Cualquier
individuo del siglo XII estaba más informado que cualquier individuo de la actualidad.
Y me voy a explicar, porque esta afirmación en una supuesta era de la información
puede parecer osada, cuando no directamente absurda. En el siglo XII, si
alguien quería obtener sobre cualquier tema de los que por entonces se conocían
–que eran, eso es cierto, bastante más reducidos que los de ahora- no tenía más
que ir a la biblioteca del monasterio más cercano y obtener allí, entre los clásicos
griegos y latinos, la información que reclamaba. Evidentemente eran pocos los
que requerían una información que se escondía en las bibliotecas de los conventos
y los que la buscaban tampoco tenían que andar mucho, en general, pues es su
gran mayoría eran ya habitantes de esos conventos. Hoy en día, en cambio, la
información está a la mano de cualquiera que sea capaz de tocar el botón de un
mando a distancia de un televisor o de mover el ratón por una interfaz de
internet. Hoy en día las noticias se mueven a la misma velocidad en que se
producen –a veces incluso más rápido- y cualquiera puede obtener un
conocimiento instantáneo que se encuentra a miles de kilómetros de distancia.
¿Por qué, entonces la afirmación con la que da comienzo este texto?
Si bien es cierto que hoy la
información está al alcance cualquiera que se interese por ella, también es
cierto que, por una parte, esa información no es tal y, por otra, que cada vez
son menos los cualquieras que se interesan por la información. En estos días se
están llevando a cabo, tanto en el Congreso de los Diputados como en el Parlamento
Europeo varias iniciativas que tienen como objetivo combatir las conocidas como
Fake News, noticias falsas en cristiano, que han prosperado en la panacea de la
información que es Internet y que tienen como objetivo, unas veces, simplemente gastar un bromazo a algún
ingenuo que se cree todo lo que le cuentan y otras, la más, crear un estado de
desinformación que suponga el caldo de cultivo para sus propios intereses. Ante
todo este ruido informativo a veces es difícil distinguir la realidad de la
ficción. Es por ello que en el siglo XII los individuos que así lo querían
estaban bastante mejor informados.
El caso es que nuestros próceres se
rompen la sesera intentando desmontar, o al menos controlar, todo este asunto
de las Fake News Y la verdad es que, si giraran la vista hacia el siglo XII encontrarían
una fácil solución. Como ya se ha dicho en el siglo XII solo unos pocos
sujetos, aquellos que estaban más preparados, tenían un interés en acceder a una
información que se guardaba bajo siete llaves en las bibliotecas de los
monasterios. En la actualidad todo el mundo tiene interés en acceder a la
información y ésta ya no está guardada bajo siete llaves, al menos bajo siete
llaves físicas, pero la desinformación es cada día mayor. Quizás el problema
tanga que ver precisamente con la preparación. A mi se me ocurre que las Fake
News emitirían su canto del cisne cuando los gobiernos que se preocupan por
combatirlas las dejaran de lado y dedicaran sus esfuerzos a educar a la
población.
Lo que hace que una noticia falsa
resulte creída -que no creíble- y se haga viral es que incide directamente
sobre los prejuicios ideológicos de los sujetos, en una época en que los
prejuicios ideológicos –y de todo tipo- han sustituido a la verdadera
formación. Así, cualquier noticia, por increíble que sea, si encaja con los
preconceptos de un grupo de sujetos va a ser inmediata creída y difundida a
través de los medios digitales y las redes sociales, llegando a cada vez más
gente que a su vez la acepta como complemento de su ideología. Para que me
entiendan: si mañana un medio digital, el que sea, publicara que Cristina
Cifuentes come niños para desayunar, por ejemplo, habría un montón de gente que
se lo creería a pies juntillas, lo difundiría en Facebook y Twitter, tendría un
montón de likes de otros descerebrados que pensaran como los primeros y, al
final, habría una campaña de firmas en Change.org para que la susodicha señora Cifuentes
fuera juzgada por caníbal e infanticida. La única forma de acabar con las
noticias falsas, entonces, es abrir las mentes de los ciudadanos, educarlos,
erradicar su cerrazón ideológica algo que, curiosamente, suele hacer la
filosofía –aunque ahora esté tan denostada desde uno y otro polos del espectro ideológico-.
Mientras tanto, hablar de opinión publica cuando ésta se fundamenta en la
desinformación, o en la falta de información, es directamente un sinsentido. De
hecho, yo tan solo tengo opinión de aquellos asuntos de los que tengo
información rigurosa, que suelen ser todos los anteriores al siglo XIX. De la
actualidad más rabiosa no opino nada, porque no se lo que pasa.
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