La sostenibilidad nos acecha, nos cerca como un nuevo
mantra, presta a saltar sobre nosotros al doblar cualquier esquina y por eso
hay cada vez menos ámbitos sociales que
resultan sostenibles. El último, la Universidad. “El Sistema Universitario no
es sostenible”, como tampoco son sostenibles el sistema educativo, el sistema
sanitario o el sistema de pensiones. El propio estado del bienestar no es
sostenible, pero éste porque se sostenía sobre el miedo (o la prudencia) al
bloque soviético. El bloque soviético que no se sostuvo –ni se sostenía- y dejó
de sostener al estado del bienestar. Pero mantener la sostenibilidad de lo que
ahora es insostenible es cuestión de voluntad –de buena voluntad-. Que se lo
pregunten si no al pobre Sísifo que sostenía su roca –su castigo divino-
gracias a su voluntad. O a Atlas que sostiene el mundo sobre sus hombros.
Esperemos que Atlas nunca pierda su voluntad de sostener.
Lo
sostenible, que no tiene que ver con lo soportable, aunque tengan
reminiscencias semánticas comunes. Porque lo que ahora no es sostenible antes
lo era. Sus cimientos, que eran fuertes antaño, han dejado de serlo por lo que
parece. O al menos eso ha decidido el gobierno que ya no quiere sostenerlo, el
gobierno que no tiene voluntad de sostenerlo –como tenía el pobre Sísifo-. El gobierno
que, por no sostener, se convierte en in-soportable. Si el gobierno no quiere
sostener lo según él in-sostenible, entonces nosotros podemos decidir no
soportarle a él, se nos convierte en insoportable, aunque en sí mismo se
considere sostenible.
Lo que
sostiene es la substancia. Substancia es sub-stare, estar debajo. Es, según
Aristóteles, lo que sostiene o soporta a los accidentes. Lo que no es
sostenible, entonces, no tiene substancia, es in-substancial –insustancial-.
Considera entonces el gobierno que el sistema universitario, el sistema
educativo, el sistema sanitario o el sistema de pensiones son insustanciales,
no tienen substancia, y por eso no se pueden sostener. Lo sostenible, entonces,
es una sociedad analfabeta, enferma, muerta. La transubstanciación de la
sociedad, el cambio substancial que tan bien comprenden sus mentes cristianas.
Pero también se puede considerar que lo insoportable es insustancial, tampoco
tiene substancia. El gobierno también es carne de cambio sustancial, o es puro accidente,
puro devenir, puro cambio sin nada a lo que agarrarse excepto a las encuestas.
Los cimientos de lo que no es
sostenible no se han corrompido o al menos no se han corrompido solos. Es la
insoportabilidad del gobierno la que los ha dinamitado: la insoportabilidad que
determina su insostenibilidad. Lo insostenible ha dejado de ser insoportable y
lo sostenible ha dejado de ser soportable. También ellos han mutado, se han
transubstancializado. Ahora, por obra y gracia metafísica del gobierno –aunque
no sepa lo que es eso- lo insostenible –la educación, la salud- es lo soportable
–siempre lo ha sido-, mientras que lo sostenible es lo insoportable –el gobierno-.
El gobierno ha hecho estallar los pilares de lo que era sostenible, ha diluido
su substancia, ha emborronado su definición, lo ha convertido en insostenible
y, por ellos, ha devenido él mismo en insoportable y, por insoportable, también
en insostenible.
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