No hace mucho, el fundador de Uber, el sitio web para
compartir –o, más bien, para alquilar en negro- medio de transporte, dijo que
de aquí a veinte años nadie tendría coche. Parece bastante obvio que si este
caballero tiene razón y de aquí a veinte años nadie tiene coche, entonces nadie
podrá poner su coche a disposición de nadie y su pequeño o gran negocio se
vendrá abajo. Más allá de este detalle nimio quizás habría que plantearse la
cuestión de que si este tipo de actitudes supuestamente “colaborativas” se
institucionalizan pueda llegar a ocurrir que dentro de veinte años nadie tenga
efectivamente coche, pero no porque no resulte necesario, sino porque los fabricantes
dejen de hacerlos. O bien también podría
ocurrir que la ley de la oferta y la demanda haga imperar su lógica y, al haber tan poca demanda, la oferta se
ajuste a ésta, los coches sean muy baratos –de hecho, ya hay algunos que se
venden por poco más de 6000 euros- y todo el mundo se vuelva a comprar uno, con
lo cual nadie necesitaría compartirlo y el pequeño o gran negocio de este señor
se vendría abajo.
Viene lo
anterior a colación del auge que está cobrando en la sociedad contemporánea un
nuevo mito que añadir a la pléyade de los ya existentes. Un nuevo mito que se
fundamenta, además, en el mito previo de que todo el mundo tiene derecho a todo
y además gratis. Nos referimos al mito –o al timo, como todos en realidad- de
la economía colaborativa.
Decimos
que la economía colaborativa es un mito por que no es racional. Y no es
racional porque es contradictoria consigo misma, en el sentido de que si es
economía no puede ser colaborativa y, de consiguiente, si es colaborativa no puede
ser economía. La economía colaborativa no puede ser economía porque la economía
tiene como objetivo fundamental la creación de riqueza. Si la economía
colaborativa se lleva a su máxima expresión, es decir, si todo el mundo
comparte lo que tiene –que es lo que yo entiendo por “colaborativa”- no se crearía
riqueza, o al menos, se crearía a unos niveles ínfimos. De esta manera la economía
colaborativa no podría ser colaborativa, al menos, si, además de colaborativa,
quiere ser economía. Lo que quiero decir es que colaborar está muy bien, pero
eso no crea riqueza para un Estado. Ni crea riqueza a nivel privado, -lo que
alguien podría pensar que está muy bien, porque sería algo así como acabar con
el capitalismo- ni, sobre todo, crea riqueza a nivel público. Para que se
entienda bien: si no hay transacciones comerciales, si no hay dinero, no hay impuestos.
Y si no hay impuestos no hay Estado: hay tribus primitivas, sociedades preindustriales
y, por lo mismo, pre estatales, pero no Estado moderno. Y si no hay Estado
moderno –antes de que alguien diga que estamos mejor sin Estado moderno- no hay
derechos ni libertades de ningún tipo.
Si uno
lee las obras económicas de Marx –y digo de Marx porque parece ser que esto de
la economía colaborativa es un invento de algunos sectores de la moderna
“izquierda”- verá que en ningún sitio hay el más mínimo atisbo de eso que se
llama ahora “economía colaborativa”. De hecho, si yo no he entendido mal a Marx
–lo cual es muy probable- parece que más bien lo que postula es la utilización
de los fundamentos materiales del capitalismo para liberar al ser humano. Esa
es su crítica al capitalismo: las relaciones entre las fuerzas productivas
producen la alienación del ser humano. De lo que se trata es de cambiar las
relaciones entre esas mismas fueras productivas, los fundamentos materiales de
la economía capitalista, para conseguir la liberación de los individuos. Pero,
desde ,luego, no se trata de eliminarlos, como hacían los luditas del siglo
XVIII y como me temo que pretenden muchos de los fanáticos de la economía
colaborativa. De momento en Madrid ya han conseguido que los taxistas aparezcan
como unos malvados capitalistas sin escrúpulos.
En todo
caso la economía colaborativa existe desde hace mucho tiempo, lo que pasa es que
se llamaba de otra manera: vivir del cuento, o tener mucha cara. Y por ello,
además de un mito, es un timo.
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