Dicen que la revolución devora a sus
hijos. Parece que al señor Pablo Iglesias no solo lo ha devorado sino que también
lo ha defecado. Y no digo esto porque se compre un chalet o tres, cosa que a mí,
personalmente, me da exactamente igual, o porque la hipoteca con la que
supuestamente lo ha financiado sea más oscura que las tarjetas black de Caja
Madrid. Lo digo porque todos los palos relativos a la adquisición de su
vivienda unifamiliar con parcela y piscina le están viniendo desde el campo de
esa revolución siempre prometida y nunca cumplida, al lado de la cual la
revolución pendiente de la Falange es un hecho de la hiperrealidad. Lo critican
los suyos, o los supuestos suyos, mientras que la derecha lo defiende
fervientemente –y como muestra este artículo casi laudatorio que publicó hace
unos días en El Mundo el señor Luis María Ansón-. Tampoco es de extrañar que la
derecha defienda al señor Pablo Iglesias en este trance, ya que la fin y al
cabo lo único que ha hecho es apuntalar sus tesis y demostrar que, en el fondo,
tiene razón. Que en España todo el mundo es de derechas cuando se trata de la
manduca o del chalet, incluso el máximo representante de la izquierda y que el
que la pasta se escape entre los dedos al fin y al cabo no es patrimonio de
nadie.
Esa derecha, por cierto, que anda
bastante revuelta últimamente, pues lo que todos sabíamos ahora se ha hecho
real por vía de sentencia judicial. Es curioso como últimamente en España son
las sentencias judiciales las que crean la realidad y nada es real hasta que no
lo dice un juez, aunque todo el mundo lo vea con sus ojitos, o aunque nadie lo
quiera ver, lo cual en el fondo no es más que una forma de verlo. Y ahí está el
otro gran paladín de la izquierda, el señor Pedro Sánchez, erigiéndose en
salvador de España, aunque no se sabe si para salvarse él, y sacrificándose
presentando una moción de censura que no va a ninguna parte, excepto a terminar
con lo que queda del partido que dirige. Tiene razón el señor Sánchez cuando
afirma que el gobierno tiene que marcharse, y tiene razón al pensar que no lo
va a hacer por su propio pie. Ahora bien, de ahí a pretender ponerse él de jefe
hay una diferencia. Es cierto que la sociedad civil –como se dice ahora- está
alarmada y exige la salida el gobierno en pleno, pero de ahí a que la misma
sociedad civil desee verle a él de Presiente del Gobierno hay una diferencia importante.
De hecho, lo que la sociedad civil quiere, o al menos eso es lo que se aprecia
en los medios de comunicación y en los foros públicos, son una elecciones, que
es lo que el señor Sánchez no quiere, porque tanto él como yo nos tememos que
saldría más que escaldado.
Claro que todo esto da igual. Lo que de
verdad importa es que el Madrid es (otra vez) campeón de Europa. Y ahí tenemos
de nuevo a miles de lerdos –porque no tienen otro nombre- celebrando hasta la
embriaguez que unos cuantos delincuentes –no presuntos- cuyos delitos abarcan
desde la evasión de impuestos hasta el secuestro y la extorsión pasando por el
blanqueo de capitales y que ganan en un mes lo que muchos de los que hoy se
desgañitarán, e incluso llorarán, viéndoles en triunfo por las calles, no
ganarán en su vida, hayan hecho lo que, por otra parte, se supone que deben de
hacer que para eso cobran, como si eso les supusiera a ellos un empleo, una
subida de sueldo o algo más que una resaca. En fin, la cosa está tan clara que
hay que ser muy lerdo para no verlo, o para no querer verlo. Eso sí, el mes que
viene empieza el Mundial y podremos comprobar como la lerdez no es propiedad exclusiva
de Madrid, ni de España.
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