lunes, 4 de noviembre de 2019

Mugre


El cristianismo -la religión en general, pero al fin y al cabo nosotros somos cristianos-, es como una costra de mugre que recubre nuestro pensamiento. Como buena costra de mugre impide ver lo que hay más allá de ella, en este caso ideas claras acerca de todo aquello que la religión postula -que resulta ser todo- , y aunque los diferentes avances intelectuales del ser humano han ido  progresivamente eliminando capas de esa costra, incluso han dado lustre a algunas facetas del pensamiento liberadas, más o menos, de la roña, la limpieza total exige un cuidado constante y, por unas cosas o por otras, el cristianismo sigue aún determinando buena parte de lo que se piensa y se dice.
            Tomemos un ejemplo aparentemente neutro, incluso parcial en el sentido de que parece inclinarse más por el pensamiento que por la religión: la llamada bioética. Para empezar, una disciplina que se denomina “bioética” ya en su propio nombre nos muestra que esta contaminadad de cristianismo. No hay ninguna finalidad moral en los procesos biológicos que conforman eso que se llama naturaleza, así que no puede haber una ética biológica o una bioética. Se podrá aducir que la bioética no hace referencia a los procesos biológicos en sí mismos, sino a los intentos del ser humano -científico- por modificarlos, alterarlos o manipularlos. Ahora bien, si no estuviéramos tan infectados de cristianismo nos daríamos cuenta de que, si se considera reprobable moralmente el intento de manipulación de la Naturaleza, ello se debe a que la naturaleza en sí misma se considera buena, justa y perfecta. La naturaleza es lo que debe de ser y no puede ser de otro modo siendo una creación de Dios. Es la vieja falacia naturalista que ya denunció Hume que vuelve una y otra vez disfrazada de progresismo. Porque es el pensamiento progresista el que alude una y otra vez a la bioética como manera de limitar la influencia del cristianismo en la toma de decisiones en lo que a Biología se refiere, sin caer en la cuenta de que, al fin y a la postre, la bioética no es más que la forma que tiene el cristianismo de seguir forzándonos a tomar decisiones.
            Algo similar ocurre con el intento de limitar el desarrollo tecnológico en nombre de la ética, que desemboca en planteamientos tales como intentar enseñar a una máquina a tomar decisiones morales. Estos planteamientos no se dan cuenta, o no quieren hacerlo, de que una máquina no tiene por qué tomar decisiones morales, simplemente tiene que funcionar y solucionar los problemas para los que ha sido ideada. Es un producto de la racionalidad instrumental la cual, por cierto, no deja de ser racionalidad, a veces más racional que las posturas que la ponen en solfa. Y es que seguimos enfrentando el concepto de máquina al de humanidad, y pretendemos que las máquinas sean humanas, aunque al mismo tiempo nos aterrorizamos ante tal posibilidad- sin querer admitir que nuestra idea de la humanidad es ya una idea cristiana y que, en realidad, no existe nada parecido a la humanidad, sino tan solo seres humanos que podrían vivir más y mejor si nos quitáramos el cristianismo de encima de una santa vez.

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