en una concepción dialéctica heredada de Hegel y trasfigurada
en materialismo histórico. En ninguna de estas concepciones que, repito, son la
base del pensamiento marxiano, es posible encontrar ni un solo rastro que nos
indique que tienen su origen en un sentimiento, por muy racionalizado que éste
pueda estar.
Por otro lado, en el Manifiesto
Comunista, Marx y Engels caracterizan lo que ellos denominan como “socialismo
burgués” como filantrópico. La filantropía se define como “el amor a la
humanidad”, como sentimiento entonces y, por tanto, se activaría a partir de
los sentimientos que provoca el sufrimiento de aquello que se ama, en este caso
la humanidad. Para Marx, la filantropía no es más que una manera de maquillar
el sistema capitalista, pues olvida cuales son las causas –susceptibles de ser estudiadas
científicamente- que provocan ese sufrimiento; es el instrumento de los
poderosos para seguir manteniendo intactas las estructuras sociales y, a lo sumo, a lo más que conduce es a un
reformismo superficial. La filantropía sería el trasunto laico del
cristianismo.
Por último, Marx definió su socialismo
como “científico” y lo enfrentó a las corrientes anteriores del socialismo
utópico. Así, el consideraba que su sistema su fundamentaba en leyes
científicas –en concreto en leyes económicas e históricas que, es cierto, se
podría discutir si son realmente científicas- frente al socialismo utópico que
tenía su raíz en los sentimientos que provocaba la contemplación de las
condiciones de vida de los trabajadores en el modo de producción capitalista y
que, como en los casos de Owen o Fourier, se encauzaba a intentar paliarla en
lo posible.
Uno puede estar indignado, uno puede
ser un indignado, por supuesto, incluso puede ser un marxista indignado (el
propio Marx si levantara la cabeza y viera la situación de la izquierda
española, con la que, por cierto, le unían lazos estrechos, se indignaría y
mucho). Pero un indignado marxista mucho me temo que es una contradicción en
los términos.
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