Hoy en día cualquier idiotez se convierte en noticia. Y
cualquiera que no tenga la mente contaminada por el fuego cruzado de la
ideología –en el sentido malo de la palabra- que contemplamos un día tras otro
es capaz de darse cuenta de ello. Tampoco es ninguna novedad que cualquier
idiotez se convierta en noticia. Supongo que es algo que lleva ocurriendo
desde que se dan noticias –y hay idioteces-. O quizás la idioteces se hicieron
públicas cuando se empezaron a dar noticias, cuando los actos de los individuos
y las comunidades dejaron de pertenecer al ámbito privado. ¿Por qué, ahora, esa
tendencia parece haberse acentuado?. Por la capacidad de emitir y recibir
información, si. Por la sobreabundancia –y sobreimportancia- de las redes
sociales cibernéticas -por que redes sociales ha habido siempre- también. Por
Internet, quizás también, aunque yo cada vez estoy más convencido de que Intertet
e información son términos antagónicos. Pero sobre todo por el deseo de los individuos,
por la necesidad de los sujetos de tener una realidad que puedan asir, que puedan
manejar o con la que se puedan identificar. Se ha pasado de una realidad
estática, perezosa, pesada, de una realidad de la que había que tirar, a la que
había que acarrear para que pudiera transformarse a una realidad que es transformación
continua. Una realidad que va demasiado deprisa y que los sujetos quieren
detener como sea para no verse arrollados por ella o, más bien, para verse
arropados por ella. Para no sentirse desnudos, desamparados, porque lo peor que
le puede pasar a un sujeto que no es consciente de que lo es, es no tener una
realidad a la que agarrarse. Y así, los sucesos –incluso los sucesos más
idiotas- se magnifican, se absolutizan, se convierten en noticia en un intento
de retener aquello que tan sólo es relativo y pasajero. Así, cualquier hecho
que se adapte a un discurso polvoriento, deslocalizado y ahistórico –y, por lo
mismo, inútil- se encapsula, se retiene en la red social donde todo se
convierte en absoluto –y en aburrido- porque todo se comparte y pasa a ser
parte de todos en esa democratización aparente del “me gusta”. Por eso
cualquier idiotez se convierte en noticia si esa idiotez sirve para que los
individuos se aseguren en una realidad que se empeña en dejarlos atrás. Vano
intento, en todo caso, el de pretender paralizar la realidad –prueba, por otro
lado, de que no se la comprende, de que no se entiende nada-.
Sólo
quedan dos opciones que, en realidad, no dejan de ser la misma. O correr al
lado de la realidad, en incluso por delante, no para evitar que no nos alcance,
porque nos alcanza siempre, sino para marcarle el camino, para preparar los
cauces por los que queremos que se mueva, para dominarla, en suma, que no es lo
mismo que retenerla, o situarse en los márgenes de esa realidad, en las
fronteras de lo real, y contemplarla desde allí. Y ver, así, como la realidad
se relativiza y se convierte en lo que realmente es: tan solo realidad, tan
solo cosas que pasan.
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