La democracia necesita ciudadanos ilustrados. Este
aforismo, sin duda cierto, pues una democracia sin ciudadanos ilustrados acaba
degenerando en una demagogia, implicar, sin embargo, dos problemas, que son
precisamente los que la democracia debe resolver sí quiere de verdad serlo, o
sí quiere seguir siéndolo. El primero de estos problemas consiste en dilucidar
sí son los ciudadanos ilustrados los que constituyen una sociedad ilustrada o,
por el contrario, sí es una sociedad ilustrada la que forma ciudadanos
ilustrados. El segundo problema, que sólo se plantea en la primera rama del
dilema, radica en dilucidar quién ilustra, o educa, a los ciudadanos.
Lógicamente, como se acaba de decir, este problema sólo se plantea sí aceptamos
que son los ciudadanos ilustrados los que conforman una sociedad ilustrada. En
el segundo caso, que fuere la sociedad ilustrada la que generara ciudadanos
ilustrados, este problema no se da, o más bien se resuelve en el propio
planteamiento de la cuestión, pues parece obvio que sería la sociedad la que
ilustraría a los ciudadanos.
Sí
aceptamos, por tanto, que son los individuos ilustrados los que configuran una
sociedad ilustrada, habría que responder al problema previo de quien ilustra a
los ciudadanos. Si la respuesta no puede ser que la sociedad, pues entonces nos
encontraríamos en la segunda parte del problema, y la cuestión que se trata se
auto eliminaría, la única salida posible es que son los ciudadanos los que se
ilustran solos. O más bien que los ciudadanos tienen el deber de ilustrarse. Es
así como se entiende la expresión kantiana de la “ culpable minoría de edad” de
los individuos. La falta de ilustración, la minoría de edad, sólo puede ser
culpable sea el individuo es responsable de su propia ilustración, y por lo
tanto o recaerá sobre el la culpa de no desarrollarla. Esta posición por lo
tanto, había recaer sobre los individuos la responsabilidad de conformar una
sociedad ilustrada, y por lo tanto la responsabilidad de desarrollar una
democracia. Democracia que, al estar cimentada en la responsabilidad individual
sería una democracia de individuos que entran en relaciones sociales, que son
precisamente las que el sistema democrático debe regular, pero respetando, y
exigiendo, siempre esa responsabilidad del individuo. Lógicamente esta solución
exige mucho, quizás demasiado, de los ciudadanos, de los sujetos, pues siempre
es más cómodo dejarse llevar que constituirse desde la propia autonomía y es,
por tanto, la solución al problema que se va a tender a rechazar bien sea por
utópica, bien sea por liberal.
La
segunda cuestión: es una sociedad ilustrada la que configura individuos
ilustrados, se acerca peligrosamente, sí es que no cae directamente, en el
totalitarismo. Es la sociedad la que dice a los sujetos lo que deben y no deben
hacer para ilustrarse y la que, en última instancia, los ilustra a la fuerza sí
es necesario, anulando así su autonomía, no porque no les permita no ser
ilustrados, sería difícil concebir un individuo autónomo no ilustrado, sino
porque no les permite ilustrarse como a ellos les parezca conveniente, es
decir, autónomamente. Pero como la sociedad no es más que un conjunto de
relaciones, que en última instancia generan instituciones de poder, son estas
instituciones, o más bien quien las ocupa, los encargados de decir a los
individuos como y de qué manera se deben ilustrar.
El caso
es que los nuevos movimientos políticos que hablan de regenerar la democracia
deben situarse en alguna de estas dos posturas, pues como decíamos al principio
una democracia sólo es posible con ciudadanos ilustrados, de tal manera que una
regeneración de la democracia necesariamente ha de pasar por una ilustración de
los ciudadanos. Lo ideal sería que estos nuevos movimientos políticos se
inclinarán por la primera solución pero, lamentablemente, parece que cojean de
la segunda y uno no puede evitar la sensación, cuando los escucha hablar, no en
vano son profesores de política, igual que los sofistas, de que se empeñan en
enseñarle, en darle lecciones como si fuera un niño.
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