Si
la izquierda se vuelve de derechas no es de extrañar que la derecha se vuelva
de izquierdas. Si la izquierda es conservadora, entonces es la derecha la que
es revolucionaria. Y uno de los problemas que la izquierda contemporánea
debería hacerse mirar urgentemente es que se ha vuelto conservadora. Y lo ha
hecho por tres razones, que son las que definen una ideología conservadora: la
izquierda es puritana (mucho), es defensora y sostenedora el orden social establecido,
al menos el orden social establecido desde 1945 y, por último, impone un
pensamiento único fundamentado en lo políticamente correcto.
La izquierda es puritana. De hecho,
es la ideología más agobiantemente puritana desde la época victoriana. Y cuando
decimos puritana lo decimos en el sentido más estricto de la palabra. La
izquierda es puritana a nivel sexual. Todo lo que huela a prácticas sexuales
que se separen de lo más o menos convencional –habida cuenta que las relaciones
entre personas del mismo sexo son ya perfectamente convencionales- es
anatematizado y condenado, no en nombre de Dios, sino en nombre, curiosamente,
de los derechos del individuo, cuando desde el puritanismo desbocado lo que se
hace es atacar a uno de los más elementales de esos derechos, que es la
libertad sexual. Sin embargo, es en nombre precisamente de esa libertad sexual
que la izquierda contemporánea censura todo lo que se sale de las pautas sexuales
aceptadas, condena a la hoguera mediática y social –lo que en muchos casos
supone una muerte en vida- a todos aquellos que no comulgan con el nuevo puritanismo
del siglo XXI e impone un criterio sexual a todos los individuos es decir, les
dice lo que está bien y lo que está mal, lo que debe ser admitido y lo que
nunca lo será.
La izquierda es sostenedora del orden
social que se establece en Europa a partir del final de la II Guerra Mundial,
es decir, del llamado estado del bienestar. Los lamentos y los lloros de la
izquierda vienen, precisamente, porque se ha perdido ese Estado del Bienestar. El
estado del bienestar en sus orígenes supone un beneficio para el proletariado
urbano pero no tanto para los que lo tienen que sufragar con sus impuestos. A
medida que el estado del bienestar se extiende y el proletariado urbano se convierte
en clase media debe también sufragar con sus impuestos los beneficios sociales
para el lumpen proletariado, que no paga impuestos, con lo cual reniega del
orden establecido defendido por la izquierda y se apoya en la derecha que
predica el cambio de ese orden y, de hecho, lo destruye. En este sentido, la
izquierda es positivista. El orden establecido es el único que debe ser tenido
en cuenta, puesto que el deber ser ya se ha realizado en el ser. Lo que queda
por hacer son ajustes o pequeñas reformas que inhieran en minorías sociales,
pero por lo demás la estática social debe ser mantenida. Así, la nueva
izquierda es incapaz de ver la contradicciones que se generan en ese orden
social que debe ser mantenido a toda costa, como las que se materializan en el
terrorismo islámico o la inmigración incontrolada.
Y por último, la izquierda
contemporánea se mueve en lo políticamente correcto, lo que significa que
impone desde esta corrección política un pensamiento único. Lo políticamente
correcto determina lo que se debe de pensar y lo que se debe de decir, porque es
lo que resulta bueno para toda la sociedad. La libertad individual queda así
anulada, pero no solo ella, sino que libertades tan básicas a nivel social como
la libertad de expresión o la libertad de pensamiento son también cercenadas en
nombre de lo políticamente correcto. Así, se vuelve a establecer una censura
inquisitorial contra todas aquellas manifestaciones intelectuales o artísticas
que no se ciñan a las pautas de lo que debe ser pensado, dicho o creado.
Censura que va más allá de la época y se extiende desde canciones de los ochenta
hasta cuadros de la vanguardia de principios del siglo XX. No es de extrañar
que pronto los desnudos renacentistas se vean censurados por lo políticamente
correcto. De esta manera, la izquierda se manifiesta como la más perfecta expresión
de la derecha: como un sistema totalitario que pauta cada uno de los
movimientos de los ciudadanos.
Si esto lo hace la izquierda entonces
cualquier manifestación en contra ha de ser necesariamente revolucionaria. Y las
manifestaciones en contra vienen de la derecha, que se trasmuta así en motor de
una dinámica social que la izquierda pretende detener. Así que los que somos de
izquierda y aún creemos que la característica fundamental de ésta es ser
revolucionaria (ser revolucionaria, que no andar montando “revoluciones” por
ahí) nos hemos convertido, sin saber muy bien cómo, en fachas de toda la vida.
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