El
cristianismo -la religión en general, pero al fin y al cabo nosotros somos
cristianos-, es como una costra de mugre que recubre nuestro pensamiento. Como
buena costra de mugre impide ver lo que hay más allá de ella, en este caso
ideas claras acerca de todo aquello que la religión postula -que resulta ser
todo- , y aunque los diferentes avances intelectuales del ser humano han
ido progresivamente eliminando capas de
esa costra, incluso han dado lustre a algunas facetas del pensamiento liberadas,
más o menos, de la roña, la limpieza total exige un cuidado constante y, por
unas cosas o por otras, el cristianismo sigue aún determinando buena parte de
lo que se piensa y se dice.
Tomemos un ejemplo aparentemente
neutro, incluso parcial en el sentido de que parece inclinarse más por el pensamiento
que por la religión: la llamada bioética. Para empezar, una disciplina que se
denomina “bioética” ya en su propio nombre nos muestra que esta contaminadad de
cristianismo. No hay ninguna finalidad moral en los procesos biológicos que conforman
eso que se llama naturaleza, así que no puede haber una ética biológica o una
bioética. Se podrá aducir que la bioética no hace referencia a los procesos biológicos
en sí mismos, sino a los intentos del ser humano -científico- por modificarlos,
alterarlos o manipularlos. Ahora bien, si no estuviéramos tan infectados de
cristianismo nos daríamos cuenta de que, si se considera reprobable moralmente
el intento de manipulación de la Naturaleza, ello se debe a que la naturaleza
en sí misma se considera buena, justa y perfecta. La naturaleza es lo que debe
de ser y no puede ser de otro modo siendo una creación de Dios. Es la vieja
falacia naturalista que ya denunció Hume que vuelve una y otra vez disfrazada
de progresismo. Porque es el pensamiento progresista el que alude una y otra
vez a la bioética como manera de limitar la influencia del cristianismo en la
toma de decisiones en lo que a Biología se refiere, sin caer en la cuenta de
que, al fin y a la postre, la bioética no es más que la forma que tiene el
cristianismo de seguir forzándonos a tomar decisiones.
Algo similar ocurre con el intento
de limitar el desarrollo tecnológico en nombre de la ética, que desemboca en
planteamientos tales como intentar enseñar a una máquina a tomar decisiones
morales. Estos planteamientos no se dan cuenta, o no quieren hacerlo, de que
una máquina no tiene por qué tomar decisiones morales, simplemente tiene que
funcionar y solucionar los problemas para los que ha sido ideada. Es un
producto de la racionalidad instrumental la cual, por cierto, no deja de ser
racionalidad, a veces más racional que las posturas que la ponen en solfa. Y es
que seguimos enfrentando el concepto de máquina al de humanidad, y pretendemos
que las máquinas sean humanas, aunque al mismo tiempo nos aterrorizamos ante
tal posibilidad- sin querer admitir que nuestra idea de la humanidad es ya una
idea cristiana y que, en realidad, no existe nada parecido a la humanidad, sino
tan solo seres humanos que podrían vivir más y mejor si nos quitáramos el
cristianismo de encima de una santa vez.
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