martes, 24 de marzo de 2015

Proyectos políticos




  Es de suponer que una organización política debe contar con un proyecto político que determine cuáles son sus señas de identidad políticas. Un proyecto político no es un programa electoral, aunque lo que las organizaciones suelen dar a conocer es su programa electoral, o más bien un resumen mínimo del mismo. Más bien, el programa electoral se sustenta o debería de sustentarse sobre el proyecto político, aunque también hay grupos políticos que elaboran sus programas al margen o incluso de espaldas a sus proyectos, bien porque son conscientes de que no se ajustan a los deseos y creencias de la sociedad en una determinadas circunstancias histórico-sociales –y son esos deseos y creencias los que les van a dar los votos, los que les van a otorgar cotas de poder que, en última instancia, son el objetivo de cualquier organización política-, bien porque reniegan simple y llanamente de él, porque consideran que el proyecto es un estorbo –al fin y al cabo no deja de ser una declaración de principios políticos- y resulta más conveniente adaptar ese proyecto a los vaivenes de la sociedad: en el primer caso se intenta adecuar la sociedad al proyecto político, en el segundo se adecúa el proyecto político a la sociedad. En cualquier caso un proyecto político es la forma de entender las relaciones sociales que se dan entre los individuos, es decir, la forma de y la teoría sobre cómo se deberían estructurar esas relaciones sociales.
  
  En este sentido existen multitud de proyectos políticos. Lógicamente, no todo el mundo está de acuerdo con todos, ni todos serían implementables a la vez. Precisamente en eso consiste la democracia: en poner en juego la multiplicidad de proyectos –liberal, socialista, socialdemócrata, incluso anarquista- y respetar tanto su contenido como su continente, tanto a quienes los representan como a quienes los eligen y, en la medida de lo posible, encontrar lo mejor de cada uno a través del debate y el diálogo.
  
  Ahora bien, cuando no se tiene un proyecto político entonces lo que se hace no es actuar –o intentar actuar- sobre las estructuras sociales o sobre las relaciones que determinan esas estructuras sociales, sino incidir directamente sobre los hechos sociales. Pero sobre los hechos sociales tomados aisladamente, olvidando así que forman parte de estructuras sociales –y que son hechos precisamente porque forman parte de esas estructuras-, que los hechos sociales vienen determinados por estructuras sociales o, dicho de otra manera, que lo que convierte a cualquier hecho en un hecho social es la forma y manera en la que se imbrica en una estructura social. De esta forma, si la racionalidad de una sociedad se fundamenta en sus estructuras y en las relaciones que las conforman, el atender exclusivamente a los hechos es una manera irracional de entender la sociedad y de actuar sobre ella, es decir, de hacer política, porque un hecho es incomprensible como hecho fuera de una estructura. Así, aquellas posturas políticas organizadas que solo atienden a los hechos hipostasiados, desgajados de las relaciones que los conforman como hechos, lo hacen –porque no puede ser de otra manera- desde la irracionalidad, lo hacen desde el sentimiento, pues el sentimiento es inmediato: atiende al hecho y no permite la reflexión sobre la estructura que lo sustenta y, así, acaban no enterándose de nada.

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