Confieso que debo ser un poco viejo, o un poco tonto, o
ambas cosas, pero no llego a comprender del todo la motivaciones y actuaciones
de eso que se ha dado en llamar “nueva política”. De hecho, la propia
conceptualización “nueva política” me desconcierta, porque en sí misma es ya
vieja. Tan viejo, al menos, y que yo sepa, como del 23 de mayo de 1914, fecha
en la que Ortega y Gasset pronuncia en el teatro de la Comedia de Madrid su
conferencia “Vieja y nueva política”. Claro que si esto resulta desconcertante mucho
más lo es el hecho de que los egregios representantes de la “nueva política”
recurran a términos tan naftalínicos como el de “Patria” –idea vetusta donde
las haya- o remonten su fundamentación política e ideológica al levantamiento
del 2 de mayo de 1808, suceso polvoriento que, de paso –y por si alguien no lo
sabe- fue el que impidió la entrada de la Ilustración en España –la Ilustración
es antipatriótica por definición-.
Dentro
de éste ámbito de novedades del siglo pasado, la última ha sido la recurrencia
a la actuación política del gobierno del señor Obama en los Estados Unidos como
referente de una política que termine con la economía de la austeridad y
permita recobrar el estado del bienestar –que en eso se quedan las intenciones
revolucionarias-. Sin ánimo de ser un aguafiestas, y considerando que me parece
muy buena idea –y, de hecho, la ´única practicable- que yo recuerde la
necesidad de utilizar la política económica del gobierno de los Estados Unidos
como modelo a imitar es la tesis principal del último libro de Diego López
Garrido, La Edad de Hielo (RBA, Barcelona, 2014), miembro ilustre de “la
casta”, aunque esta idea no es exclusivamente suya. Eso si, mientras el
egregio representante de la “nueva política” se hace fotos en el metro de Nueva
York y da mítines en Queens, acusan a esos mismos Estados Unidos a los que
pretenden imitar de estar detrás del terrorismo islámico y de no se sabe muy
bien qué intenciones imperialistas. Un discurso tan nuevo que es idéntico al de
determinados sectores de la izquierda de los años 70, con sus fotos del che y
sus cantos revolucionarios. Es tan nuevo, que sólo les falta citar a Teresa de
Calcuta, aunque supongo que no tendrían mucho reparo en hacerlo teniendo en cuenta el acervo cristiano de sus
planteamientos –las constantes apelaciones a la redención de y por la pobreza,
la pureza de espíritu y la piedad-. Una ambigüedad moral que casa muy bien con
su ambigüedad ideológica, pero mal con sus llamamientos a la honestidad, algo
que, guste o no, no deja de ser un absoluto moral.
En fin,
como decía al principio, debo de ser muy viejo, muy tonto o ambas cosas, porque
soy incapaz de situarme en esta especie de realidad líquida en la que se mueve
la “nueva política”, realidad que se esparce en mil direcciones distintas, que
resulta inaprehensible e inclasificable y en la cual alguien puede decir
tranquilamente que los principios son un estorbo mientras los enarbola como
bandera. Eso si, mucho me temo que cando se encuentren con la realidad de
verdad, con la de toda la vida, que es bastante dura, van a terminar haciéndose
daño.
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